La
investigación científica y el desarrollo humano
“Las
ideas simples se encuentran sólo en las mentes complejas”
Remy
de Gourmot
El
epígrafe pudiera ser explicado con dos anécdotas, una, la de
Alejandro y el nudo gordiano, problema que resolvió de un tajo y
Juan el Evangelista a quien la gente le preguntaba sobre lo que decía
el Maestro y él respondía “ámense los unos a los otros” ante
el asombro de todos por la simpleza del mensaje y él apesadumbrado
replicaba “y les parece poco”.
Así
nos sucede con la realidad se nos complica y la complicamos demasiado
innecesariamente, atrapados en nuestros intereses, prejuicios,
teorías y paradigmas de rápida obsolescencia especialmente en esta
modalidad tardía que llamamos apresuradamente postmodernidad, de
evidente aceleración histórica y cambios tecnológicos
vertiginosos. La realidad siempre es racional nos recuerda Hegel y
lo racional siempre real, de allí que el reto de la “razón”
siempre fue y es lo empírico y la experiencia a partir de la
observación, descripción, experimentación e interrogación del
“mundo” incluidos, la naturaleza y lo humano. La filosofía y la
ciencia comienzan siendo una “física” y lo no demostrable una
“metafísica”. Todo comenzó de manera sistemática en el mundo
griego, cuando una decena o centena de nombres, fueron abandonando
las explicaciones mágicas y míticas y empezaron a “razonar”
como dice Arnoldo Movigliano y así hemos continuado aunque las
supersticiones, prejuicios y creencias de las más diversas índoles
no nos abandonan. Jorge Luis Borges tiene razón cuando define la
historia de la filosofía y de alguna manera la historia de las
ciencias como un diálogo eterno entre Platón y Aristóteles,
asumido esto como una metáfora del interrogar y el razonar desde el
asombro y el no-conocimiento, sólo sé que no se nada. Sólo somos
conscientes de la realidad y podemos llegar a comprenderla desde la
experiencia, como muy bien lo expresó Kant “la conciencia nunca
excede la experiencia” y el mismo Borges lo sabía muy bien cuando
se lamentaba que a su existencia le sobraban libros y le faltaba
vida.
La
razón también se extravía y puede producir monstruos, cuando
pierde el sentido de lo humano como valor trascendente en donde cada
persona es portadora de libertad y dignidad en términos absolutos.
Pero la realidad siempre está allí y por eso Karl Popper redujo la
historia humana a tecno-ciencia. Lo único real que produce cambios
reales, en una u otra dirección, positiva o negativa, de allí la
a-moralidad del cosmos, de la naturaleza, de la tecno-ciencia que no
hay que confundir con la “moralidad” necesaria e inevitable de
las personas que “producen y usan” la ciencia y la técnica, que
como actos humanos son inseparables de la ética, es decir, de la
libertad responsable.
La
modernidad o si prefieren “la edad de la razón” como se denominó
en algún momento en la tradición historiográfica occidental
entronca con el mundo clásico: greco-romano y helenístico y que
incluye además toda la tradición mediterránea, judeo-cristiana y
árabe-islámica, así como el Renacimiento como puente o enlace y
todos los siglos subsiguientes, hasta llegar a este cruce de
centurias y milenios que habitamos, llenos de incertidumbres,
complejidades y preguntas sin respuestas. De teorías y paradigmas
insuficientes o francamente obsoletos y un futuro convertido en
presente como dice Jacques Derida: “tomémonos nuestro tiempo, pero
apresurémonos, porque el mañana ya es hoy”.
Acercarse
a la modernidad o post-modernidad de este germinal siglo XXI
globalizado desde la “realidad” es todo un desafío intelectual
estimulante ya que nos obliga a “pensar” más allá de lo
conocido. De allí que la historia de la “razón”, es decir de
las ciencias, no es tanto lo conocido, sino lo desconocido, un poco a
la manera de lo que significó para Cristóbal Colón su viaje
oceánico, que aunque experto y experimentado navegante, en su ruta a
Occidente no sabía hacia dónde se dirigía ni los imprevistos que
lo aguardaban.
La
ciencia termina siendo un viaje a lo desconocido, aunque este
horizonte pudiera ser anticipado de alguna manera como ocurre con la
actual conquista del espacio. Para seguir transitando el futuro se
nos invita a asumir esta actitud con todos los riesgos que ello
implica, como es ir de lo conocido a lo desconocido, afrontando una
experiencia nueva con sus amenazas y eventuales sorpresas. Siempre
los interrogantes y las novedades exceden las respuestas
establecidas, especialmente cuando enfrentamos “nuevas realidades”
que comienzan siendo nuevas en términos cuantitativos y terminan
siendo diferentes en términos cualitativos, como por ejemplo la
demografía y la geografía, es decir, el ecosistema desarrollado
durante milenios en precario equilibrio y que hemos llamado
desarrollo humano y en los últimos siglos lo resumimos en la “idea
de progreso”. Estos equilibrios están definitivamente
desequilibrados, el número de habitantes desborda la Tierra. La
naturaleza se nos presenta maltratada, degradada y en peligro y un
nuevo fenómeno nos reta como es la urbanización acelerada del
planeta y las ingobernables megalópolis, simples datos empíricos
que tienden a sobrepasar todas las teorías y todas las soluciones
elaboradas hasta hoy. La exigencia de una nueva economía, de un
nuevo sistema social y una redefinición de la política y del
gobierno nos obliga a establecer nuevos paradigmas y asumir
creativamente los retos del futuro. El nudo gordiano vuelve a ser un
símbolo adecuado para la época. Estamos preparados o preparándonos
para el tajo. Creo que sí, por lo menos es lo que nos dice la
historia y seguramente lo “nuevo” advenirá como siempre con
dolores de parto.
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