martes, 26 de noviembre de 2013

Democracia, capitalismo y socialismo

El capitalismo fue el verdadero creador de la democracia moderna, aunque hoy se haya constituido en el principal obstáculo para su desarrollo, ya que ha privilegiado la categoría libertad en detrimento y desmedro de la igualdad. Hoy sabemos que libertad e igualdad son términos indisolubles y complementarios, ambos necesarios para poder definir un verdadero sistema democrático.
La teoría política democrática descansa sobre una serie de principios que la humanidad ha ido conquistando, que cuajan y se definen de manera categórica en el siglo XVIII, cuando se descubre y define la categoría pueblo, que pasa a ser la referencia democrática por excelencia y la fuente de donde emanan todos los poderes y a partir de la cual se elaboran todas las leyes.
A partir de entonces se identifica e individualiza a la persona como ciudadano de una nación y se le ampara y protege frente al poder arbitrario del Estado. La ley se encumbra por encima de toda otra institución o persona en ejercicio del poder. Con ello se busca controlar el poder y orientarlo en beneficio de todos.
“El principio inherente a la democracia es la igualdad y su consecuencia debe ser el esfuerzo del Estado para minimizar las diferencias entre los hombres”, expresaba Alexis de Tocqueville observando a la sociedad norteamericana.
En democracia el poder debe ser difundido y compartido para que el pueblo sea el principal protagonista y beneficiario del sistema, tal como lo asentaba Lincoln en su discurso de Gettysburg: la nación tiene que ser concebida “en la libertad y consagrada a la idea de que todos los hombres son creados iguales”, para que así prevalezca “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
En los últimos dos siglos se ha avanzado mucho en la conquista de la libertad política y jurídica, aunque no tanto a nivel económico y social. El socialismo viene a ser el corolario natural de la evolución histórica de la democracia, la superación dialéctica del capitalismo en aras de una mayor libertad y de una garantía cierta de justicia social. Lamentablemente, el socialismo histórico terminó negándose a sí mismo.

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