De acuerdo a la Asociación Internacional de Universidades, en sus reuniones de Nueva Delhi (1962), Cambridge (1963), Moscú (1964), y Tokio (1965); la Autonomía estaría definida: 1) Por el derecho a seleccionar las Universidades, su personal a todos los niveles, autoridades, profesores, empleados y obreros.
2) Por la selección de sus estudiantes, con criterios libres y amplios.
3) Por la autonomía curricular, docente y administrativa así como por el otorgamiento de títulos.
4) Por la capacidad plena para determinar el tipo de investigación que se quiere hacer.
5) Por la autonomía para distribuir y administrar los recursos financieros y de cualquier otro tipo.
De acuerdo a lo anterior, la Autonomía implica, el autogobierno y una amplia independencia académica y administrativa.
No es el caso analizar en detalle todos estos puntos pero sí es importante constatar una vez más la amplitud conceptual y la problematicidad de la Autonomía, sus contenidos políticos y académicos, así como su conflictualidad estructural con respecto al Estado.
No puede darse una comprensión de la Autonomía sin tomar en cuenta su historicidad, el tipo de Universidad que se pretende y el modelo de sociedad que somos y que queremos llegar a ser.
Juan Pablo II nos lo recuerda acertadamente cuando dice: “La Universidad es una comunidad académica, que de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales, nacionales e internacionales. Ella goza de aquella autonomía institucional que es necesaria para cumplir sus funciones eficazmente y garantiza a sus miembros la libertad académica, salvaguardando los derechos de la persona y de la comunidad dentro de las exigencias de la verdad y del bien común”.
Los tiempos que corren no son fáciles, en el ámbito económico y social se han alcanzado niveles nunca antes vistos, con indicadores catastróficos sólo equiparables a nuestras épocas más oscuras y violentas.
En el plano político es ya evidente la tentación autoritaria y antidemocrática presente en el gobierno, una verdadera dictadura constitucional, enmarcada en nuestra tradición histórica de Constituciones como traje a la medida del autócrata de turno.
Lamentablemente la reforma universitaria, siendo tan urgente y necesaria, pasa a un segundo lugar frente al cerco económico y el acoso político a que son sometidas las Universidades. Ello no puede ni debe continuar. Una vez más combatir por la autonomía es combatir por la democracia, en esta dramática historia cíclica nuestra.