jueves, 10 de octubre de 2013

La investigación científica y el desarrollo humano


La investigación científica y el desarrollo humano


“Las ideas simples se encuentran sólo en las mentes complejas”
Remy de Gourmot


El epígrafe pudiera ser explicado con dos anécdotas, una, la de Alejandro y el nudo gordiano, problema que resolvió de un tajo y Juan el Evangelista a quien la gente le preguntaba sobre lo que decía el Maestro y él respondía “ámense los unos a los otros” ante el asombro de todos por la simpleza del mensaje y él apesadumbrado replicaba “y les parece poco”.
Así nos sucede con la realidad se nos complica y la complicamos demasiado innecesariamente, atrapados en nuestros intereses, prejuicios, teorías y paradigmas de rápida obsolescencia especialmente en esta modalidad tardía que llamamos apresuradamente postmodernidad, de evidente aceleración histórica y cambios tecnológicos vertiginosos. La realidad siempre es racional nos recuerda Hegel y lo racional siempre real, de allí que el reto de la “razón” siempre fue y es lo empírico y la experiencia a partir de la observación, descripción, experimentación e interrogación del “mundo” incluidos, la naturaleza y lo humano. La filosofía y la ciencia comienzan siendo una “física” y lo no demostrable una “metafísica”. Todo comenzó de manera sistemática en el mundo griego, cuando una decena o centena de nombres, fueron abandonando las explicaciones mágicas y míticas y empezaron a “razonar” como dice Arnoldo Movigliano y así hemos continuado aunque las supersticiones, prejuicios y creencias de las más diversas índoles no nos abandonan. Jorge Luis Borges tiene razón cuando define la historia de la filosofía y de alguna manera la historia de las ciencias como un diálogo eterno entre Platón y Aristóteles, asumido esto como una metáfora del interrogar y el razonar desde el asombro y el no-conocimiento, sólo sé que no se nada. Sólo somos conscientes de la realidad y podemos llegar a comprenderla desde la experiencia, como muy bien lo expresó Kant “la conciencia nunca excede la experiencia” y el mismo Borges lo sabía muy bien cuando se lamentaba que a su existencia le sobraban libros y le faltaba vida.
La razón también se extravía y puede producir monstruos, cuando pierde el sentido de lo humano como valor trascendente en donde cada persona es portadora de libertad y dignidad en términos absolutos. Pero la realidad siempre está allí y por eso Karl Popper redujo la historia humana a tecno-ciencia. Lo único real que produce cambios reales, en una u otra dirección, positiva o negativa, de allí la a-moralidad del cosmos, de la naturaleza, de la tecno-ciencia que no hay que confundir con la “moralidad” necesaria e inevitable de las personas que “producen y usan” la ciencia y la técnica, que como actos humanos son inseparables de la ética, es decir, de la libertad responsable.
La modernidad o si prefieren “la edad de la razón” como se denominó en algún momento en la tradición historiográfica occidental entronca con el mundo clásico: greco-romano y helenístico y que incluye además toda la tradición mediterránea, judeo-cristiana y árabe-islámica, así como el Renacimiento como puente o enlace y todos los siglos subsiguientes, hasta llegar a este cruce de centurias y milenios que habitamos, llenos de incertidumbres, complejidades y preguntas sin respuestas. De teorías y paradigmas insuficientes o francamente obsoletos y un futuro convertido en presente como dice Jacques Derida: “tomémonos nuestro tiempo, pero apresurémonos, porque el mañana ya es hoy”.
Acercarse a la modernidad o post-modernidad de este germinal siglo XXI globalizado desde la “realidad” es todo un desafío intelectual estimulante ya que nos obliga a “pensar” más allá de lo conocido. De allí que la historia de la “razón”, es decir de las ciencias, no es tanto lo conocido, sino lo desconocido, un poco a la manera de lo que significó para Cristóbal Colón su viaje oceánico, que aunque experto y experimentado navegante, en su ruta a Occidente no sabía hacia dónde se dirigía ni los imprevistos que lo aguardaban.
La ciencia termina siendo un viaje a lo desconocido, aunque este horizonte pudiera ser anticipado de alguna manera como ocurre con la actual conquista del espacio. Para seguir transitando el futuro se nos invita a asumir esta actitud con todos los riesgos que ello implica, como es ir de lo conocido a lo desconocido, afrontando una experiencia nueva con sus amenazas y eventuales sorpresas. Siempre los interrogantes y las novedades exceden las respuestas establecidas, especialmente cuando enfrentamos “nuevas realidades” que comienzan siendo nuevas en términos cuantitativos y terminan siendo diferentes en términos cualitativos, como por ejemplo la demografía y la geografía, es decir, el ecosistema desarrollado durante milenios en precario equilibrio y que hemos llamado desarrollo humano y en los últimos siglos lo resumimos en la “idea de progreso”. Estos equilibrios están definitivamente desequilibrados, el número de habitantes desborda la Tierra. La naturaleza se nos presenta maltratada, degradada y en peligro y un nuevo fenómeno nos reta como es la urbanización acelerada del planeta y las ingobernables megalópolis, simples datos empíricos que tienden a sobrepasar todas las teorías y todas las soluciones elaboradas hasta hoy. La exigencia de una nueva economía, de un nuevo sistema social y una redefinición de la política y del gobierno nos obliga a establecer nuevos paradigmas y asumir creativamente los retos del futuro. El nudo gordiano vuelve a ser un símbolo adecuado para la época. Estamos preparados o preparándonos para el tajo. Creo que sí, por lo menos es lo que nos dice la historia y seguramente lo “nuevo” advenirá como siempre con dolores de parto.