El
continente nace sin nombre, en 1492, por lo menos para los europeos,
entramos en la historia como un mito del viejo continente.
El
mundo indígena, autóctono, sin verdaderamente serlo (de origen
asiático) fue ignorado, anulado de manera violenta y evangelizado
entre la prédica y la espada.
En
tiempos de utopías, fuimos sucesivamente la Atlántida sumergida, la
extraviada Última Thule y para el comercio fuimos Asia y las Indias
Occidentales, hasta que un cartógrafo desorientado nos dió, sin
saberlo, nombre y destino: América, las tierras de Américus, por
Amerigo Vespucci.
Tres
siglos de violencia conquistadora y colonizadora nos dieron un rostro
de identidad mestiza, alma de criollo que todavía hoy se trata de
definir. En el norte se asumieron como una prolongación, una tierra
prometida y un pueblo elegido, en el sur, de tanto pensarnos en clave
de futuro dejamos de asumir presente y pasado, y el futuro es nuestro
tiempo mítico por excelencia.
Mientras
se forjaba el mundo moderno con su Ilustración, enciclopedistas e
iluminados, e igualmente nacía el mundo industrial de las llamadas
revoluciones burguesas, en estas tierras creímos independizarnos sin
dejar de ser colonias, simplemente se cambió de amo y metrópoli.
Doscientos
años después, se sigue hablando de Independencia, una presunta
segunda independencia y empezando el siglo XXI seguimos insistiendo
en la idea anacrónica de otra independencia, mientras que a nivel
material y espiritual seguimos cultivando dependencias y
subordinaciones.
A
falta de futuro, quizás por pensar que nunca habíamos salido de él,
cultivamos la ilusión cada tanto tiempo de los “héroes y las
tumbas”, como si la vida pudiera ser garantizada desde la muerte.
Las
élites se pretendían ilustradas sin serlo, mientras a las mayorías
se les abandonaba en sus carencias materiales, ignorancias y
supersticiones y se les predicaba la ideología milenarista de que
algún día el héroe renacido reencarnado volvería a liberarlos.
En
pleno siglo XXI, todavía nuestras ideas, creencias e ideologías,
sirven más para mantenernos en el pasado que garantizarnos un futuro
en clave de una modernidad en pleno desarrollo.
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