Colombia
es un país que desafía la imaginación.
Es una sociedad altamente compleja y difícil. En ella se vive y se respira una violencia
cotidiana que lleva más de 50 años y va en aumento.
Es
una guerra larga y que no acabará hasta que la guerrilla triunfe y todo indica
que va a ser así. El Estado está
colapsado, aunque puede resistir y sobrevivir muchos años más, como soporte de
una oligarquía, mineralizada en sus intereses, pero altamente hábil para
permanecer en el poder, aunque cada día más acosado.
El
gobierno colombiano ya no tiene el control del país; hay una ecología de la
violencia que ha permitido que ésta se aposente institucionalizada en casi todo
el país. Colombia es intransitable
por carretera; el Estado no
garantiza seguridad en ninguna de
ellas. El río Magdalena, corazón de
Colombia, es área de combate, igual que las fronteras y el sur selvático, hoy
mayormente “ despejado“ y bajo control de la guerrilla. Muchas zonas montañosas y casi todas las
grandes ciudades están segmentadas y fracturadas entre las zonas urbanas
prósperas y el resto ocupado por una marginalidad creciente y agresiva.
Frente
a esta realidad, está el otro país que ha asumido lo excepcional como ordinario
y convive con la violencia y la guerra.
Es un país que sigue empeñado en seguir
adelante, en crecer y apuntalar una economía que no está tan mal en
términos macroeconómicos, aunque la
miseria general y el empobrecimiento colectivo es evidente. El Colombiano es un pueblo educado,
disciplinado y laborioso, pero muy maltratado en su esperanza. Lo más enaltecedor de Colombia es el esfuerzo
educativo y cultural en que viven empeñados, en donde el sector privado ha
jugado un papel mucho más importante que en Venezuela. Poseen excelentes Universidades, en donde sin
lugar a dudas sobresale la
Javeriana de los Jesuítas; buenos Periódicos, excelentes
Museos, en donde el del Oro, es
parangonable a los mejores del mundo.
Igualmente,
el Colombiano es un pueblo con un alto sentido de su propia identidad, tradición
e historia; de una gran riqueza antropológica, se enfrenta al futuro, asustado
y esperanzado al mismo tiempo, y de sus muchos símbolos, nadie mejor que el
Cristo agonizante de Montserrate, caído pero no vencido.
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