Una ciudad, cualquier ciudad, para sus habitantes, es la casa grande. Como habitante de esta, mi casa grande, la disfruto y la padezco, como todos.
En nuestro caso específico, Maracaibo cumple 496 años, con
su historia a cuestas. Con poca memoria colectiva de esos casi cinco siglos, un
presente precario y rodeado de incertidumbres —como el resto del país— y un
futuro que se nos escapa.
Mientras el siglo XXI avanza, aquí uno tiene la sensación de
un tiempo detenido y regresivo. Me gusta pensar en el futuro, y veo a mi ciudad
en descuido con respecto a él. Algunas ideas generales andan por allí, y algún
que otro proyecto, pero los percibo más como buenas intenciones o francas
ilusiones.
El futuro tiene por fundamento el pasado y, principalmente,
el presente. Sin una base financiera y económica sólida, la mejor idea, el
mejor plan y proyecto para mañana terminan en gavetas burocráticas o informes
que nadie lee ni toma en cuenta.
Sé que hay personas e instituciones que hacen un gran
esfuerzo para mantener viva y en progreso a la ciudad, pero tanto el político
como el gobernante viven y actúan en el corto plazo, casi siempre pensando en
la próxima elección.
El empresario, grande y pequeño, no planifica sino para el
corto plazo, porque para ellos todo son amenazas: desde un entorno sin
legalidad verdadera, sujetos a las arbitrariedades del poder, hasta la
atmósfera de corrupción presente en todas partes y a todos los niveles.
Una sociedad, una ciudad así, no progresa: sobrevive a sí
misma.
Maracaibo, igual que todo el país, necesita
descentralizarse. En el caso de nuestra ciudad, debe “municipalizarse”, por lo
menos en uno o dos municipios más —municipio Oeste (después le ponen el nombre
que quieran).
Otro proyecto viable desde ya es la arborización masiva.
Bastaría una ordenanza perentoria y que se cumpla, para un compromiso real de
todos los habitantes, instituciones, empresas, sectores públicos y privados.
El resto son quejas y deudas pendientes, acostumbradas: aseo
urbano, agua, electricidad, vialidad (huecos incluidos), transporte público y
un largo etcétera. Los problemas son reales; las soluciones, hasta ahora, son
promesas.
Maracaibo y el Zulia han perdido esa primogenitura que
tuvimos en la segunda mitad del siglo XIX y XX. Hoy está en mengua, porque
también el país lo está. Pero creo que, en términos de iniciativas públicas y
privadas, y en términos gerenciales y administrativos, se pudo haber hecho en
la ciudad más y mejor.
También hay que asumir nuestras responsabilidades colectivas
en términos de ciudadanía. Muchos dejamos mucho que desear. Nos quejamos y
criticamos, pero nuestras conductas cívicas, en muchos casos, hablan de
desorden, anarquía, exceso de individualismo y mala educación.
Brindo por mi ciudad, y espero que en los 500 años, además
de los actos protocolares, tengamos algunas cosas buenas que mostrar.
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