lunes, 6 de diciembre de 2010

La revolución como ilusión


La palabra revolución de tanto repetirla y aplicarla a cualquier cosa, se convirtió en un término equívoco y vacío. La idea de cambio subyacente en la misma desaparece por el abuso nominalista. En nuestra historia política esto es fácil de ilustrar; todos nuestros dictadores y autoritarios se han presentado en algún momento como revolucionarios y la ignorancia les compró la ilusión. Las cosas no cambian pero la propaganda y el pensamiento mágico trasmuta la pesadilla real en un sueño mágico e irreal pero que opera fuertemente en el inconsciente colectivo de sociedades adormecidas e individuos que le tienen miedo a la libertad, así como a pensar, para evitar la condición de adultos que les permita asumir la propia responsabilidad frente a la realidad. En consecuencia, mucho líderes son simples ilusionistas, encantadores de serpientes, como el brujo cubano que tiene medio siglo pregonando una revolución en su isla-cárcel llena de hambre y miserias morales. Más cercano a nosotros, el discípulo dispendioso e irresponsable, que arruina a uno de los países con más posibilidades materiales de un mejor destino, con un discurso distraccionista e ilusorio, ofreciendo un futuro que ya es pasado.
La revolución no significa otra cosa que la necesidad de cambiar en una época de tiempos acelerados gracias a la tecno-ciencia y a los cambios de hábitos mentales y culturales que ella misma impulsa. El ilusionismo no solo afecta al gobierno con su pretendido cambio que no cambia nada y todo lo empeora sino también en la oposición tienen cultores, como cuando entretenidos en manipular las miserias locales, en un populismo trasnochado, olvidan que el futuro está en la economía globalizada y en la visión y esfuerzo para preparar adecuadamente a las nuevas generaciones para ese futuro que ya llegó. La política en nuestros predios sigue siendo más realismo mágico que economía política y el gobierno, en todos sus niveles, en vez de gerenciar y administrar lo que hace es ilusionar y hablar, mientras la arbitrariedad y la corrupción se nos vende como revolución. El concepto de revolución surge en la tradición moderna como un cambio político en profundidad, emblematizado en las llamadas revoluciones burguesas del siglo XVIII y XIX. En el siglo XX con la revolución bolchevique de 1917 es asumida además como un profundo cambio de sistema de carácter político, socio-económico y cultural, es decir, la revolución total, después de su fracaso ya nadie cree que la revolución no sea otra cosa sino un cambio de paradigmas mentales y culturales impulsados por la tecno-ciencia y que implica fundamentalmente una responsabilidad personal.

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