La historia es como un espejo que refleja el drama y la aventura humana no importa la época ni el tiempo transcurrido. La historia igualmente es como una pintura, un cuadro, que los grandes historiadores reproducen y recrean a partir de una realidad diversa pero siempre igual y es que el drama humano tiende a reproducirse; así sucede en nuestra relación con la política y el poder y es que los ambiciosos de poder se reproducen idénticos, no importa donde ni cuando.
Leyendo a Jacobo Burckhardt en su extraordinaria semblanza de los emperadores romanos del siglo III; nos damos cuenta de lo actuales que resultan estos emperadores locos y como la locura y el poder tienden a vivir maridados. Burckhardt dice hablando del emperador Comodo (180-192) rápidamente se desarrolló en él la “locura imperial”. La idea de mandar al mundo entero, el temor a todos los que pudieran disputarle ese dominio y disfrutar todo el tiempo los placeres del poder como si el presente lo fuera todo mientras se aferraba al poder como si este fuera eterno.
Continua nuestro autor “la locura de los emperadores” era propia de hombres no bien dotados y poco escrupulosos.
Con el siguiente emperador Septimio Severo (193- 211) “se halla representado por primera vez de modo puro la dominación militar. Su arrogancia de militar y caudillo” plagó de males el Imperio hasta que el pueblo romano harto exclamó “cuánto tiempo vamos a soportar esto todavía”. El líder y la dominación militar se habrían convertido en un fin en si mismo y ya no respondían a los intereses del pueblo.
Severo se dice que le aconsejó a su hijo para acceder y conservar el poder “Sé firme, enriquece a los soldados y desprecia a todos los demás”.
La locura de poder alcanza su cima con Caracalla (211-217) “esa espantosa calamidad” la llaman los historiadores. El gobierno militar maravilla a Roma hasta niveles indecibles; la guardia pretoniana y los generales victoriosos se apoderan de la política y el poder en una orgía de pasiones y corrupción; que terminaron de llevar al imperio a la decadencia y posterior disolución.
Cicerón decía que la historia es la maestra de la vida, más de dos mil años después, la locura sigue rondando el poder, especialmente cuando este lo acompañan personas inadecuadas.
Leyendo a Jacobo Burckhardt en su extraordinaria semblanza de los emperadores romanos del siglo III; nos damos cuenta de lo actuales que resultan estos emperadores locos y como la locura y el poder tienden a vivir maridados. Burckhardt dice hablando del emperador Comodo (180-192) rápidamente se desarrolló en él la “locura imperial”. La idea de mandar al mundo entero, el temor a todos los que pudieran disputarle ese dominio y disfrutar todo el tiempo los placeres del poder como si el presente lo fuera todo mientras se aferraba al poder como si este fuera eterno.
Continua nuestro autor “la locura de los emperadores” era propia de hombres no bien dotados y poco escrupulosos.
Con el siguiente emperador Septimio Severo (193- 211) “se halla representado por primera vez de modo puro la dominación militar. Su arrogancia de militar y caudillo” plagó de males el Imperio hasta que el pueblo romano harto exclamó “cuánto tiempo vamos a soportar esto todavía”. El líder y la dominación militar se habrían convertido en un fin en si mismo y ya no respondían a los intereses del pueblo.
Severo se dice que le aconsejó a su hijo para acceder y conservar el poder “Sé firme, enriquece a los soldados y desprecia a todos los demás”.
La locura de poder alcanza su cima con Caracalla (211-217) “esa espantosa calamidad” la llaman los historiadores. El gobierno militar maravilla a Roma hasta niveles indecibles; la guardia pretoniana y los generales victoriosos se apoderan de la política y el poder en una orgía de pasiones y corrupción; que terminaron de llevar al imperio a la decadencia y posterior disolución.
Cicerón decía que la historia es la maestra de la vida, más de dos mil años después, la locura sigue rondando el poder, especialmente cuando este lo acompañan personas inadecuadas.
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