miércoles, 18 de abril de 2018

La revolución retrógrada: El cambio que no fue


En Venezuela se fue desarrollando desde 1992 (realmente desde la década de los 80´s) un moderado descontento político frente al bipartidismo adeco-copeyano. Éste se había exasperado y canalizado en función de los diversos gobiernos de la época (Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi, Carlos Andrés Pérez II). La gente sabía que no importaba quién gobernara era más de lo mismo. Un gobierno de AD era indistinguible de un gobierno de COPEI y viceversa, la inercia se imponía y prevalecía el status quo, una insatisfacción creciente y un deseo de cambio.
En la medida que la situación económica empeoraba, crecía el descontento social, y muchos empezaron a “mirar” más allá de AD y COPEI. Así surgió la candidatura mediática de Renny Ottolina, un poco después la Alcaldesa de Chacao Irene Sáez se convirtió en la estrella política en ascenso, y hasta la candidatura de Salas Romer intentó crear un referente político diferente de los Partidos dominantes, y en este contexto es que se puede explicar la exitosa insurgencia electoral del golpista fracasado del 4F del 92, y con él vuelven a cobrar forma toda la retórica demagógica y populista recreando una vez más en nuestra historia política la figura de Bolívar con el consiguiente culto ideológico y con ello el recurrente vicio del caudillismo vengador y mesiánico.
El MRB-200 y el MVR fraguan como proyectos organizativos para canalizar el descontento acumulado en dos décadas y asociados a la minoritaria pero activa izquierda histórica permanentemente limitada y derrotada por el estamento político dominante.
El descontento era generalizado desde los sectores populares, disminuidos en sus expectativas y beneficios, como la propia clase media en sus diversos estratos que habían conocido la bonanza del primer boom petrolero (1973) y que los había mal acostumbrado a-un-recibir-sin-responsabilidades.
Este proceso de descontento social creciente, confusión y desconfianza política en ascenso, y en general de un extravío generalizado, de una sociedad enferma aunque todavía sin conciencia de ello, culmina en diciembre de 1998 con la elección de HChF, con un apoyo electoral importante del 56% (3,6 millones de votos), y Salas Romer con el 40% de los votos (2,6 millones de votos), y una abstención cercana al 40%.
Casi es una Ley de la Política, observada por Max Weber, que el Político casi siempre termina haciendo lo contrario de lo que piensa y dice. Comenzando el nuevo mandado en 1999 muy pocos identificaban la naturaleza ideológica y política del nuevo Gobierno. En un primer momento, sobre un marcado populismo nacionalista y un incipiente e indisimulable militarismo el nuevo Presidente convoca a casi todos los sectores a definir las orientaciones del nuevo gobierno y el mejor ejemplo fue la integración de la llamada Comisión Presidencial Constituyente que funcionó aproximadamente entre Enero y Marzo de ese año (de la cual formé parte), en esa Comisión estaban representados los equipos técnicos de la COPRE y diversos nombres que representaban prácticamente todo el espectro político e ideológico del país. Pero esto duró poco, una vez convocada e instalada la Constituyente claramente empezó a perfilarse un proyecto hegemónico de Poder y cuyo sesgo ideológico estaba marcado por el militarismo antes mencionado y una influencia Castro-Comunista al principio poco visible y bastante disimulado, pero que se fue haciendo progresivamente dominante, especialmente después de los confusos acontecimientos del 11, 12 y 13 de abril del 2002.
Casi 20 años después el resultado visible de un proceso político que nació auspicioso y con importantes apoyos es el caos y la destrucción producto de la incapacidad y la corrupción de una gestión gubernamental que a pesar de haber contado con los mayores ingresos fiscales de nuestra historia terminó en las miserias actuales, y cuya ideología-programática dominante, ya de manera visible e innegable, es el fracasado modelo cubano, pero muy exitoso en cuanto a control social y control político.
Y aquí estamos, “en el centro del tiempo”, una crisis de larga duración en cuanto a causas y efectos, pero con un desenlace político permanentemente diferido por el fracaso, por ahora, de la estrategias opositoras, tanto la llamada vía electoral como la denominada “de calle”. Y es que el sistema al no ser democrático cancela de hecho ambas vías, por represión y coacción, frente a ello solo quedan tres factores de fuerza en pleno desarrollo: el desastre económico, el descontento social, y la presión geopolítica internacional. Sobre este trípode descansan las posibles acciones internas de los sectores opositores para buscar un cambio en el más amplio sentido de la palabra. En la Política no existe el vacío, y aunque la solución o soluciones tarden en llegar es inevitable que en algún momento el cambio de Gobierno y Política se dé por la sencilla razón de que el futuro no puede ser cancelado y ninguna sociedad apuesta al suicidio. Un gobierno sustentado en una legalidad cuestionada y nula legitimidad, tiene vuelo corto.
La llamada Revolución está en suspenso tanto en cuanto a su legalidad como a su legitimidad. Moralmente agotada ya no forma parte de la esperanza de nadie, y ni siquiera de las ilusiones de muchos. De acuerdo a la teoría y la experiencia histórica, como dicen muchos: algo debería pasar. No sabemos que esperamos pero la apuesta es a esperar con confianza, y es que ningún ser humano ni ninguna sociedad puede darse el lujo del desaliento y el abandono. Como dice Dickens en una de sus novelas: los peores tiempos son susceptibles de convertirse siempre en los mejores tiempos.


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