La
historia no se repite, pero el hombre siempre se repite a sí mismo,
escribía Tucídides; especialmente en la historia política,
escenario privilegiado de los intereses y las ambiciones, la lucha
por el poder, como magistralmente lo vio y lo describió Maquiavelo.
En
Venezuela, los últimos años han sido abundantes en locuras y
confusiones, desde una democracia declinante o democracia boba hasta
una revolución reaccionaria que se hizo para oprimir y establecer
una nueva hegemonía, en términos de Marx diríamos, una nueva
burguesía.
Estas
llamadas crisis políticas son cíclicas, básicamente expresan un
reacomodo de élites y siempre con el sacrificio de la mayoría.
La
corrupción fue y es la marca dominante del sistema, así como la
ineficiencia y la incompetencia tienden a calificar a nuestros
gobiernos.
En
un país petrolero, como el nuestro, la llamada primitiva acumulación
capitalista no fue y no es otra cosa que la apropiación de la renta
petrolera por una minoría dominante, siempre cercana o asociada a
los partidos gobernantes. En todo nuestro siglo petrolero siempre ha
sido así, en términos gráficos se puede hablar de los ricos que
produjo el gobierno de Juan Vicente Gómez y sus herederos Lopez,
Medina y Pérez Jimenez. Igualmente están lo ricos surgidos de los
gobiernos de AD y COPEI, así como los ricos del chavismo. Esta
apropiación brutal de los recursos del país casi siempre ha sido
acompañada por la demagogia y el populismo y el militarismo que no
termina de desaparecer de nuestra historia
1998-2016:
“Una revolución” reaccionaria
La
Historia es impredecible y llena de sorpresas, Hegel hablaba de las
ironías de la historia, otros autores destacan los pequeños
detalles que desencadenan importantes acontecimientos y Gian Battista
Vico hablaba de ciclos pendulares “corsi e ricorsi”. Como sea, la
Historia no es predecible, y para Kant predecir es de necios,
racionalmente solo es posible una sabiduría retrospectiva, conocemos
y comprendemos realmente cuando las cosas ya han ocurrido y es por
ello este intento teórico de tratar de entender estas últimas tres
décadas de historia nacional.
Particularmente
intensa ha sido nuestra historia reciente, desde la candidatura
exitosa de Chávez y su ascenso al gobierno, tan llena de palabras y
violencias, en donde la ilusión se vendió como esperanza y la
ambición y la codicia se disimularon con buenas intenciones. En
lenguaje de Marx podemos decir que esta fue una revolución
reaccionaria, que predicó un futuro que ya era pasado y secuestró
el nombre de unos antepasados, particularmente Bolívar, para hacerse
con el poder y legitimarse y perpetuarse en él.
Dice
Marx, en su ensayo “El 18 brumario de Luis Bonaparte”: “En
aquellas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues,
para glorificar las nuevas luchas… hasta el aventurero que esconde
sus vulgares y repugnantes rasgos bajo la férrea mascarilla
mortuoria de Napoleón. Todo un pueblo que creía haberse dado un
impulso acelerado por medio de una revolución, se encuentra de
pronto retrotraído a una época fenecida”.
Acaso
no ha sido así en Cuba y la mascarilla mortuoria no fue otra que la
de Martí. Acaso no ha sido así entre nosotros y la mascarilla
mortuoria fue la de Bolívar y en Argentina fue Evita y Perón, y en
Nicaragua, Sandino, y aquí después de Bolívar, Simón Rodríguez,
Zamora y Miranda, muerto Chávez, el propio difunto. Genealogías
macabras y necrofílicas del poder en sociedades en donde el
chamanismo, brujos y santeros de una u otra manera aparecen
vinculados al poder.
La
revolución en la mitología política de la modernidad es una
pretensión declarada de re-inventar el futuro, mientras en realidad
lo que hacen es re-crear el siempre latente despotismo en el gobierno
de los seres humanos y en la modernidad muchas veces lo logra
legitimado por la vía electoral y el apoyo popular, los ejemplos
sobran, Musollini, Hitler, Perón, y entre nosotros, Chávez, y se
utiliza el derecho fundacional y absoluto de la constituyente como
acto político original y sacralizador por excelencia del poder.
En
nuestra débil tradición constitucionalista, la constituyente ha
sido una constante recurrente para legitimar el acceso al poder de
los nuevos asaltantes. Monagas, que pedía una constitución a la
medida y tantos otros que convirtieron el constitucionalismo nacional
en un celestinaje permanente.
La
constituyente de 1999 terminó siendo un fraude porque la
manipulación electoral permitió crear una mayoría aplastante
monocolor y servil frente al amo del momento. Lamentablemente la
primera comisión presidencial constituyente de trece miembros (de la
cual formé parte), realmente pluralista no pasó de unas reuniones
preliminares con el presidente electo y que nunca fue oficializada en
Gaceta, lo que indica que desde el primer momento el aspirante a
caudillo no se sentía cómodo con personas de criterio propio y
visión plural de la realidad nacional.
La
constitución resultante de manera simbólica impresa en azul cuando
conviene y roja cuando es necesario, una constitución a la medida
del nuevo gobernante, llena de buenas intenciones, de muchos derechos
y muy pocos deberes, un típico texto de constitucionalismo tropical,
declarativo y nominalista, totalmente descontextualizado y fuera de
la realidad, pero en la historia esto tiende a ser frecuente y así
lo constata Marx en el libro citado “lo que ella (la constitución)
se había imaginado como el acontecimiento más revolucionario
resultó ser, en realidad, el más contrarrevolucionario”. Una
constitución sin consenso, aprobada desde una mayoría sectaria y en
el correr del tiempo interpretada de manera arbitraria y siempre para
justificar las arbitrariedades y conveniencias del poder. La
constitución de 1999, sin lugar a dudas durará el mismo tiempo que
lo que el chavismo permanezca en el poder, tal como sucedió con las
constituciones de los gobiernos anteriores.
En
nuestro constitucionalismo la constitución no expresa a la Nación
sino al grupo en el poder.
La
democracia en nuestro país tiene una corta y débil tradición. La
memoria histórica está saturada de epopeyas bélicas y militares,
no hemos logrado construir en el discurso historiográfico una
necesaria epopeya civil. Una épica de los hombres de bien, una épica
de la decencia, una épica de la ciencia y la cultura.
La
independencia como proceso emancipador y Bolívar continúan
monopolizando nuestro imaginario colectivo. En nuestro proceso
político solo hemos conocido experiencias democráticas a partir de
1936 y con el sufragio otorgado por la constituyente de 1947 apenas
iniciamos el recorrido de la democracia de masas. En 1958 con la
caída de la dictadura se inició la experiencia más intensa y larga
de democracia y emblemáticamente es el denostado Pacto de Punto Fijo
quien mejor expresa los valores democráticos de pluralismo,
tolerancia, convivencia, respeto ente adversarios y acuerdos
honorables de gobierno y gobernabilidad, lo cual permitió que la
Constitución de 1961, la de más larga vigencia en nuestra historia
republicana haya sido firmada y avalada por todos los sectores
políticos, incluido el Partido Comunista.
La
democracia, ya lo advirtió Aristóteles, tiene muchas debilidades y
desviaciones: las más recurrentes: la demagogia y el populismo, a lo
cual habría que agregar: el militarismo y la corrupción;
enfermedades endémicas convertidas en epidemias en los últimos
tiempos. No hay que confundir militar con militarismo, el primero es
un profesional y cumple una tarea de tipo institucional fundamental
para el funcionamiento y la existencia de la república, mientras que
el militarismo es la pretensión de convertir a las fuerzas armadas
en actores políticos y subordinar la institución a un proyecto
ideológico o a las ambiciones personales de alguien. Chávez nunca
ocultó que era un soldado, que su verdadero partido y fortaleza
estaba en las fuerzas armadas y particularmente en el Ejército y que
su revolución era pacífica pero armada.
En
sociedades atrasadas de institucionalidad débil y leyes que se
administran de manera arbitraria, como lo expresaba el dictador
Trujillo, cuando decía: “a los amigos todo, y a los enemigos la
ley”.
La
fortaleza del militarismo es que descansa sobre la disciplina
militar, la lealtad y la subordinación, además de su sentido de
casta con privilegios y oportunidades de prosperidad personal. De
allí la dificultad de estos últimos 20 años de populismo
exacerbado, demagogia sin límites y autoritarismo desbordado, con la
ventaja de contar con abundantes recursos económicos todo lo cual
ayuda a entender la exitosa gestión de manipulación de los sectores
populares y “amigos” internacionales. En este marco político y
económico el chavismo se convierte en un poderoso movimiento de
control público y el camino más rápido y seguro a la riqueza
súbita. Según Marx las revoluciones de la modernidad siempre se
hacen en nombre del futuro, para corregir fallas del pasado y
posibilitar una mejor sociedad. La contradicción reside en que de
los cuarteles como experiencia histórica no sale precisamente un
proyecto revolucionario, de allí la definición de revolución
reaccionaria, lo que nos remite a identificarlos como lo que fueron y
son, militares ambiciosos de poder, acompañados por no decir
cultivados desde una izquierda histórica acostumbrada al fracaso
electoral y político pero que nunca perdió el sentido o aspiración
del poder y que con Chávez y sus compañeros de armas parcialmente
logran.
El
militarismo es una enfermedad de nuestra tradición histórica
alimentada y cultivada a través de las figuras de la independencia.
No es casual que esta logia conspirativa del 4F intentara el asalto
al poder a través del golpe de estado. Fracasados militarmente
terminaron siendo exitosos políticamente más que por méritos
propios por los errores y omisiones de la “democracia boba” de
los años 90. El juicio a Carlos Andrés Pérez, con el aval de su
propio partido, el oportunismo y la senilidad de Rafaél Caldera y la
irresponsabilidad de pretender elegir a una exmiss para la
presidencia de la república.
Logrado
el gobierno por vía electoral el objetivo era el poder y para eso
sirvió la constituyente y la “nueva constitución” que terminó
en el poder unipersonal del caudillo y la anulación y subordinación
de todos los otros poderes.
Con
el control de los ingresos petroleros y el nuevo ”boom” de
precios, se inició una política de debilitamiento progresivo del
sector privado, se acentuó el estatismo y el monopolio sobre la
economía y se fue configurando una estructura hegemónica que se
terminó de consolidar después de los errores políticos de la
oposición en el 2002 y que permitió asumir el modelo cubano como el
modelo de dominación hegemónico eficaz. El caudillo fue un maestro
en crear confusión y división hasta confundir totalmente a las
fuerzas opositoras y a la opinión pública internacional con el
agregado de que dispuso a su antojo de todo el dinero necesario para
que muchos gobiernos, grupos y personas terminaran subordinados y
domesticados. De estas confusiones surgió el concepto difuso y
ambiguo de “Socialismo del siglo XXI” que fue como el modelo
cubano terminó de ser asumido como la franquicia exitosa de una
dictadura personal y brutal.
El
(éxito) político de Chávez expresa más que las propias “virtudes”
o “talentos” del líder la debilidades estructurales de nuestra
sociedad anclada en una ominosa premodernidad y una pobreza
estructural que hoy por hoy vuelve a ser dominante. Nuestra sociedad
y nuestras élites han vivido detrás de la renta petrolera. Pueblo
providencialista no terminamos de dejar atrás el Dorado y entender
que solo educación, trabajo y tecno-ciencia nos puede permitir
llegar al siglo XXI como sociedad moderna.
Esta
es la Venezuela de precaria modernidad que engendra y genera este
tipo de personajes, aventureros de la política, políticos
inescrupulosos, ineficientes e ineptos gobernantes.
El
éxito político de Chávez, más allá de conceptos etéreos y
abstractos, como el de “carisma” descansa en sus habilidades
políticas potenciadas por las circunstancias de las época y su
condición de militar conspirador con apoyo importante en las Fuerzas
Armadas y en sectores políticos de la izquierda histórica, además,
los apoyos oportunistas de última hora de muchos factores de poder
que habiendo medrado a la sombra de AD y COPEI pasan a apoyar al
líder emergente en un momento en donde el sentimiento de cambio
estaba muy generalizado. Citando a Marx podemos decir que Chávez fue
exitoso porque sustituyó “libertad, igualdad y fraternidad por
infantería, caballería y artillería”, no otra cosa expresaba su
reiterada consigna de representar una revolución pacífica pero
armada. Lo cierto es que neutralizó o se ganó a las fuerzas armadas
dividiéndola, depurándola y otorgándole a los hombres de uniforme
prebendas y privilegios hasta lograr unas Fuerzas Armadas
subordinadas, leales y muchos militantes por interés o convicción
de su proyecto político. Desaparecido Chávez, su muerte adquiere
una significación política importante ya que su heredero designado
y otros aspirantes a serlo no tienen el ascendiente y la influencia
que el llegó a tener en las Fuerzas Armadas.
Chávez
siempre estuvo consciente de que su poder descansaba en el estamento
militar, de allí el uniforme y su permanente apelación a la
condición de que él apenas era un “soldado”. Igualmente la
simbología militar de sus iniciativas políticas y gubernamentales
identificadas con terminologías castrenses: “Campañas”,
“batallones”, “misiones”. Simbología y terminología que
terminó por anular prácticamente, con excepción del color rojo,
toda la importante simbologías de izquierda de muchos de los grupos
que lo apoyaban y acompañaban. Chávez tuvo la habilidad de combinar
militarismo y populismo en una sociedad muy condicionada
positivamente al respecto. Como sociedad rentista todo lo esperaban
del gobierno y el nuevo “boom” petrolero ayudó a ello, y como
sociedad de tradición autoritaria, frente a las dificultades siempre
se terminaba mirando hacia el cartel de donde provendría el salvador
de uniforme a poner orden.
Chávez
tuvo la habilidad además de manipular todas las circunstancias y
adaptarse ideológicamente a cualquier influencia con sentido
utilitario y así terminó expresando influencias de izquierda y de
derecha, inclusive fascistas (piénsese en la influencia de N.
Ceresole), aunque después de la pérdida del poder, en el año 2002,
terminó comprando completo la franquicia o modelo cubano que le iba
a permitir evolucionar de un autoritarismo personalizado con fuerte
contenido ideológico de nacionalismo bolivariano a un proyecto
totalitario disimulado mientras continuaran la bonanza petrolera y
mantuviera una mayoría popular que le permitiera seguir ganando
elecciones.
Frente
a estos acontecimientos, la elección del Chávez en diciembre de
1998, la convocatoria de la constituyente, la nueva Constitución y
el radicalismo de algunas medidas, terminaron confundiendo y
desorientando a la antigua élite política que no terminaba de
entender la nuevas circunstancias, ni acomodarse a ellas, ni
desarrollar una oposición eficaz. El 2002-2003, posterior al paro
petrolero, el golpe de estado o vacío de poder ocurrido, Chávez
aprendió la lección magistralmente asumió la fórmula leninista
(avanzar dos paso y retroceder uno) y aprovechando el error político
de no concurrir a las elecciones parlamentarias del 2005 se hace con
el poder absoluto y el control de todo el proceso político hasta su
muerte en el 2013.
La
oposición menguada, dividida, confundida, acumula errores frente al
régimen. No denuncia con fuerza suficiente la estructura de fraude
electoral que el gobierno termina de montar. Abandona la calle y las
movilizaciones de masas. No confronta, y lo que a mi juicio es el
peor error, no termina de identificar la naturaleza totalitaria del
régimen, y nunca denunció de manera eficaz el proyecto
castro-comunista en curso. Inclusive mentes lúcidas y formadas, como
la de Teodoro Petkoff, en una entrevista cuando se le pregunta por la
naturaleza del régimen, dice: “No es una dictadura, pero tampoco
es una democracia”.
Para
la oposición del 2005 hasta el 2013 hay un largo camino de soledad,
los partidos políticos reducidos a su mínima expresión, los viejos
partidos desmoralizados y los nuevos sin suficiente tiempo para
posicionarse adecuadamente, en términos organizativos y de opinión
pública. La sociedad venezolana todavía no terminaba de entender lo
que estaba pasando y aunque algunos avizoraban el camino seguro al
fracaso (del régimen) no había la claridad suficiente ni para
anticipar ni para reaccionar. La mayoría buscaba una explicación en
la historia o en la sociología y un elemento consolador era la
convicción que a pesar de todo la genética o el ADN democrático
nos iba a salvar de convertirnos en “otra Cuba”. Muchos todavía
recibían los beneficios del presupuesto nacional, una agresiva e
importante boliburguesía hacía su aparición, los sectores
populares vivían la ilusión del asistencialismo gubernamental y las
clases medias, mediatizadas por CADIVI, y a pesar de las amenazas
que veían venir y frente a lo cual muchos pensaban seriamente en la
emigración, la mayoría seguía ilusionada y alimentada con que en
algún momento tendríamos la capacidad de reaccionar y ponerle fin a
un gobierno que cada vez más apostaba al fracaso en su gestión.
Como afirma Marx “en una época tan pobre en héroes y
acontecimientos” tantas derrotas provocaron muy poca o nula
autocrítica en una oposición para decir lo menos minoritaria y
desmoralizada y un gobierno cada vez más prepotente y sectario.
Un
factor importante que permitió avanzar estratégicamente al proyecto
chavista fue el asalto a PDVSA, el asalto al BCV y el debilitamiento
progresivo del sector privado.
Teniendo
el control de las Fuerzas Armadas, de todas las instituciones y del
gobierno, es decir, con el poder político y económico necesario,
además de una represión judicial selectiva, Chávez neutralizó
enemigos y adversarios y “compró” lealtades internas y externas.
Bien asesorado por la diplomacia cubana y sus aparatos de
inteligencia el régimen desarrolla una exitosa y agresiva campaña
internacional que se concreta en la elección de presidentes y
gobiernos amigos y la creación del ALBA, PETROCARIBE, UNASUR y
además de Cuba alianzas estratégicas con Brasil y Argentina y la
apertura a relaciones importantes con Rusia, China e Irán. El guión
cubano en pleno desarrollo con la ventaja de una chequera
multimillonaria. La subordinación política e ideológica al régimen
castrista fue total y la entrega vergonzante con la injerencia
propiciada de representante del gobierno cubano en sectores militares
y de inteligencia así como en Registros, Notarias, ONIDEX, Puertos,
Aeropuertos, Comunicaciones, Educación, Salud. Sin lugar a dudas la
experiencia del régimen cubano, eficaz peón de la Unión Soviética
en la época de la guerra fría fue fundamental para apuntalar un
sistema de represión y propaganda altamente eficaz.
Chávez
y sus asesores tuvieron la habilidad de crear una épica y una
narrativa que permitió reinterpretar el pasado y crear una línea de
legitimación que entronca con símbolos patrios fundamentales. En
una primera etapa Bolívar, Simón Rodriguez y Ezequiel Zamora, y en
una segunda etapa crear el mito de los “ángeles rebeldes” para
justificar y legitimar la logia militar conspirativa que se
manifiesta ya desde el año 1983 y cuyos hitos estarían
representados por el Caracazo de 1989 y las intentonas golpistas de
1992. A pesar de que el poder se logra a través de la vía
electoral, en el año 1998 con un importante apoyo popular de un 56%
su triunfo realmente fragua dentro de un proyecto de golpe de estado
que en definitiva preparó las condiciones para acceder al poder.
Igual Musollini en 1922 y Hitler en 1933 son llamados legalmente al
poder, y en cierto sentido electos, pero dentro de un proceso
político en donde el golpe de estado era la doctrina fundamental.
Chávez
nunca negó sus actividades conspirativas, al contrario, las
convirtió en una épica personal y grupal (los comandantes del 4F) y
nunca ocultó sus intenciones autoritarias y de subvertir el hilo
constitucional y la tradición democrática y así lo hizo en el
propio acto de juramentación cuando juró sobre “la moribunda”
la Constitución, aún vigente, de 1961. Después vino todo lo demás,
cambio de símbolos, denominaciones diferentes, reinterpretación
parcializada de la historia nacional; todo apuntaba en la misma
dirección, refundar la República. La “legalidad revolucionaria”
sustituye a cualquier otra legalidad y todas las instituciones se le
subordinan y las leyes pasan a ser el traje a la medida del dictador
y su gobierno.
Sin
lugar a dudas, Chávez, era persistente con sus objetivos y fue
eficaz en mantener estos objetivos que no eran otros que el poder
personal durante el mayor tiempo posible. En este sentido el destino
le jugó una mala pasada al interrumpir esta “elipsis” de
ambición de poder. Con su muerte y la designación de Nicolás
Maduro se inicia un difícil y complejo período de transición que
ha prolongado demasiado el desenlace. Un país en ruinas, una
economía destrozada, un bolívar devaluado, una inflación
descontrolada, un precio del petróleo a la baja, PDVSA destruida,
importantes apoyos internacionales perdidos y una oposición que
progresivamente ha ido creciendo y adquiriendo confianza en sí
misma, nos pone a las puertas de una “salida” que no termina de
definirse.