La historia no puede ser vista en blanco y negro, eso
no es científico sino fanatismo o sectarismo, propio del pensamiento irracional,
especialmente cuando se mezcla con lo religioso, lo ideológico y lo político,
es decir esa alquimia peligrosa, como decía P. Valery, de las supersticiones,
las creencias y los intereses. Como ejemplos tenemos en la actual coyuntura el
caso venezolano, como si la historia del país terminara aquí y todo se redujera
a chavismo y antichavismo. Estos términos hay que escribirlos con minúscula
porque hoy parecen arroparlo todo y en la perspectiva histórica dudo si van a
llegar a ser realmente importantes. Chávez es un adocenado caudillo más de
nuestra triste y miserable historia de dictadores. Existen para perpetuar el
atraso y la ignorancia y para recordarnos los fantasmas y demonios que
acompañan y expresan una parte de nuestro ser social.
Otro ejemplo, es la invasión a Irak por los
anglo-norteamericanos. En lenguaje de la
ONU esto es una agresión militar, ya que no se puede hablar de
guerra, con una diferencia tan abismal tecnológica y militar de los antagonistas. Aquí la primera víctima es
el derecho internacional, la propia ONU y su consejo de seguridad, mejor
llamarlo de aquí en adelante consejo de inseguridad. No importó para nada el
veto francés, ruso y chino ni la oposición de Alemania; todos son, hoy por hoy,
gigantes económicos y pigmeos militares, frente a una realidad
incontrovertible, estamos en un mundo unipolar, hegemonizado por Estados Unidos
¿por cuánto tiempo? Esa es la incógnita a despejar en los próximos años.
Rechazada la invasión, el fin no justifica los medios; no hay duda que buena
parte del mundo se alegra con la caída de los talibanes en Afganistán y del
sátrapa Saddam Hussein en Irak. El reto es que el remedio no sea peor que la
enfermedad y que la reconstrucción de ambos países se haga en democracia y en
desarrollo y todo con el auspicio, auxilio y apoyo internacional. ¿Hacia dónde
va el imperio? Según la historia, debe ir en busca de nuevas presas, y me luce
que puede ser Corea del Norte, Libia, Irán y porqué no, Colombia y Venezuela.
En estas guerras imperiales, los mejores aliados de
Estados Unidos son sus principales enemigos visibles, que con sus acciones les
dan pretexto y motivos para actuar. Así fue Bin Laden y la destrucción de las
Torres Gemelas. La retórica guerrerista y retadora de líderes como la de los
talibanes, Saddam, Kim el Sung, Khaddafi, Fidel, Chávez. En función de ello, y
de manera irónica me he permitido calificar a este tipo de líderes, como
verdaderos agentes de la CIA.
Los gigantes de hoy son los pigmeos de mañana y la
historia nunca es en blanco y negro. La verdadera historia y lo verdaderamente
importante es la historia cultural de la humanidad y no su historia bélica y
política, ésta es ruidosa y pasajera, la otra, es silenciosa y duradera.
El fracaso de la modernidad
En América Latina y en Venezuela parte del drama
político es que no vivimos la modernidad en sus principales aportes: renacimiento,
ilustración, revolución industrial y tecno-científica. Esto nos ha llevado a
definir una cultura de la modernidad más como una moda y una retórica que como
realidad, de allí la pre-modernidad internalizada en nuestra cultura imperante
y el avanzar en círculo.
Por todo ello nos empeñamos en seguir en la
pre-modernidad, atrapados en el pasado y negando el futuro, lo del siglo XXI es
pura retórica en nuestro caso.
La brecha se ensancha entre ricos y pobres, los
primeros son cada vez menos y más ricos y los segundos cada vez más y más
pobres. “En 1960, el 20% más rico de los países del mundo era 30 veces más rico
que el 20% más pobre. Treinta años después 1990, el 20% más rico de los países,
era 60 veces más rico que el 20% más pobre”.
Igual la brecha tecnológica, los países avanzados se
despegan y nos dejan atrás y nos convierten en simples consumidores y usuarios
de chatarra tecnológica. América Latina no llega al 2% de la innovación tecno-
científica mundial, es decir nada o casi nada. Si a eso unimos nuestra
decreciente participación en el comercio mundial (apenas el 4% en 1980,
mientras que en 1950 era el 12%) estamos hablando entonces de una peligrosa y
grave involución histórica. Los latinoamericanos, y en general el llamado
Tercer Mundo, hemos redefinido el concepto de progreso y desarrollo, como un
avanzar/retrocediendo. Nos empeñamos en la pre-modernidad, negamos la
racionalidad moderna y seguimos empecinados en el anti-desarrollo, anclados en
una mentalidad mineralizada en un pensamiento mágico/mítico, y un complejo de superioridad
que se traduce en un etnocentrismo provinciano que padecemos en grado sumo,
sustentado en la idea que somos un país rico, nuestra clase dirigente tiene el
complejo en grado patológico y alimenta un optimismo panglosiano y enfermizo
que les hace pensar que avanzamos mientras retrocedemos; rodeados de miseria y
carencias, seguimos hablando de nuestras riquezas y maravillas naturales,
cuando día a día destruimos y depredamos nuestro ambiente y reducimos nuestra
calidad de vida.
No se trata de ideologizar el optimismo o el
pesimismo, ni dejar de ser optimistas y esperanzados, sino de asumir realística
y críticamente nuestra realidad y avanzar de manera real y no retóricamente,
empobreciendo el país mientras nos vanagloriamos de nuestras riquezas y
bondades, que sí tenemos, pero nos empeñamos en despilfarrar y desbaratar.
Otra negación de la modernidad ha sido el desprecio
por las formas y los procedimientos, seguimos pensando en los hombres
providenciales y las soluciones mágicas e inmediatistas, sólo cuando asumamos
el principio de la norma general y el respeto a la misma, en fin, el
cumplimiento de las leyes y el cumplimiento del deber, no como una concesión o
un favor, sino como una obligación legal y moral; en ese momento habremos
entendido y asumido, la importancia y pertinencia de la tecno-burocracia que
decía Max Weber.
La sociedad moderna y democrática se fundamenta en la
revolución industrial y tecno-científica, en el Estado de Derecho y en la
educación en su más amplio y eficiente sentido. El progreso o desarrollo es un
proyecto histórico que debe ser asumido por toda la población sin magia y sin
complejo. La educación es permanente y sólo alcanzará la plenitud de sus
posibilidades cuando toda la sociedad se convierta en educadora, desde la
familia, pasando por la comunidad hasta el modelaje de la clase dirigente, que
en este sentido tiene una gran responsabilidad y que en nuestro medio
lamentablemente se ha convertido en un paradigma negativo.
Tres lecciones de nuestra historia
Los acontecimientos de carácter histórico son siempre
hechos o fenómenos de larga duración. La actual crisis nacional (2002-2003)
cuya primera manifestación visible fue el viernes negro de 1983, seguido por el
caracazo del 89 y las intentonas golpistas del 92, está tocando fondo y lo hace
con un dramatismo extraordinario, un país económicamente en quiebra, una
sociedad terriblemente empobrecida y una casi absoluta inestabilidad política.
Frente a este cuadro, la escalada confrontacional continúa y hay momentos en
que pareciera que la razón y la racionalidad se ausentaron del país.
Pero como los pueblos no se suicidan, aunque los
gobiernos cambien, al final siempre hay una solución política. En este momento,
aunque parezca lejano un acuerdo, llegará; y llegará más pronto de lo que se
piensa ya que la situación es insostenible tanto para el gobierno como para la
oposición. Todos estamos perdiendo y el país está en franco naufragio.
El pasado histórico venezolano nos enseña varios
caminos, uno, el recorte del mandato presidencial, como ocurrió con López
Contreras. Otro, la caída de Medina Angarita por no aceptar el sufragio
universal, directo y secreto, que los sectores emergentes del país demandaban y
por último la salida de Pérez Jiménez del poder
y es que Venezuela ya no puede ser gobernada desde los cuarteles. Si se
entienden y asumen estas experiencias, pronto tendremos elecciones generales anticipadas,
con supervisores y garantes internacionales y el país, redefinido el espectro
político, debe volver a ser convocado unitariamente a un proyecto país, sin
excluidos sociales y políticos y con un programa de gobierno progresista y
moderno, para seguir creciendo y avanzando en democracia y libertad.
Teoría de la sociedad enferma
Analizar una sociedad con sentido de totalidad no es
fácil, en primer lugar porque ésta cambia y está en permanente movimiento y
transformación y en segundo lugar porque la identidad nacional no es
ontológica, sino igualmente histórica, es decir, no es tanto lo que somos sino
lo que vamos siendo. Venezuela como pueblo y cultura entronca directamente con
sus raíces indígenas, africanas y europeas; como República, es decir Estado-
Nación viene de 1810, fecha emblemática de un proceso de muchos años, de
evolución.
Nos hemos ido constituyendo como país y nos seguimos
haciendo en los avatares y circunstancias de nuestra historia de muchos siglos.
En los albores del siglo XXI e inmersos en una crisis de carácter histórico con
más de 30 años de evolución y una profunda crisis política, no es ocioso
autointerpelarse sobre el “ser” nacional, virtudes y defectos de un pueblo que
van determinando su “carácter” y por consiguiente su destino. Ejercicio
precario de psicología social no es ocioso preguntarnos sobre nuestras máscaras
y vernos en el espejo de nuestra historia.
Miranda nos percibió con ansías de libertad y
proclives al bochinche, Bolívar nos verá libertarios, pero con tendencia a la
anarquía y admiradores en demasía del cuartel.
A. Guzmán Blanco simbolizó la República en un cuero de
res, pisado por un lado y alzado por el otro, desde el gobierno, y en todos los
gobiernos la cleptocracia se convirtió en un vicio recurrente y desde la
sociedad el logrerismo y el oportunismo se convirtió en vocación y hábito
nacional. Rómulo Gallegos simbolizó en el bachiller Mujiquita a los
intelectuales genuflexos, a los leguleyos obsequiosos y a los aplaudicantes de siempre.
Andrés Eloy Blanco, simbolizó en Carujo y Vargas el drama de nuestra civilidad,
el gendarme impune y arbitrario violando permanentemente las leyes y el erario
público. La “viveza criolla” en muchos autores representa una constante
nacional que nos impide acceder a la plena modernidad, Doña Bárbara anulando a
Santos Luzardo, la civilización extraviada por la barbarie.
Simón Rodríguez angustiado nos advertía “sin repúblicos
no hay República” es decir, sin ciudadanos no hay ciudadanía ni sociedad civil.
Esta visión del país, que algunos apresuradamente y de manera interesada
llamarían pesimista, en realidad es una visión agónica y trágica de nuestra
historia y que muchos se empeñan en confirmar y mantener.
En Venezuela si queremos modificar el Poder y la
manera de ejercerlo tenemos que modificar la sociedad y la manera que tiene
ésta de asumirse y representarse. La Sociedad venezolana y el imaginario social
descansa sobre dos mitos que vienen de la Edad
Media y del Renacimiento: el mito del Dorado y de la Juventud, es lugar común
en la ideología nacional asumirnos siempre como país rico y país joven,
contraviniendo todos los postulados científicos de la Economía Política
y de la Antropología
Cultural.
Igualmente el poder en Venezuela descansa sobre tres
mitos: el culto bolivariano; el mito constitucional y la ilusión
revolucionaria. Todo lo anterior permite llegar a una conclusión preocupante
que es el de nuestra minoridad histórica como pueblo; seguimos viviendo en el
presente y asumiendo el futuro desde el mito y la magia y no desde la historia y la ciencia anclados en la
utopía (lugar de ninguna parte) seguimos evadiendo construir nuestra utopía
concreta como pueblo, hic et nunc, aquí y ahora, con las posibilidades reales
de nuestro tiempo, que no son otros que los valores humanistas que la humanidad
ha proclamado y desarrollado. Un sistema político, económico y social, en donde
los principios de libertad, igualdad y fraternidad se conjuguen de la manera
más armónica posible y en donde el ser humano se redima a sí mismo en la
solidaridad y la convivencia civilizada.
Venezuela como país petrolero, murió en Febrero de
1983, que no lo entendamos y tardemos 50 ó 100 años en asumirlo es otra cosa.
El problema o la tarea es desmontar el petro/Estado, es decir, quitarle al
gobierno el control de la industria petrolera y el derecho a monopolizar y
administrar los recursos que ella genera.
El propietario es
la sociedad venezolana y en esa dirección tenemos que ir. No podemos
permitir que el que detenta el poder político también tenga el poder económico,
al igual que hay que acabar con el presidencialismo, vieja reminiscencia del
caudillismo. El Presidente no puede anular y usurpar los otros poderes.
Venezuela se enfermó por exceso de dinero. La nuestra
es una crisis de la prosperidad que maleó nuestro carácter y costumbres, todo
lo queremos fácil y sin esfuerzo. El reto está allí, cambiar de actitud y
mentalidad, pasar de un Estado y una Sociedad rentista, a un país productivo,
en donde el bienestar de todos dependa del esfuerzo, capacitación y bienestar
de cada uno.
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