En Venezuela, es creencia común, pensar que el nuestro es un Estado y
un gobierno fuerte y omnipotente: nada más falaz, pues entre nosotros el Estado
es macrocefálico pero ineficaz y poco integrado, y en cuanto al gobierno es
arbitrario o inoperante, manda pero no gobierna. Nuestro funcionario más importante, el
Presidente, es un prisionero de la burocracia, el partido y los grupos de
presión. En nuestra sociedad el
verdadero poder está en el individuo, egoísta y anárquico, en el amiguismo, en
el compadrazgo y en la complicidad corruptora.
Somos un país de relaciones personales y no de leyes y mucho menos de
deberes. La ley existe para ser
incumplida, nuestra máxima aspiración es hacer lo que nos da la gana, lo que
Ortega y Gasset llamaba la filosofía de la gana. Herencia hispánica, tipificada por
excacerbación individualista del comportamiento social y que conduce a una
afirmación anárquica del propio yo, más allá de toda norma y de toda
solidaridad. El hispano de allá y el
criollo de acá viven y trabajan para trasgredir las leyes; éstas son letras
muertas y de allí su proliferación, mientras más leyes menos se cumplen. En función de esta realidad y esta psicología
es que el Estado y el gobierno son débiles: frente al individualismo han
renunciado al imperio de la ley y paradójicamente, en detrimento del ciudadano.
En nuestra sociedad sigue vigente el viejo
principio hispánico de que las leyes se acatan pero no se cumplen y de allí la
indefensión total en que vivimos: nada se mueve en nuestro país sin soborno y
sin palancas, corvirtiéndonos a todos, aún a nuestro pesar, en cómplices. No hay peor viacrucis que una oficina pública
y el trato obligado con funcionarios ineptos, puestos allí como recompensa
partidista y con patente de corso para la corrupción impune. Corrupción y burocracia han llegado a ser
sinónimo en nuestro país, en donde la condición de ciudadano está todavía por
conquistarse. Como ciudadanos estamos
desamparados y desasistidos frente a la agresión permanente de los servicios
públicos y la violencia de la ciudad hostil.
Un tránsito agresivo y anárquico, una sociedad rampante y una
delincuencia desatada y frente a ello la pasiva complicidad del gobierno y de
los Concejos Municipales. La autoridad
sustentada en la ley es imprescindible igual que ciudadanos conscientes y
organizados; sin estos dos pilares no hay desarrollo social.
Un gobierno debe ser
eficaz responsable de sus actos y un ciudadano debe ser libre pero solidario,
tal como queda expresado en la fórmula de B. Juárez “el respeto al derecho
ajeno es la paz” que en el fondo expresa el viejo principio de no hacer a los
demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros.
Estado, gobierno y
ciudadano deben marchar juntos en la construcción de la mejor sociedad posible
y el secreto, no es otro que el respeto y fiel cumplimiento de las leyes; ésta
ha sido la fórmula de los grandes pueblos así como las virtudes de sus
ciudadanos, fundados en una ética exigente del comportamiento social.
Entre nuestras múltiples
carencias y necesidades está la de convertirnos en ciudadanos y entre todos
construir una república decente y una sociedad libre y justa. La grandeza del país está en la solidaridad y
la honradez de sus habitantes comprometidos con Venezuela, no como simple
fórmula retórica, sino en la conducta diaria.
Tenemos que construir una sociedad fundada en una ética del
comportamiento, más allá de las palabras y los gestos. Una República de ciudadanos, en donde el
gobierno esté subordinado a éstos y
todos a la ley.
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