Lía es, por encima de todo, ella misma. La experiencia
más enriquecedora es conocerla; su dimensión humana y artística van a la par.
Frágil y fuerte, sencilla y tenaz. Su obra, pesadamente trabajada, es ágil y
abierta al espacio, siendo el infinito su objetivo. Tierra y cielo se conjugan
en una obra multiforme que trata de escapar de sí misma.
Lía es un canto a la vida, por encima de cualquier
limitación o miseria. Su obra se afirma laboriosa en la tierra: piedras,
hierros y láminas tienden un puente hacia lo inasible, creando y configurando
un nuevo espacio.
Lía es una experiencia del
tiempo concreto hecho ciudad; desde su llegada a Maracaibo la identificación es
total, a pesar de los malos entendidos y conflictos inevitables. Con la ciudad
a cuestas fue creciendo, mujer y artista, su sensibilidad fue herida al mismo
tiempo que era herida la ciudad. Sufrió el reiterado asesinato de ésta, la
destrucción inútil del viejo convento y la inmolación de El Saladillo. La
ciudad le dolía mientras se la arrebataban a pedazos. Frente a los nuevos
bárbaros que destruían la ciudad en forma inmisericorde, o la hacían crecer en
el caos, Lía oponía una idea o un proyecto para conservar, para rescatar, para
hacer: el Teatro Baralt, el viejo Mercado, el Hotel Granada, el Barco-Museo. La
ciudad y el lago la apremiaban y urgían; frente a la indiferencia y desidia
general, Lía oponía una esperanza indeclinable que hoy encarna en su proyecto
del Museo del Patrimonio y la Memoria
Regional. El universo le pertenece al ser humano, pero éste
sólo pertenece a un lugar, Lía y Maracaibo sellaron para siempre un pacto de
pertenencia mutua, si es verdad que el amor es eterno, que el amor es
generosidad y lealtad, Maracaibo y Lía se han fundido en una sola cosa.
Lía cree en la amistad y la práctica,
pródiga en la alabanza, a nadie niega su ayuda, su cercanía fortalece y
estimula. Es tanta su dimensión humana que hasta la propia obra se empequeñece
frente a ella. Es una obra importante y hermosa, con un lenguaje y una
simbología poderosa, un espacio conquistado al infinito y a la eternidad, un
canto a la vida; el trabajo y los días de Lía nunca han renunciado a la utopía.
Lía vive la angustia de la
trascendencia, es una mujer de fe, en su vida proyecta el milagro de la
humildad y cotidianidad creadora, sometida a duras pruebas, siempre ha sabido
vencer, indoblegable. Su obra brota fecunda de sus manos, desde el fondo
geológico de las piedras, recuperó el fuego y aprendió a forjar el metal. Los
cuatro elementos están presentes en su vida y en su obra: tierra- fuego,
agua-aire, fiel discípula de Teilhard, sabe que la materia se espiritualiza y
busca el punto omega. Cristianismo encarnado el suyo, descubrió en su semejanza
el rostro de Dios. Búsqueda y huída al mismo tiempo, la obra de Lía vive
potente y extraviada en ésta su ciudad.
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