Los mitos gobiernan la historia, y cuando los pueblos se emborrachan con sus mitos pierden el norte, se extravían y convierten la realidad en una pesadilla. En Venezuela hay dos mitos que nos marcan y persiguen, el que recogió Eduardo Blanco en su “Venezuela Heroica” que reduce la historia del país a una guerra y el otro es el mito de el Dorado o el país rico, que realmente nunca hemos sido; ya que en Venezuela la riqueza de todos siempre alguien se la termina robando; así fue con las perlas y así ha sido con las tierras y el petróleo. Páez terminó siendo el gran terrateniente; igual que los Monagas y Guzmán Blanco. J.V. Gómez era el dueño de todo.
En Venezuela el mejor plan de gobierno es “subirse a un campanario con una mochila de morocotas, regalar algunas y cogerse el resto” (Falke de Federico Vega); el tiempo no pareciera transcurrir en esta “tierra de gracia”; es como si siguiéramos viviendo a la sombra de Gómez. Decía el expresidente Ignacio Andrade que en Venezuela no se puede gobernar con la Constitución, de allí que se gobierne por decreto o a través de leyes a la medida y satisfacción del mandamás de turno.La sociedad en su conjunto tiene una alta dosis de responsabilidad al respecto, y es que la mayoría o una buena parte de compatriotas siguen asumiendo el país desde el Dorado y la Venezuela Heroica y lo vivimos en la subcultura de lo superficial y superfluo, agravado por la consciencia contemporánea del consumo y la moda de una sociedad que no ha convertido en valor absoluto la honradez y el trabajo y que relativiza todo; subordinándolo al interés egoísta y la “riqueza”. Esta es una sociedad fuertemente anclada en tiempos primitivos y atrasados; a veces pienso que seguimos en el siglo XIX y que estamos viviendo la noria del eterno retorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario