Tendremos futuro, siempre y cuando
sepamos tener presente, y no olvidemos las lecciones del pasado.
Dos eminentes historiadores
venezolanos: Ramón J. Velázquez y Manuel Caballero, han venido expresando
reiteradamente que 1998 puede
convertirse en un año de importancia histórica, por las consecuencias
trascendentes que de él pueden derivarse.
No elegimos sólo un Presidente y un Gobierno, sino que está en juego el
poder y el control del Estado, en términos granscianos estamos hablando de una
nueva hegemonía, como lo fue la hegemonía andina entronizada a fines del siglo
XIX, situación que para Velázquez, tiene una gran analogía con lo que está
sucediendo. La caída del liberalismo
amarillo se parece en muchos aspectos a la crisis y caída del bipartidismo de
cogollos que estamos presenciando, hegemonía que ha dominado la escena política
en los últimos 40 años. Esta tesis avala las posibilidades electorales de Chávez, que
promete un cambio a fondo y en alguna
medida al propio Salas Romer que promete un cambio radical. No hay duda
que en la percepción social y popular
hay una gran necesidad de un cambio real, sin renunciar a la democracia, pero
con un fuerte acento autoritario.
Esto último lo han entendido muy bien
los asesores de imagen de ambos candidatos y de alguna manera los han identificado
a ambos de manera muy parecida, aunque el proceso ha sido diferente.
Con Chávez no había problema en cuanto
militar y golpista y con un lenguaje castrense y directo; más bien había que
suavizar su imagen de hombre fuerte y de caudillo y por eso se le puso paltó y
corbata y se le dulcificó el discurso y la retórica, tratando de proyectar a un
gobernante civilizado y moderno; fue un
verdadero cambio de piel sin menoscabo de la imagen bolivariana y el fusil de
caudillo venezolano y mesiánico, que Chavez muy de cuando en vez, recuperaba en
la palabra y el gesto.
Con Salas Romer fue al revés, de un
civil educado y profesionalmente avalado hasta con un título de Yale, Gerente y
Gobernador exitoso, nos lo han transmutado en el hombre a caballo rememorando
la gesta libertadora. Ambas imágenes la
del militar dulcificado, sin perder su aprestancia de caudillo salvador y la
del civil encaramado en un caballo con un pañuelo rojo al cuello y banderas
amarillas desplegadas, son dos estrategias publicitarias altamente
manipuladoras y que apelan a ese
inconsciente colectivo nacional que arrastra siglos de historia de atavismo militar y
esperanzas no satisfechas todavía por nuestra sociedad.
Publicitariamente ambas campañas son inobjetables;
fuertemente manipuladoras y políticamente
inconvenientes; no apuntan a nuestro crecimiento como seres humanos y como
sociedad, más bien se orientan a mantenernos en el atraso, en la mediocridad y
orfandad de un pueblo fuertemente manipulado por sus liderazgos y permanentemente traicionado en sus anhelos
y esperanzas; y aquí es donde cobra
vigencia la otra tesis, la de Manuel Caballero, cuando se inclina por Salas,
como el mal menor, para evitar el triunfo Chavista que según Caballero, podría volver a abrir las
puertas de la violencia ancestral que ha acompañado siempre a nuestra historia.
Para nuestro historiador, la gran
conquista histórica del siglo XX venezolano, es la paz, que particulariza y
enaltece a Venezuela y que nos hace diferentes y mejor a otras muchas
sociedades; del primer mundo y del tercero que no han logrado descubrir el
secreto de la convivencia civilizada y democrática. Chávez y el Chavismo, piensa Caballero, son
portadores de miedos y frustraciones ancestrales, que de esperanza redentora
podrían convertirse en un nuevo azote autoritario, engendrado desde las
profundidades telúricas de nuestra historia.
Ambas tesis, están avaladas por el
conocimiento de nuestra historia que tienen ambos historiadores, creo que
deberíamos prestarle atención; son esas voces solitarias que no dejan de tener razón; porque en el fondo de lo que se trata no es
de quien gane, sino del destino de un pueblo y la necesidad de no retroceder.
Los procesos históricos por definición
son complejos y contradictorios, llenos de paradojas y sin sentido; de pronto
Chávez, golpista y constituyente, fortalece nuestro proceso democrático o Salas
Romer, gobernante exitoso se empantana con el viejo bipartidismo. La historia está llena de riesgos e
incertidumbres, pero antes de escribirla hay que vivirla. De allí la importancia de cada uno de
nosotros y del liderazgo nacional, de cualquier signo que sea. Lo más
importante del 6 de Diciembre es que el perdedor acepte los resultados, los
respete y los respalde. Que las Fuerzas
Armadas sigan siendo subordinadas y civilistas, que eviten la tentación de
pretenderse árbitros del sistema y ser
un poder supraconstitucional. Que el
resto de la sociedad, especialmente los poderosos e influyentes y
particularmente los medios de comunicación no pierdan la mesura y el equilibrio
y entre todos fortalezcamos la cultura democrática que no es otra que el
pluralismo y la tolerancia.
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