En la sociedad moderna,
la juventud ha venido a simbolizar, en términos políticos y
culturales, como una especie de vanguardia contracultural y
antisistema, por una razón muy simple y es que en ella (la juventud)
se desarrolla de manera psico-biológica una especie de instinto de
futuro que la obliga a reaccionar contra todo aquello que de una u
otra manera privilegia el status quo y los intereses y poderes
establecidos. Es como el agua fresca y torrentosa de un río que
tiene que circular y avanzar siempre para no dejarse atrapar por el
pantano. Esta realidad se potencia en aquellas sociedades en las que
estadísticamente la juventud representa un porcentaje importante de
la población. En los llamados procesos de cambio contemporáneos,
las vanguardias siempre se identificaron con sectores sociales muy
definidos y fundamentalmente con las élites que representaban esos
sectores, así sucedió con las llamadas revoluciones burguesas
incluido nuestro proceso emancipador y las vanguardias juveniles de
esa clase emergente. El mismo fenómeno se repite con las élites
intelectuales que privilegiaron al proletariado como protagonista
principal de la historia, y por último, especialmente emblematizado
en el mayo del 68 francés, la revuelta o rebelión estudiantil a
nivel global, que adquirió casi connotaciones míticas y al respecto
son emblemáticas las consignas de “prohibido prohibir”, “la
imaginación al poder” y “el cielo por asalto”. Era como la
utopía hecha realidad. Esta tradición política-cultural de alguna
manera se ha prolongado hasta nuestros días con el llamado
movimiento de los “indignados” y las rebeliones civiles de
diversos países incluida la llamada primavera árabe y el actual
movimiento ucraniano en donde, el componente juvenil ha sido
determinante. De alguna manera es lo que está sucediendo en el
proceso político nacional, un sistema de intereses y de poder de
corte autoritario y que tiende a cerrarse y excluir inevitablemente
concita esta conciencia de movilización juvenil, encarnada
fundamentalmente en el sector universitario que clama por un sistema
abierto y plural y un país con futuro ya que para ellos el pasado no
tiene mayor importancia y el presente en su precariedad e
inestabilidad no les garantiza otra cosa sino incertidumbre y falta
de oportunidades. Una debilidad de estos movimientos estudiantiles es
que si no son asumidos por la sociedad civil y no se acompañan por
un planteamiento programático de interés para toda la sociedad,
terminan agotándose en sí mismo, hasta que otra generación
estudiantil de relevo vuelva a asumir las mismas inquietudes y se
manifieste al respecto, tal como ocurrió en Venezuela en el 2007 y
que se reproduce hoy en el 2014.
La llamada generación
del 28 termina teniendo sentido histórico en la medida que convierte
su rebelión y protesta frente a un régimen despótico en un
programa político democrático y modernizador como expresión del
todo social y que pudieron realizar parcialmente una vez que acceden
al poder.
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