En un artículo reciente en el semanario Quinto Día, Domingo Alberto Rangel, de manera enfática y directa califica a nuestras constituciones, a todas ellas sin excepción, como constituciones de papel; por algo hemos tenido o padecido casi treinta (30). La verdadera constitución, la real, está en Fuerte Tiuna, dice D.A.R. y siempre ha sido así; en el siglo XIX respondían a los intereses del caudillo de turno, el famoso traje a la medida de J. G. Monagas; situación que prevalece hasta el 18 de octubre de 1945, que según nuestro autor pasa a prevalecer, no tanto el caudillo o jefe militar, sino la estructura de las Fuerzas Armadas y en particular el Ejército. Esta situación se modificó en algo después del 23 de enero de 1958, que pasamos a un régimen de partidos, pero siempre tutelados desde Fuerte Tiuna. Desde 1992 la situación vuelve a cambiar y regresamos al tutelaje pleno y preeminencia casi absoluta de la Fuerza Armada. Es como una síntesis anacrónica, una dialéctica al revés, del poder político en manos de un caudillo y una elite militar (activa y retirada) que tiende a monopolizar todos los cargos.
Otra opinión aleccionadora la dio recientemente Felipe González, en su visita a Venezuela. El ex jefe del Gobierno español decía que la democracia no garantiza el buen gobierno, sino que si este no funciona o no satisface las expectativas populares puede ser cambiado democráticamente y esta es precisamente la diferencia más importante entre un régimen y un gobierno; el primero aspira a perpetuarse y el segundo puede ser cambiado por el voto mayoritario de los ciudadanos.
Domingo Alberto desconfía de las constituciones que se creen perfectas y nosotros desconfiamos de quienes las sacralizan mientras las violan e incumplen, vamos a confiar que las constituciones de papel engendren regímenes de papel.
Otra opinión aleccionadora la dio recientemente Felipe González, en su visita a Venezuela. El ex jefe del Gobierno español decía que la democracia no garantiza el buen gobierno, sino que si este no funciona o no satisface las expectativas populares puede ser cambiado democráticamente y esta es precisamente la diferencia más importante entre un régimen y un gobierno; el primero aspira a perpetuarse y el segundo puede ser cambiado por el voto mayoritario de los ciudadanos.
Domingo Alberto desconfía de las constituciones que se creen perfectas y nosotros desconfiamos de quienes las sacralizan mientras las violan e incumplen, vamos a confiar que las constituciones de papel engendren regímenes de papel.
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