martes, 4 de octubre de 2005

LÍA Y LA CIUDAD


Lía es, por encima de todo, ella misma. La experiencia más enriquecedora es conocerla; su dimensión humana y artística van a la par. Frágil y fuerte, sencilla y tenaz. Su obra, pesadamente trabajada, es ágil y abierta al espacio, siendo el infinito su objetivo. Tierra y cielo se conjugan en una obra multiforme que trata de escapar de sí misma.
Lía es un canto a la vida, por encima de cualquier limitación o miseria. Su obra se afirma laboriosa en la tierra: piedras, hierros y láminas tienden un puente hacia lo inasible, creando y configurando un nuevo espacio.
Lía es una experiencia del tiempo concreto hecho ciudad; desde su llegada a Maracaibo la identificación es total, a pesar de los malos entendidos y conflictos inevitables. Con la ciudad a cuestas fue creciendo, mujer y artista, su sensibilidad fue herida al mismo tiempo que era herida la ciudad. Sufrió el reiterado asesinato de ésta, la destrucción inútil del viejo convento y la inmolación de El Saladillo. La ciudad le dolía mientras se la arrebataban a pedazos. Frente a los nuevos bárbaros que destruían la ciudad en forma inmisericorde, o la hacían crecer en el caos, Lía oponía una idea o un proyecto para conservar, para rescatar, para hacer: el Teatro Baralt, el viejo Mercado, el Hotel Granada, el Barco-Museo. La ciudad y el lago la apremiaban y urgían; frente a la indiferencia y desidia general, Lía oponía una esperanza indeclinable que hoy encarna en su proyecto del Museo del Patrimonio y la Memoria Regional. El universo le pertenece al ser humano, pero éste sólo pertenece a un lugar, Lía y Maracaibo sellaron para siempre un pacto de pertenencia mutua, si es verdad que el amor es eterno, que el amor es generosidad y lealtad, Maracaibo y Lía se han fundido en una sola cosa.
Lía cree en la amistad y la práctica, pródiga en la alabanza, a nadie niega su ayuda, su cercanía fortalece y estimula. Es tanta su dimensión humana que hasta la propia obra se empequeñece frente a ella. Es una obra importante y hermosa, con un lenguaje y una simbología poderosa, un espacio conquistado al infinito y a la eternidad, un canto a la vida; el trabajo y los días de Lía nunca han renunciado a la utopía.
Lía vive la angustia de la trascendencia, es una mujer de fe, en su vida proyecta el milagro de la humildad y cotidianidad creadora, sometida a duras pruebas, siempre ha sabido vencer, indoblegable. Su obra brota fecunda de sus manos, desde el fondo geológico de las piedras, recuperó el fuego y aprendió a forjar el metal. Los cuatro elementos están presentes en su vida y en su obra: tierra- fuego, agua-aire, fiel discípula de Teilhard, sabe que la materia se espiritualiza y busca el punto omega. Cristianismo encarnado el suyo, descubrió en su semejanza el rostro de Dios. Búsqueda y huída al mismo tiempo, la obra de Lía vive potente y extraviada en ésta su ciudad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario