martes, 26 de noviembre de 2002

Estado Débil y Ciudadano Indefenso



En Venezuela, es creencia común, pensar que el nuestro es un Estado y un gobierno fuerte y omnipotente: nada más falaz, pues entre nosotros el Estado es macrocefálico pero ineficaz y poco integrado, y en cuanto al gobierno es arbitrario o inoperante, manda pero no gobierna.  Nuestro funcionario más importante, el Presidente, es un prisionero de la burocracia, el partido y los grupos de presión.  En nuestra sociedad el verdadero poder está en el individuo, egoísta y anárquico, en el amiguismo, en el compadrazgo y en la complicidad corruptora.  Somos un país de relaciones personales y no de leyes y mucho menos de deberes.  La ley existe para ser incumplida, nuestra máxima aspiración es hacer lo que nos da la gana, lo que Ortega y Gasset llamaba la filosofía de la gana.  Herencia hispánica, tipificada por excacerbación individualista del comportamiento social y que conduce a una afirmación anárquica del propio yo, más allá de toda norma y de toda solidaridad.  El hispano de allá y el criollo de acá viven y trabajan para trasgredir las leyes; éstas son letras muertas y de allí su proliferación, mientras más leyes menos se cumplen.  En función de esta realidad y esta psicología es que el Estado y el gobierno son débiles: frente al individualismo han renunciado al imperio de la ley y paradójicamente, en detrimento del ciudadano.
En nuestra sociedad sigue vigente el viejo principio hispánico de que las leyes se acatan pero no se cumplen y de allí la indefensión total en que vivimos: nada se mueve en nuestro país sin soborno y sin palancas, corvirtiéndonos a todos, aún a nuestro pesar, en cómplices.  No hay peor viacrucis que una oficina pública y el trato obligado con funcionarios ineptos, puestos allí como recompensa partidista y con patente de corso para la corrupción impune.  Corrupción y burocracia han llegado a ser sinónimo en nuestro país, en donde la condición de ciudadano está todavía por conquistarse.  Como ciudadanos estamos desamparados y desasistidos frente a la agresión permanente de los servicios públicos y la violencia de la ciudad hostil.  Un tránsito agresivo y anárquico, una sociedad rampante y una delincuencia desatada y frente a ello la pasiva complicidad del gobierno y de los Concejos Municipales.  La autoridad sustentada en la ley es imprescindible igual que ciudadanos conscientes y organizados; sin estos dos pilares no hay desarrollo social.
         Un gobierno debe ser eficaz responsable de sus actos y un ciudadano debe ser libre pero solidario, tal como queda expresado en la fórmula de B. Juárez “el respeto al derecho ajeno es la paz” que en el fondo expresa el viejo principio de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros.
         Estado, gobierno y ciudadano deben marchar juntos en la construcción de la mejor sociedad posible y el secreto, no es otro que el respeto y fiel cumplimiento de las leyes; ésta ha sido la fórmula de los grandes pueblos así como las virtudes de sus ciudadanos, fundados en una ética exigente del comportamiento social.
         Entre nuestras múltiples carencias y necesidades está la de convertirnos en ciudadanos y entre todos construir una república decente y una sociedad libre y justa.  La grandeza del país está en la solidaridad y la honradez de sus habitantes comprometidos con Venezuela, no como simple fórmula retórica, sino en la conducta diaria.  Tenemos que construir una sociedad fundada en una ética del comportamiento, más allá de las palabras y los gestos.  Una República de ciudadanos, en donde el gobierno esté subordinado a éstos y  todos a la ley.

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