La peor
democracia siempre es mejor opción que la mejor dictadura.
Los
totalitarismos comunistas, fascistas o nazistas o de cualquier signo
son absolutamente inaceptables.
El problema en el siglo 21 no es
el presunto conflicto civilizatorio, cultural o religioso entre
Oriente y Occidente sino entre democracias y autocracias y la
economía no es un problema de ideologías sino de prosperidad
general y distribución con un criterio de “Bien Común”, cuyo
principal objetivo real es la disminución de las desigualdades.
El
paradigma de la libertad y la fraternidad global no son algo
abstracto ni ilusorio sino una necesidad de este siglo. El Papa
Francisco lo ha planteado muy claro en sus dos ENCICLICAS
LAUDATO
SI (LA CASA COMÚN) y FRATELLI TUTTI (HERMANOS TODOS).
Las Utopías
no son simples ilusiones ni ejercicios teóricos inútiles sino un
recurso existencial necesario frente al corrosivo nihilismo
contemporáneo y al consumismo dispendioso irresponsable que ha
terminado en este pesimismo derrotista de millones de personas en el
mundo entero y particularmente en las sociedades más prósperas.
Las
distopías, visión o proyección de tiempos por venir sin esperanza
nos está cancelando el futuro, de allí la necesidad de creer que
podemos intentar construir siempre tiempos mejores.
Es la
principal herencia histórica y cultural de la llamada era-moderna,
abandonar el deseo de libertad y progreso es casi un suicidio moral,
individual y colectivo.
Está reflexión responde a la imagen
simbólica de la Estatua de la libertad cubierta con la bandera de
Ucrania.
Pueblo heroico que hoy lucha por su libertad y
democracia.
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