De
todas las especies, solo la humana conoce o tiene una idea de Dios,
pero pareciera empeñado en seguir viviendo como si no lo
conociéramos. Para re-conocernos humanos, tampoco ha sido fácil,
los primeros europeos en América se plantearon si el indígena era
poseedor de alma, es decir, si era humano. Todavía hoy para el
racista y el fundamentalista pareciera que la pregunta sobre la
humanidad del “Otro” fuera pertinente. La intolerancia frente a
lo diverso-diferente sigue siendo la cultura dominante a pesar de la
consciencia universalizada de que somos UNA humanidad, siendo
doctrina universal proclamada tanto los Derechos Humanos como la
Tierra Casa Común. La palabra y el concepto FRATERNIDAD, sigue
ausente del debate y cuando se asume como doctrina en discusión
normalmente produce incomprensión y escándalo.
La
humanidad: cada patria y cada cultura, sigue aferrada a su
etnocentrismo endogámico, negador “del Otro”, y las ideologías
de los múltiples “ismos” se retroalimentan en la confrontación
y la guerra.
La
fraternidad no solo se olvida como concepto sino que está
dramáticamente ausente de nuestras praxis individuales y colectivas
y para la mayoría sigue siendo un concepto abstracto que de manera
cómoda se ubica en el campo de los ideales y de la utopía.
Desde
1945 con la energía atómica utilizada para fines bélicos, la
humanidad técnicamente posibilitó el suicidio, potenciado en los
siguientes años con el desarrollo de la energía nuclear y
termonuclear.
Preguntado
Einstein sobre una eventual guerra mundial (sobre lo cual el Papa
Francisco y otros vienen alertando, como un potencial conflicto
global en desarrollo) contestó el científico, que él no sabía
como sería esa guerra pero estaba seguro que si la humanidad lograba
sobrevivir, regresaríamos a la edad de piedra.
La
FRATERNIDAD, como un concepto abstracto de la filosofía, pasa a ser
una exigencia de discusión en el ámbito de la política y las
estructuras de poder.
En
este evento que estamos inaugurando con ustedes (VII Seminario
Internacional “Fraternidad, Reconciliación y Diálogo en
Fronteras), entre los propósitos está continuar con la discusión
del tema de la fraternidad pero orientados hacia ámbitos concretos
como diálogo, convivencia, reconciliación y cualquier otro aspecto
que tiene que ver con los muchos desencuentros presentes y futuros
que seguramente seguirán acompañando nuestros procesos históricos
locales, nacionales y globales.
Estamos
obligados a intentar superar el pesimismo de Kant cuando dice: “con
la retorcida madera con el que está hecho el hombre, no es posible
construirlo enteramente recto”.
El
hombre moderno y postmoderno se emancipa de la idea que el presente
es apenas un reflejo empobrecido del pasado y se reafirma en el
principio racionalista que “otro mundo es posible”, un mundo
siempre en progreso y mejor que el tiempo conocido y transcurrido. Es
creencia común que el presente solo se justifica como semilla del
futuro y sobre esta base se viene hablando desde hace varios siglos
de Progreso y Felicidad y en nombre de ambos hemos cultivado al
unísono tragedias y utopías.
Las
diversas filosofías del progreso indetenible, sustentado en la razón
y en el desarrollo portentoso de la tecno-ciencia, pretendían negar
las viejas creencias de que la historia no es otra cosa que maldad,
sufrimiento y tragedia, con sus ciclos fatales de guerras y
violencias que periódicamente nos recordaban nuestra descendencia
cainítica. A veces la impresión que se tiene es que nuestra
verdadera vocación es destruir y vaciar de humanidad y divinidad
nuestra existencia social e histórica, lo que llevó a Martin Buber
a calificar el siglo XX por su multiplicadas violencias e
inhumanidad, como un siglo sin Dios.
Platón
y Aristóteles fundan la Política en términos de pensamiento y
racionalidad: en ambos, la utopía está presente, en el primero, de
manera poética, la utopía como ideal y en el segundo, en función
de lo real-posible. La idea es “construir la ciudad”, un “hacer”
que concibe el interés individual conciliable con el interés
colectivo. Todas las doctrinas e ideologías de los últimos siglos
se lo han planteado de una u otra manera, y proclamadas en 1789 con
la Revolución Francesa con los conceptos:
Libertad-Igualdad-Fraternidad.
La
Libertad es intrínseca al ser humano. La Igualdad es el
reconocimiento de que todos somos iguales en dignidad y la
Fraternidad, que en cierto sentido pudiera ser expresada con la
palabra Paz, principio y concepto necesarios para el reconocimiento y
respeto del Otro, para convivir e intentar comprender y trabajar en
función de objetivos comunes, más allá de cualquier límite o
concepto discriminador.
En
el campo venezolano entre los agricultores de nuestros Andes
trujillanos existe una frase que lo expresa y resume muy bien:
“Siembra a dos manos”. No hay duda que si queremos merecer un
futuro tenemos que aprender a sembrar juntos más allá de cualquier
diferencia y de cualquier frontera.
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