En 1983 se oficializa la llamada crisis nacional con
la devaluación de la moneda, proceso que ha continuado de manera abismal; la
inflación se instala de manera
estructural y el ausentismo de las urnas electorales es creciente.
Los hechos de 1989 y 1992 son manifestaciones
adicionales de un sistema político anémico (en su momento lo calificamos de
idiotas gobernando indiferentes o de democracia boba) y de una sociedad
crecientemente enferma. Elias Canetti habla de masas huérfanas y asustadas, sin
alma, cuando paulatinamente se le retiran sus seguridades espirituales y
materiales.
Las décadas de los 80 y 90 son las llamadas décadas
pérdidas con las masas desorientadas y las élites ausentes. Es cuando la
cultura se confunde con opinión pública y gente de la farándula pretende dirigir el país,
recuérdese el caso de Renny Ottolina y de manera mucho mas visible, el de Irene
Sáez.
Políticos, gacetilleros y publicistas imponen su
visión de país mientras que los creadores, poetas y artistas se repliegan. La
educación se asume como una rama de la economía política y se abandona su
condición de Paideia.
El país naufraga sin presente y sin futuro y el pasado
se convierte en un anhelo insatisfecho por la pérdida del Dorado. La Venezuela Saudita
quedó atrás y un país iluso salió en busca de alguien que prometiera restituírsela.
Con los nuevos amos del poder se crea una ilusión de
cambio. Con el nuevo histrión al frente y nosotros nominalistas al fin,
volvimos a confundir deseos y buenas intenciones con la realidad; esta continúa
terca en su empecinamiento de atraso y complicidad. El temor y el miedo es la
nota dominante, el futuro vuelve a escaparse hacia delante y una fecha mítica,
2021, nos vuelve a prometer el paraíso perdido.
El exilio sigue siendo la solución de muchos y el
exilio interior el de unos pocos, cuya lucidez los atormenta.
El poeta Walt Whitman con su vitalismo y fe de poeta
nos recuerda que la hierba crece aunque no la veamos crecer; creemos lo mismo
contra toda desesperanza, una sociedad no se suicida y en el proceso político
no se agota la realidad.
Más allá de las dificultades del día a día hay una
generación que quiere asumir los retos del siglo que recién comienza y
aunque los fantasmas y demonios del
pasado parecieran prevalecer, la sociedad venezolana no renuncia ni puede
renunciar a reencontrarse consigo misma, en su cultura y en su tradición
civilista.
Dice San Agustín “la esperanza tiene dos caras, la ira
y el valor, la ira frente a una realidad injusta y valor para cambiarla”. Los
seres humanos siempre están prestos para la ilusión y aceptan como mentores a
brujas y charlatanes, Nos molestan quienes se anticipan a futuras desventuras,
somos enemigos del realismo de Sancho, es credo nacional obligarnos al
optimismo, mientras el poder nos manipula, aliena y despersonaliza, el
intelectual crítico siempre es incómodo. El individuo no puede ser sacrificado
en nombre de ninguna causa, por muy bella o superior que se presente, como
Albert Camus, frente a la justicia abstracta preferimos optar por la persona
concreta.
No podemos confundir
el verdadero sentido de la cultura con la opinión pública dominante. La
cultura, desde el colectivo o individualizada siempre es liberadora, siempre es
un humanismo en su sentido más profundo y amplio.
Lo importante no es confundirnos ni dejarnos
confundir, la realidad no se agota ni en lo político ni en lo económico, por
muy importante que sea es la sociedad el fundamento de todo y la cultura que la
expresa lo más importante, ya que es nuestra propia identidad viva, histórica y
dinámica, proyectada hacia delante y es que los seres humanos somos por
definición futuro y la cultura es la única garantía de
lograrlo.
Como nos recordaba recientemente R. J. Velásquez, el
siglo XIX venezolano fue violento y bárbaro pero nos dio a la llamada
generación positivista; en el siglo XX muchas cosas no se hicieron bien y se
cometieron muchos errores, pero en la música, la plástica y la literatura y en
muchos otros campos, muchos nombres nos honran y enorgullecen y nos hacen
universales, y como pueblo dignos y merecedores del siglo XXI.
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