lunes, 12 de diciembre de 2011

De la memoria ancestral al siglo XXI

“Conócete a ti mismo y haz lo que debes”
Platón citado por Montaigne

“La Historia no se repite pero el hombre siempre se repite a sí mismo”
Tucídides

Somos peregrinos del tiempo, siempre en camino y confrontando desafíos y encrucijadas. No hay arte más difícil que el arte de elegir, de alguna manera no otra cosa es el destino.
El ser humano vive acompañado y asume la dialéctica de lo particular a lo universal. Seres telúricos por excelencia nunca como ahora hemos sido convocados a lo ecuménico global. El siglo que recién comienza entre otras cosas va a estar signado por las comunicaciones y los desplazamientos, como nunca antes la humanidad los había conocido. Nunca más gregarios y cosmopolitas, como una paradoja esencial de nuestro tiempo y que expresó muy bien el escritor Italo Calvino: querámoslo o no pertenecemos a un lugar, aunque siempre en trance de abandonarlo o con ganas de irnos.
La globalización o mundialización, la antigua ecúmene griega es cada día más real y condiciona fuertemente nuestra consciencia de la realidad. Muy acertado estuvo Mcluhan al describirnos a la humanidad contemporánea como una tribu en torno a un televisor; es la tribu urbana de los postmodernos con sus “guetos” urbanos y suburbanos y sus infinitas soledades de la consciencia contemporánea. Nunca fuimos más universales y nunca hemos sido más provincianos.
El proceso civilizatorio o la hominización del planeta dio un salto cualitativo con la “individuación” de la persona, sin distingos de ningún tipo y que permitió establecer de manera firme y definitiva nuestra condición civil en paralelo con la progresiva unificación del mundo y la convicción cada día más generalizada de que “el poder de transformación más eficaz no es la violencia... sino la preocupación por las víctimas” de cualquier tipo así como el empeño por establecer relaciones más humanas entre todos. En cada sociedad son las personas en uso y desarrollo de la libertad con responsabilidad, los hacedores de historia y de ninguna manera los colectivos anónimos o las instituciones despersonalizadas.
En esta mala hora nacional el ejercicio de ciudadanía y la necesidad de organizarnos como sociedad civil es urgente y perentorio y la necesidad de expresarnos en colectivo como una sociedad que comparte una historia, una cultura y un futuro. Este “todo” social y comunitario se expresa y actúa a través de la “persona” en su condición de individuo, portador de responsabilidades y derechos y sujeto a leyes y normas, siendo la primera y principal la norma moral y ética y es que todo acto humano es un acto moral por definición ya que nuestra capacidad de bien o de mal para nuestros semejantes es infinito.
En su proceso evolutivo la humanidad ha mantenido un fuerte anclaje en sus etapas más primitivas. podemos decir que la naturaleza humana resulta casi inmutable y de allí la conducta reiterativa y repetitiva cuando se trata de emociones y costumbres o de nuestra actitud cultural en las relaciones con los demás y con el poder. En este último caso no hemos avanzado mucho y tendemos a repetir la experiencia primitiva de las antiguas tribus y el liderazgo o la jefatura del cazador-proveedor.
En un sentido social y colectivo el individuo identificado y asumido en el grupo o la masa vive en tensión permanente entre un cerebro primitivo anclado traumáticamente en el pasado inconsciente y un futuro indeterminado que nos llena de temor y espanto.
Dice el Premio Nobel Elías Canetti (1981) en su libro “Masa y Poder” “Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido” y siempre el tiempo más atemorizante es el pasado poblado de fantasmas y el futuro habitado por demonios. En esta tensión transcurre la historia humana, cuya concreción más dramática es el llamado ciclo mimético de la dominación y el poder. Así ha sido desde siempre y seguramente así será en este tan amenazante y esperanzador siglo XXI. El número domina la historia; el número infinito de las almas ausentes; el número de los no nacidos y por nacer y el amenazante número de una demografía galopante que en los últimos 200 años ha sobrepoblado la tierra peligrosamente por lo menos para los parámetros mentales vigentes y las estructuras económicas y sociopolíticas conocidas. Cada segundo nacen 5 personas y mueren 2. somos 7 mil millones de habitantes para este agobiado planeta y nunca más solos en esta soledad de multitudes.
Según el mismo Elías Canetti, la historia es incomprensible sino la asumimos en la dialéctica de la Masa y el Poder, de allí que distingue cinco categorías o cenceptualizaciones.
Uno, La “masa de acoso” que “sale a matar y sabe a quien matar”; no otra cosa han sido las guerras de todos los tiempos, es la vieja Muta o partida de caza y de guerra, y no importa con qué principios abstractos hayan sido convocados: guerras de Religión, guerras de conquista o confrontaciones ideológicas, al final el fin siempre es el mismo: la dominación.
En sentido ritual se pretende exorcizar el mal a través del sacrificio del enemigo. De allí las ejecuciones rituales como la lapidación y la hoguera y mucho más recientemente, en las páginas e informaciones de los medios, pretendidamente asépticos y neutrales, las múltiples muertes de “los malos”, “los diferentes”, “los otros”, que abundantemente llenan nuestras páginas de sucesos. Ver sufrir a otros más que piedad concita indiferencia o alivio porque “no nos tocó a nosotros”. Es la proyección simbólica del antiguo rito del “chivo expiatorio” a través del cual el grupo expulsaba de su entorno todos los males y amenazas y canalizaba la violencia colectiva para evitar venganzas suicidas. Un buen ejemplo actual es la muerte dramática del tirano libio Gadafi en su transfiguración del poder al olvido. Había como una necesidad inconsciente sacrificial. Era como un premio colectivo, un trofeo autoconcedido. Es la pretensión del botín sin riesgo; de manera violenta y mágica; desde otro punto de vista es como nuestra relación mágica y malsana con la renta petrolera.
Dos, “masa de fuga”; es el temor y el miedo generalizado, es el peligro que lo amenaza a uno y al mismo tiempo nos amenaza a todos.
Tres, “masa de prohibición”; es la resistencia instintiva, colectiva, es la necesidad de no dejarse avasallar y al mismo tiempo tratar de conseguir un objetivo común; el mejor ejemplo en una sociedad industrial es la huelga, según el propio Elías Canetti. Todos son solidarios y el verdadero enemigo no es contra quien se hace la huelga, sino el que la rompe desde adentro, el esquirol, el traidor.
Cuatro, “masas de inversión” es organizarse y movilizarse para cambiar las relaciones de poder, propia de las llamadas épocas revolucionarias, cuando el poder cambia de manos en sentido grupal o clasista.
Cinco, “masas festivas”; es el sentimiento de pertenencia y goce, una fiesta colectiva nos hace eternos en sentido histórico. Un buen ejemplo entre nosotros es el ciclo festivo de fin de año, desde la bajada de la virgen hasta la subida de los furros, nunca el maracaibero y el zuliano en general se siente más a gusto y más realizado.

En estas cinco tipologías de conductas colectivas se resume y expresa lo poco que ha avanzado la humanidad y de alguna manera dándole la razón al filósofo Inmanuel Kant cuando se refería a la minoridad de la humanidad, de la cual no terminamos de salir.
El mundo cambia sin lugar a dudas y a todos nos toca cambiar y lo más importante y difícil es cambiar nuestra percepción de la realidad, condicionados por el pensamiento y teorías de los últimos 300 años. El mundo se hizo urbano; con las clases medias la riqueza se democratiza; las masas impulsan el proyecto democrático; la pobreza es real y muy generalizada, pero política y económicamente se le puede hacer retroceder; allí están para demostrarlo entre otros países de crecimiento y desarrollo reciente, China, la India y Brasil, con sus economías y sus clases media emergentes y como novedad absoluta África con su 35% de sectores medios y un crecimiento económico promedio del 5%, algo parecido sucede en América Latina, lo que nos permite pronosticar que el siglo XXI no solamente va a ser el siglo Asiático y del Pacífico igualmente puede ser el siglo de África y América Latina. La batalla de la pobreza no se ha ganado pero tampoco está perdida y hay que intentar ganarla. El mundo ya no es europeo ni occidental y el impulso tecnocienifico es impresionante en cuanto a posibilidades y oportunidades pero igualmente lleno de amenazas. Los únicos que no han entendido esta realidad son los pocos países con gobiernos fracasados, hundidos en sus anacronismos políticos e ideológicos. La imaginación y la realidad multiforme y compleja nos impulsan a un nuevo mundo. Cada día se alejan más los últimos tres siglos sin que por ello dejemos de reconocer los portentosos avances logrados en la llamada modernidad. La posmodernidad ya es un clima cultural y espiritual dominante que nos exige perentoriamente una nueva teoría y una nueva praxis y en particular en el campo de la política y la economía. El capitalismo y el comunismo en términos reales e históricos ya forman parte de la prehistoria de la humanidad. El capitalismo financiero y especulador es una vergüenza y un fracaso indignante, como lo son los gobiernos totalitarios, de economías estatizadas y sociedades cerradas. El siglo XXI es la posibilidad dialéctica de superar ambos sistema y no podemos fracasar. Las utopías concretas siguen siendo posibles en el nuevo siglo sin cometer la ingenuidad de pensar que va a ser fácil y de que las violencias de todo tipo que han acompañado siempre a la humanidad van a desaparecer.
Este ejercicio antropológico-simbólico que hemos intentado y que tipifica muy bien la conducta humana asumida colectivamente, se nutre de múltiples ciencias y experiencias que nos han permitido conocer y comprender como nunca antes las complejidades del pasado y del presente. Conceptos como la Muta y la Masa significan que no somos tan modernos como nos pretendemos y mucho menos cuando se trata del poder y la dominación. En la perspectiva del siglo XXI ¿cómo superar el ciclo mimético de las dominaciones y cómo horizontalizar la vida social?; desde la pareja y la familia hasta las estructuras sociales y políticas más complejas. ¿Cómo aprender a construir instituciones con ideales compartidos a nivel global?. ¿Cómo desde el conocimiento crear y construir libertad?. ¿Cómo pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad?. ¿Cómo romper la terrible dialéctica del amo y el esclavo?. ¿Cómo construir el reino de la fraternidad?.
Los seres humanos en el umbral del tiempo, siempre vuelven a estar solos. Solos en la soledad de la conciencia y paradójicamente solos en esta soledad existencial es cuando se posibilita el encuentro con “el otro”. Del Poder sólo podemos librarnos a través de la conciencia, tanto de sus tentaciones como de sus padecimientos. La masa anónima, pasiva y expectante y casi siempre movilizada por miedo o sujeta a sus necesidades es la bestia irracional y peligrosa que sustenta el poder. En ella y con ella el aniquilamiento es posible y la historia como horror y tragedia se hace presente. La masa se mueve por instinto, instinto de muerte o instinto de placer, en el fondo es lo mismo. El poder de destrucción que se acumula en ella es inconmensurable. El principal riesgo del siglo que comienza es la multiplicación irresponsable de la especie y el agotamiento suicida del planeta. La bomba demográfica y la bomba ambiental potencian la bomba de la pobreza y las desigualdades y si no desarmamos estos artefactos de destrucción producidos por el propio ser humano el siglo XXI se vería fuertemente comprometido como posibilidad en la esperanza.
El siglo XX para nuestro país fue el siglo del petróleo, palanca fundamental de nuestro desarrollo. Pasamos de ser un país rural y pobre a una sociedad moderna, urbana y de clase media, de manera peligrosamente aluvional y acelerada, sin embargo, fue un proceso altamente positivo para el país pero los riesgos que ellos implicaba no supimos anticiparlos y mucho menos evitar las desviaciones y errores propios de un país minero o país-campamento como lo llamó Cabrujas, y ello, a pesar de que algunos venezolanos preclaros y lúcidos nos lo advertían de manera insistente y particularmente Juan Pablo Pérez Alfonso. Eran los denostados e incómodos profetas del desastre, pero tenían razón.
De manera paradójica el modelo de bienestar y progreso en curso hace crisis en los dos momentos de mayores ingresos fiscales. El primer boom de la llamada gran Venezuela de CAP I que potenció el modelo del despilfarro y la corrupción y esta irracionalidad de los últimos 13 años que ha multiplicado igualmente el despilfarro y la corrupción y que inventó la peregrina idea de progresar, retrocediendo. Nuestra crisis es de larga duración y llevamos casi 30 años en ella y es una crisis histórica de un modelo rentista insostenible. De aquí en adelante las dificultades van a continuar, pero con la posibilidad de remitir y superar la crisis sobre la recuperación indispensable de los valores éticos y morales como requisito necesario para la recuperación a plenitud del proyecto democrático, la autonomía de los poderes y el protagonismo civil. Talento nacional tenemos y ganas de hacerlo. Hay que reinstitucionalizar el país, exigir responsabilidades personales a todos los niveles e incentivar la participación del ciudadano, sujeto y objeto de su propia promoción y liberación. Sin lugar a dudas, nuestro mejor destino está hacia adelante.
En esta “profecía de la memoria” según el decir de Elías Canetti, que hemos intentado, otra vez se entrecruzan el tiempo social con el tiempo personal y en mi caso nada me identifica mejor, en estos espacios sagrados de la memoria que la poesía de Lilia: “Soles caídos / se anidan en las manos / en la penumbra / de la tarde derribada”.

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