sábado, 25 de septiembre de 2010

Del discurso al parloteo

El lenguaje y la comunicación son características que definen lo humano. Política y lenguaje son indisolubles de allí que al analizar estos últimos 11 años resulta bastante esclarecedor esta relación. En 1992, como consecuencia de un golpe de estado frustrado y por una circunstancia comunicacional fortuita el líder golpista se constituye en un importante dirigente que con su afortunado “por ahora” termina focalizando y simbolizando las expectativas de cambio que millones de venezolanos venían acumulando. Hugo Chávez logra conectarse a través de la palabra con una mayoría nacional de manera eficaz con un “discurso” comunicacionalmente adecuado, como un líder justiciero y reivindicador de los pobres y marginales de nuestra sociedad. Sobre este discurso de rebeldía y denuncia obtiene un triunfo electoral clamoroso en 1998 sobre la promesa de un futuro luminoso sin los vicios y lacras del pasado. El drama del liderazgo así surgido es que progresivamente las palabras y los hechos se fueron distanciando hasta que 11 años después ya las palabras no son suficientes y los hechos lo desmienten de manera casi absoluta. Su discurso pierde eficacia y del diálogo que sostenía con el país pasa a un monólogo cada vez más aislado y minoritario. Es el gobernante que se desgastó en la retórica, el despilfarro, la corrupción y la ineficacia y no solamente agotó su palabra sino que también terminó agotando sus recursos financieros que le permitieron desarrollar y de alguna manera soportar el discurso populista con algunos beneficios marginales para el sector más desasistido de nuestra población.
Del 2008 en adelante, la crisis económica ha estado presente así como una percepción cada vez más generalizada de que el gobierno y su líder se van quedando sin respuesta frente a la multiplicación de problemas y necesidades. Perdida la magia de la palabra ya no hay discurso que valga, este se ha convertido en un parloteo cansón y repetitivo que nadie realmente escucha, el tiempo y el fracaso han acabado con su prestigio político para terminar aislándolo en un círculo cada vez más cerrado de incompetentes y aprovechadores.
El mito del gran comunicador se ha derrumbado, no hay palabra que resista la confrontación con la realidad, de allí que la percepción más generalizada ya no es el de un gran comunicador sino el de un gran charlatán, desacralizando el discurso y el personaje que en un monólogo obsesivo sólo se escucha a sí mismo.

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