En
el siglo XXI, prácticamente han sido canceladas todas las ilusiones
y las utopías de la modernidad, fundamentalmente la idea de progreso
y sus diversas derivaciones particularmente las palabras:
modernización, desarrollo y revolución. Las palabras: progreso, que
implica los conceptos de modernización, de desarrollo y revolución,
nos remiten a la idea “de otro mundo posible anhelado”. Después
de tres siglos convulsionados y trágicos, sin lugar a dudas, la
humanidad, o por lo menos parte de ella, ha avanzado, pero ya muy
pocos siguen pensando que éste es el mejor mundo posible. En
consecuencia se nos obliga a elaborar nuevas utopías y paradigmas
políticos que vayan más allá de los conceptos aludidos.
La
humanidad en este comienzo de siglo vive de manera agónica viejos y
nuevos desafíos. La pobreza con su carga de desigualdades e
injusticias, nos sigue acompañando y la tierra como casa común luce
agotada y fatigada y en la perspectiva del desarrollo tecnológico y
la unificación financiera del globo, la globalización se presenta
como amenaza y oportunidad. La globalización no puede ser la simple
proyección de las hegemonías geopolíticas sino una oportunidad
para desarrollar sistemas políticos locales, regionales y mundiales
que fusionen “polis” y “domus”, como dice José Laguna, “que
integre justicia y cuidado”.
En
la realidad histórica cabe todo y estamos todos, es lo real en
presencia, profundidad y expansión “solo si la realidad puede dar
más de sí, es posible plantearse políticas con alma escatológica,
capaces de inaugurar futuros no predichos”. La humanidad es una
sola, en el sentido ontológico, pero sólo es comprensible desde la
multiculturalidad, una y diversa.
La
historia no es solo lo que va siendo predeterminado, como lo plantea
la teoría del progreso sino es la historia viva, indeterminada, lo
que va siendo-haciéndose (nos reproducimos culturalmente, idénticos
a sí mismos, pero igualmente creando novedades y no solo artísticas
y tecnológicas).
“La
historia no se predice, se produce… lo real abarca tanto lo actual
como lo posible”.
El
progreso de todos va a depender de las oportunidades reales para
todos y la capacitación a una escala planetaria que permita
convertir derechos abstractos en libertades reales para todos y cada
uno. Como dice José Laguna: tenemos que abrirnos a un “progreso
capacitante”.
Qué
hacer y cómo hacer para “engendrar futuro” en términos de
progreso real, cuantitativo y cualitativo y no simplemente más de
los mismo, aunque lo disfracemos de novedad, un poco a la manera de
la moda en las sociedades abiertas o la revolución en las sociedades
cerradas.
Si
bien en la evolución histórica podemos identificar una fuerza
homogeneizante, como el hombre unidimensional de Marcuse, o la visión
de totalidad y progreso de Hegel, o el autodesenvolvimiento de la
razón de Kant, en realidad la historia realmente avanza cuando logra
integrar los que viven al margen, lo prohibido, el tabú, o la
exclusión en general, como las llama Laguna: las “anomalías”.
En
esta modernidad líquida, como fue llamada, donde todo es moldeable y
adaptable, incluyendo la moral, y en donde todo está permitido si
aceptamos la tesis de la muerte de Dios, la globalización y todo lo
inherente a ella se convierten en datos empíricos no tanto para
calificar o descalificar sino desafíos para desde una nueva política
intentar definir las nuevas utopías del siglo. El primer desafío es
la superación de los “ismos” anacrónicos que nos siguen
acompañando, así como categorías políticas cada día más vacías:
desarrollismo, liberalismo, nacionalismo, revolucionarismo, nazismo,
fascismo, socialismos, comunismos. Inlusive ya los términos de
izquierdas y derechas cada vía van significando menos, y tienden a
confundir la percepción real de lo real sobre esquemas ideológicos
y teorías cada vez más anacrónicas. Categorías teóricamente cada
vez más insuficientes para explicar y proyectar la dinámica real de
esta humanidad que no termina de abandonar el siglo XX y no empieza a
construir algo diferente y mejor en este siglo XXI que recién
comienza. Estamos en presencia de un cambio profundo de paradigmas y
realidades, y frente a estas complejas y amenazantes realidades, en
donde una vez más la guerra y la paz vuelven a hacer nuestros
desafíos mayores, muchos nos proponen que repensemos la política
desde conceptos fundamentales y Laguna, concretamente, nos propone
repensar la política desde la “polis” y el “domus”, como él
dice “todo viene determinado por la necesidad de conciliar contrato
social y fraternidad en el discurso y la práctica política.”
La
modernidad se inauguró políticamente con la declaración de los
derechos del ciudadano en 1789 y las tres palabras-programa que han
inspirado toda la acción política de la modernidad: libertad, igual
y fraternidad; siendo esta última la palabra olvidada y quizás la
que más urgentemente hay que recuperar, ya que con la fraternidad es
como realmente estaríamos garantizando la libertad y la igualdad.
Gracias Angel. Para un verdadero análisis en grupo.
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