“El tiempo no tiene ni
comienzo
ni fin y por ello es que
siempre
nos encontramos en el
centro
del tiempo.”
J.L. Borges
“ La conciencia solo es
posible desde la experiencia”
Kant
“Todo lo real siempre es
racional”.
Hegel
La
libertad humana nunca es absoluta, su límite es el “Otro”; los
“Otros” con quien estamos obligados a convivir, tolerar, respetar
y eventualmente a ayudar en función de un Bien Común. La libertad
con responsabilidad resume el principio ético-moral fundamental:
desearle al otro el mismo bien que deseo para mi.
Bertrand
Russell recomendaba para la sobrevivencia de la especie, la
tolerancia para la convivencia y la necesidad de atenernos a los
hechos para entender la realidad.
Decía
y sostengo que la libertad humana nunca es absoluta. No escogemos
nuestro tiempo ni la sociedad y la cultura de la cual vamos a formar
parte. Siendo lugareños emocionales, de lengua y costumbres
predeterminadas, nuestra época nos obliga a la globalización.
Asumirnos como habitantes de la casa común (Encíclica Laudato
Si´ del Papa Francisco). Nuestra identidad culturalmente se
amplía hasta niveles planetarios. Hemos creado una noosfera
tecnológica-comunicacional en un contexto económico y geopolítico
global.
Habitantes
del tiempo, éste nos habita consumiéndonos y al mismo tiempo nos
exige “consumir” el tiempo particular y en nuestro caso este
tiempo venezolano tan difícil, atormentado y opresivo y es éste
quizá nuestro principal desafío, intentar “comprender” lo que
nos ha venido sucediendo para que, desde la lucidez, superar las
dificultades, creativamente y asumir la crisis como tantas veces se
ha dicho, como una oportunidad y no como una derrota.
Como Nación tenemos siglos de
existencia en un largo mestizaje antropológico y cultural que nos
hace particulares y universales a la vez.
Como
Nación, a partir de 1492 fraguamos durante tres siglos en el
colonialismo hispánico de la época y desde 1810-1811 optamos por la
modernidad, al asumirnos como República Civil y desde el siglo XX,
intentado desarrollar un proyecto democratizador de nuestra sociedad
de economía moderna y un sistema político democrático.
Como
todo proceso histórico de larga duración se ha progresado sin lugar
a dudas, pero el progreso por definición no es lineal y en el camino
permanentemente hay obstáculos que vencer y siempre con
posibilidades ciertas de retroceso.
De
la matriz hispánica europea africana y asiática surge la
venezolanidad, como “un pequeño nuevo género humano”,
emparentado directamente con el Continente Americano en su totalidad
y particularmente en la región geo-política y económico-cultural
que venimos llamando Latinoamerica.
La
independencia, que recién acabamos de conmemorar los 206 años de la
misma, fue un proyecto civil y civilizatorio tempranamente abortado
por la guerra, la violencia y la anarquía que nos duró casi un
siglo, hasta la derrota bárbara de los caudillos en 1903. No otra
cosa fue nuestro siglo XIX, una larga y perniciosa guerra civil de
una sociedad extraviada en la pobreza y las discordias. Solo en los
20 años de la guerra emancipadora se calcula una merma de nuestra
población en 30%, y un 30% en la llamada guerra federal.
Hay
que esperar al siglo XX y el azar del petróleo para que Venezuela
despierte de su letargo histórico y con el desarrollo demográfico,
social y económico del país, surge y se desarrolla el proyecto
político más importante de nuestra modernidad que no es otro que la
Democracia, como proyecto político moderno del poder y la
subordinación militar al poder civil. Separación y autonomía del
poder y alternabilidad electoral, vía sufragios confiables.
Formalmente
la Democracia venezolana, en términos electorales y políticos,
surge en 1947, al establecerse el sufragio universal y el
reconocimiento pleno de los partidos políticos y sindicatos. Proceso
que se continúa de manera accidentada pero a la larga perfectible
cuando en 1989 se logra establecer de manera legal la elección
directa de gobernadores y alcaldes y en 1999, dentro de la discusión
constituyentista de la época, se logra establecer en la nueva
Constitución, la actual, el principio fundamental de la Teoría
Política moderna como es el Principio de la Soberanía Popular que
viene a sustituir el viejo principio del derecho divino del poder.
Tal como dijera John Locke, al apelar los pueblos a la consulta
popular están apelando al Cielo. No otra cosa es nuestra genética
democrática, no una serie de principios abstractos sino la
concreción histórica de esos principios en leyes y constituciones y
en la práctica política concreta. En la genética de todas las
sociedades modernas está la aspiración legítima a vivir mejor,
como individuos y como colectividad (este fue el gran descubrimiento
del pensamiento liberal y que los intelectuales llamaron la idea de
progreso) educar, formar y darle oportunidades a cada individuo y a
través de la libertad individual y con las garantías del Estado de
Derecho posibilitar y permitir que toda la sociedad progrese y si en
el camino del desarrollo se producen rezagos o marginación por
diversos motivos la Sociedad y el Estado, en función del Bien Común,
y de acuerdo al Principio de Subsidiariedad y Complementariedad, se
ocuparán de desarrollar las políticas pertinentes que permitan de
alguna manera hacer real el principio de la igualdad. El fracaso de
estas políticas en garantizar el mayor equilibrio posible en la
sociedad permitió desarrollar dos deformaciones políticas e
ideológicas que por comodidad y reduccionismo terminamos llamando
“populismo”, y su complemento de
burocratismo-electoral-clientelar. En la medida que el proyecto
democrático se rezaga con respecto a las legítimas aspiraciones
individuales y colectivas de libertad, ascenso social y bienestar,
nuestros sistemas democráticos entran en crisis y cada tanto tiempo
el autoritarismo y la dictadura nos amenazan (militarismo); pero
igualmente esa utopía fracasada que es el marxismo, al renunciar
como proyecto político-social a la democracia, termina en el
conocido y terrible comunismo real, cuyo fracaso y espejo más
cercano es el castro-comunismo que en mala hora sigue proyectando su
sombra sobre el proyecto político nacional-autoritario que surgiera
a la luz pública en 1992, se hizo gobierno por voto popular en 1998
y en los últimos años, atrapado en su propia lógica de intereses
perversos está comprometiendo fuertemente la paz social, el
desarrollo económico, y la propia convivencia entre los venezolanos.
Nuestro
país se puede caracterizar como un sistema social no cristalizado,
en donde los diversos grupos y clases sociales están en permanente
hibridación sin terminar de definirse y asumirse desde una identidad
conclusiva y su respectiva conciencia de clase. En ese sentido
podemos hablar de una burguesía en formación, igualmente unas
clases medias que no terminan de definir sus límites
socio-económicos y una marginalidad difusa desde el punto de vista
de su actividad social y económica. Un buen ejemplo es la
información que el 96% de nuestra empresas están constituidas por
grupos familiares en donde la tradición y los intereses creados
tienden a ser mucho más importantes que los procesos de cambio e
innovación tan necesarios en los tiempos de la sociedad del
conocimiento y de la globalización generalizada.
En
el orden político, igualmente existen unas carencias importantes que
se manifiestan fundamentalmente en la precariedad institucional y el
débil apego al respeto a la Ley. El poder se concibe más como
poder-dominación que poder-gobierno-servicio.
Resumiendo,
diría, que en este caminar histórico de los últimos dos siglos
hemos sufrido distorsiones que urge corregir: un presidencialismo
exacerbado, monarcas sin corona, y la fortuita riqueza petrolera no
han logrado superar el horizonte de una economía colonizada,
dependiente, parásita, cuyo eje, principio y fin es la minería
petrolera, ampliado a la minería en general que se sigue asumiendo
desde una ley colonial de la monarquía que otorga al Estado toda la
propiedad del subsuelo.
La
otra distorsión convertida en enfermedad política es el
presidencialismo; no es una maldición, la aupamos y mantenemos
nosotros mismos así como el petroleo tampoco puede ser asumido como
un fatalismo negativo, sino como lo que debe ser, una oportunidad
para todo el país, no solamente para enriquecer a una minoría y
para que ejerza el poder esa misma minoría.
No
hay tarea más importante y urgente, y perdonen la simplificación y
el barbarismo lingüístico, que: Desestatizarnos,
Despresidencializarnos y Despetrolizarnos. En el primer caso, poner a
funcionar de manera adecuada el sistema democrático y en el segundo
caso independizar nuestra economía de la dependencia petrolera
(aunque entiendo que esto tiene que ser de manera progresiva e
inteligente) y quizá lo más importante de todo el cambio de
mentalidad de todos los venezolanos frente al poder político y
frente a la economía petrolera, y entender de una vez por todas que
la única riqueza de un país es su población, educada, saludable,
con trabajos productivos y niveles de vida que les permita
desarrollar a cada uno sus posibilidades y potencialidades humanas,
en una sociedad del conocimiento, globalizada en cambio y
transformación permanente.
Hay
que desterrar de nuestra mentalidad lo de país o sociedad joven,
antropológicamente venimos de milenios de evolución humana. Como
Nación tenemos más de cinco siglos. Como Estado tenemos un
desarrollo de más de dos siglos y definitivamente el Dorado no
existió ni existe ni va a existir sino en función de la riqueza que
entre todos los venezolanos podamos crear y disfrutar.
La
libertad no permite otra definición sino desde la responsabilidad de
cada uno, de todos. En la sabiduría oriental se afirma que si cada
ser humano cumpliera a cabalidad con sus responsabilidades seríamos
libres y no haría falta gobierno alguno.
La
Historia no puede seguir siendo mitología consoladora, ni literatura
de evasión, la realidad no existe sino como hecho y sus
consecuencias. En el siglo XXI las ideologías terminan siendo
supersticiones fanáticas. No hay doctrina política sino la doctrina
de los Derechos Humanos y en sentido progresivo estos derechos
desarrollados como protección y posibilidad de todos los habitantes
de la tierra y de la tierra misma.
Asumir
los hechos y la tolerancia, para convivir en la diversidad y las
diferencias. El futuro siempre es precario e incierto, pero de
nosotros depende que pueda ser mejor para todos. Hay que educarse en
la construcción del futuro a ser contemporáneos del mismo. Siempre
estamos en el “centro del tiempo” y en esta centralidad
conflictiva de los últimos años, meses y días el desafío no es el
riesgo de un Estado comunal fantasmagórico y amenazante, al cual
habría que denominar de manera apropiada lo que es en realidad un
proyecto totalitario de sociedad, sino entender que vencida la
amenaza del autoritarismo-totalitario hay que seguir en el empeño de
la construcción de una República de hombres virtuosos y leyes
convenientes, y en esa perspectiva, acceder con confianza al siglo
XXI que demanda por nosotros ya que llevamos un atraso de 17 años.
Ángel
Lombardi
Texto
leído en la Asamblea 73
de
FEDECAMARAS:
¿Un
nuevo pacto republicano o estado comunal?
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