martes, 4 de septiembre de 2012

El oficio de existir en una época nihilista


Se me ha invitado y retado a venir a hablarles en guayabera, darle un sentido jovial y dionisíaco a mis palabras, intentar practicar la gaya ciencia y por si fuera poco que contradiga al fundador de la ciencia moderna, invirtiendo su famosa fórmula “cogito ergo sum” por “sum ergo cogito”, no sé si podré ser exitoso en el intento. Efectivamente creo que antropológicamente las manos preceden al cerebro y lo condicionan. Vivimos aprendiendo y aprendemos con la experiencia, ya lo había anticipado de alguna manera Aristóteles (384 a.C. – 322 a.C.) y Kant (1724-1804), a pesar de su idealismo filosófico así lo había entendido cuando decía que la conciencia no puede ir más allá de la experiencia y por eso en la sabiduría popular se dice y se repite que nadie escarmienta en cabeza ajena. Dicho esto me gustaría compartir con ustedes, especialistas y expertos en tantas cosas y disciplinas que desconozco, una visión o comprensión de nuestra época desde una perspectiva histórico-filosófica que por lo menos a mi me ha sido útil como es tratar de profundizar en una tendencia identificada como nihilismo, así como el existencialismo y en una época, la nuestra, definida básicamente como nihilista. Estamos hablando particularmente del siglo XIX y XX, épocas complejas y dinámicas que para muchos son al mismo tiempo epílogos y prólogos de tantas cosas viejas por desaparecer y tantas cosas nuevas por terminar de definirse, no otra cosa en este sentido es la llamada posmodernidad. El siglo XX fue calificado por Martín Buber (1878-1965) como el siglo sin dios y que Nietzsche avizoró y anticipó tal como lo observó Lou Salomé (1861-1937) cuando en su última entrevista con el filósofo este le decía que el siglo estaba por terminar y ella le replicó que al contrario, su siglo estaba por comenzar (Recordemos que Nietzsche muere en 1900). Éste en su obra había insistido hasta la saciedad sobre la incertidumbre y precariedad que caracterizan la vida, de nosotros los contemporáneos. En un fragmento de 1887, al borde de su colapso psíquico, escribe, “Nihilismo: falta el fin; falta la respuesta al ¿Para qué?” y en 1888 amplia la idea: “El hombre moderno cree de manera experimental ya en este valor, ya en aquel, para después dejarlo caer; el círculo de los valores superados y abandonados es cada vez más amplio; se advierte siempre más el vacío y la pobreza de valores; el movimiento es imparable, por más que haya habido intentos grandiosos por desacelerarlo. Al final, el hombre se atreve a una crítica de los valores en general; no reconoce su origen; conoce bastante como para no creer más en ningún valor; he aquí el pathos, el nuevo escalofrío... Lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos” Lo asombroso de estas afirmaciones es que se hacen en pleno apogeo de la idea y filosofía del progreso, en pleno auge industrial y triunfante en todo sentido Europa y su racionalidad y cultura. Es el vitalismo de la Belle Époque y su fuerte carga hedonista y vanguardista. Pero el filósofo tenía razón y los hechos así lo demostraron al poco tiempo. Desde 1905 en adelante el siglo no tiene respiro en cuanto a violencia y destrucción. Literariamente este cruce de épocas, de crisis sin redención lo reflejan muy bien en sus libros autobiográficos tanto Stefan Zweig (1881-1942) como Sandor Marai (1900-1989) entre otros. La catástrofe es la imagen recurrente del siglo y la cultura europea lo refleja como ninguna otra y la proyecta a escala global. Darwin (1809-1882), Marx (1818-1883), Freud (1856-1939) y Einstein (1879-1955), además de Nietzsche (1844-1900), es el quinteto que se acostumbra a citar para referirse al origen del derrumbe de un mundo teórico e ideológico pretendidamente racional que sostenía todo el andamiaje de la modernidad. Logos, Razón y Técnica es el hilo conductor de todo el llamado pensamiento occidental que termina por conquistar el mundo, que al mismo tiempo genera su propia contradicción dialéctica y no otra cosa es el nihilismo y el existencialismo. Son las respuestas desesperadas desde la angustia de la existencia. Es el Ser situado, en el mundo que enfrenta la agonía de una existencia que aunque libre o como proyecto de libertad está condenada a la nada, asumida esta como una sombra de dios, de un dios que ya había muerto (“El nihilismo, Franco Volpi, Ediciones Siruela, 2007”). Esta corriente de pensamiento termina obsesionada por el tema de la nada, producto de una larga tradición filosófica que incluye a pensadores tan influyentes e importantes como Gorgias, Duns Scoto (1266-1308), Meister Eckhart (1260-1327), Silesius (1624-1677), Leibniz (1646-1716) y el poeta Leopardi (1798-1837) que llega a afirmar “que el principio de las cosas, y de dios mismo, es la nada”. Ese es el empeño, de eso se trata, en esta línea de pensamiento, terminar negando a dios (a pesar de que existe un existencialismo cristiano) y nuestra época lo ha intentado y estamos pagando el costo, en desestabilización, violencia y desamparo, en precariedades e incertidumbres y que los venezolanos de los últimos tiempos conocemos y padecemos.
El nihilismo termina por permear toda la cultura contemporánea fuertemente comprometida por la técnica y el consumismo. El nihilismo pasa de la filosofía a la literatura y a las artes en general, con especial énfasis en el cine y los grandes espectáculos musicales de los mass media como por ejemplo en los paradigmáticos artistas Michael Jackson, Madonna y Lady Gaga, entre otros, que más allá de sus innegables condiciones artísticas, en sus espectáculos acostumbran interpelar a su multitudinario y entusiasta público, en su mayoría menores de 35 años, y con total desparpajo los califican y los interpelan como “mis drogadictos, mis idiotas”, con una respuesta aprobatoria y entusiasta de aplausos y gritos. Esto me trae a la memoria una frase escuchada en una película que habla de la “estúpida felicidad” aparente contradicción entendible quizá en un contexto de alienación y drogadicción colectiva así como de otras alienaciones que no es el caso analizar, pero que pudiera ayudarnos a entender ese posicionamiento venezolano como país feliz a pesar de las muchas circunstancias adversas.
Es sintomático y significativo que en este año 2012, en París, Berlín y Londres se esté exhibiendo la obra del pintor alemán Gerhard Richter (1932-) cuya filosofía puede resumirse en su declaración “amo la incertidumbre, el infinito y la inseguridad permanente” el artista ha conocido los dos mundos, el comunista, en su infancia y adolescencia y el capitalista, al primero lo calificó como una realidad “incestuosa y aburrida” y al segundo lo resume con la frase de Johan Cage (1912-1992) “no tengo nada que decir y lo digo” y el artista al referirse a sus obras dice “no tienen objeto, pero como todo objeto, son ellas el objeto de sí mismas. Por lo tanto no tienen contenido, ni significación ni sentido; son como las cosas, los árboles, los animales, los hombres o los días, que tampoco tienen razón de ser, ni finalidad, ni meta: esa es la apuesta”. Este exitoso nihilista de 80 años ha logrado vender cuadros hasta por 5 millones de dólares.
En el nihilismo, la presencia del desarraigo y la crisis es permanente; no se pertenece a ningún lugar y en la vida todo o casi todo termina siendo provisional, desde el trabajo hasta la pareja y el nomadismo urbano es bastante frecuente entre nuestros contemporáneos, así como la globalización de nuestros trabajos y vidas. Otra constante en el nihilismo y que se refleja en las crisis de las llamadas grandes religiones, particularmente el cristianismo, es el ateísmo y agnosticismo desesperanzado de nuestro tiempo que una mayoría asume por reflejo de personajes públicos influyentes y muy publicitados que terminan en el suicidio o muerte sin esperanza como por ejemplo en nuestro entorno cultural Jorge Luis Borges (1899-1966) que sólo aspiraba morir para el olvido, igual que Onetti (1909-1994) y su frase terrible al referirse a su propia muerte como una tumba, quizás una rosa, la lluvia y el olvido. O también Frida Kahlo (1907-1954), cuando muere a los 47 años y expresa que sólo espera el silencio y nunca más volver. En nuestro mundo y en nuestra cultura lamentablemente millones han asumido la desesperanza y la muerte de dios como filosofía e idea dominante.
Un autor fundamental en la historia del nihilismo, es Max Stirner (1806-1856), como fue conocido, aunque su verdadero nombre era Johann Kaspar Schmidt, confrontado en su tiempo por muchos entre ellos Marx, Engels (1820-1895) y Heidegger (1889-1976), así como se reconoce su influencia en autores importantes como Carl Schmitt (1888-1985) y Ernest Jünger (1895-1998) . Franco Volpi, autor citado, dice al respecto “Se sabe que cuando dios muere el hombre se animaliza. Cuando los dioses lo abandonan, el único (de Max Stirner) no tiene puntos de apoyo en su orgulloso aislamiento y reconoce dos únicas verdades: mi potencia y el espléndido egoísmo de las estrellas. La postura más alta que puede alcanzar en su existencia insular es: ser indiferente, sin cinismo y apasionado sin entusiasmo”. Definitivamente el siglo XXI necesita retornar a Dios, ya esto lo sabía Heidegger (1889-1976) cuando expresaba “casi dos milenios y ni un solo dios nuevo” y es que la técnica y el consumo no pasan de ser un nuevo becerro de oro recurrente. Cada tanto tiempo los seres humanos nos extraviamos en nuestro propio orgullo.
Como respuesta y complemento al nihilismo en los mismos siglos XIX y XX surge una poderosa corriente filosófica en paralelo y complementaria, el existencialismo, tanto en su vertiente religiosa como atea, que se asume como una postura desde los límites de la tragedia y siempre al borde del abismo. La existencia se asume precaria en todo sentido y siempre amenazada. El ser humano, situado en el mundo es libre raigalmente, una libertad que termina definiendo su destino y su tragedia. Enfrentado al silencio de Dios y confrontado con el mundo muchos contemporáneos son obligados a vivir en la precariedad desesperanzada o en algunos casos en compromiso, apertura y expectativa, seguros de nada pero con la confianza del sobreviviente.
El existencialismo en cierto sentido, más que una filosofía, asistemática por definición y fragmentaria, se ubica en la historia de la filosofía en el siglo XIX y XX, pero es preciso observar que en verdad es una corriente del pensamiento que atraviesa toda la historia humana y nutre o influye tanto a las diversas religiones como a la literatura y al arte en general y no podía ser de otra manera ya que esta filosofía gira en torno a la condición humana. “Es la angustia, la esperanza, el duelo, la melancolía y los anhelos de eternidad” que los seres humanos siempre han sentido y padecido. Tucídides (460 a.C.- 396 a.C) lo expresó muy bien con su frase “La historia no se repite pero el hombre siempre se repite a sí mismo”.
En el oficio de vivir, el misterio siempre está presente, así como las preguntas sin respuestas o de múltiples y confusas respuestas, de allí que el filósofo prudente aconseja aprender a preguntar o a interrogar más que a responder, y en los casos en donde ni preguntas ni respuestas son fáciles de formular se recurre al silencio, como muy temprano lo descubrieron ermitaños y monjes y autores fundamentales en esta corriente como Kierkegaard (1813-1855) o el cineasta sueco I. Bergman (1918-2007) con una filmografía que en lo esencial gira en torno a la incomunicación y al silencio de dios. Dice el escritor venezolano Eduardo Liendo (1941-) “nada puede reemplazar la vida... el escritor vive de y para las palabras... y se nutre de todo lo que la vida le ofrece... nadie puede enseñarnos a soñar y a vivir nuestra propia vida”. Esta se convierte en nuestro Ser, cuerpo y mente, ya lo había dicho J. P. Sartre “la existencia precede a la esencia” y años más tarde afirma sin titubeos “la esencia de un objeto es su misma existencia”.
El existencialismo expresa las crisis y grandes catástrofes humanas, cuando el ser humano padece todo los horrores y pierde todas las seguridades. La impronta de esta corriente en la cultura contemporánea es poderosa y en nuestra generación su influencia fue vasta y devastadora: Kierkegaard, Schopenhauer (1788-1860), Nietzsche, Dostoievski (1821-1881), Heidegger, Jaspers (1883-1969), Sartre (1905-1980), Camus (1913-1960), Simone de Beauvoir (1908-1986), Herman Hesse (1877-1962), Martin Buber, Cioran (1911-1955), Unamuno (1864-1936), Ortega y Gasset (1883-1955), Marcel (1889-1973), Mounier (1905-1950), Pessoa (1888-1935) y tantos otros escritores, cineastas, dramaturgos y artistas que definieron una época y de alguna manera nos siguen definiendo por lo menos a los habitantes del siglo XX.
El inventor del término “existencialismo”, parece ser Kierkegaard1 (1813-1855) con su individualismo y subjetivismo moral. Escribía “debo encontrar una verdad que sea verdadera para mi... la idea por la que puedo vivir o morir”.
Una exigencia radical del existencialismo es el involucramiento y el compromiso, somos seres situados, “yo y mi circunstancias” diría Ortega y Gasset, de allí la importancia del existencialismo cristiano (Jaspers, Marcel, Mounier, Lepp (1909-1966)) que asumen la situación como un estar-en-el-mundo, pero no solamente en un sentido personal sino comunitario que no es otra cosa que el compromiso del dar, la donación gratuita del amor incondicional como decía Tony de Mello (1931-1987) o el amor recíproco de Chiara Lubich (1920-2008), de allí que la realización más perfecta en el existencialismo cristiano sea el amor en todas sus manifestaciones y dimensiones y particularmente en la familia y la comunidad. En cuanto a la familia, Marcel afirmaba que era una realidad personal “mucho más rica y profunda donde el amor recíproco y mutua donación son la base o fundamento” principio que ya había desarrollado el antropólogo Marcel Mauss (1872-1950). Es el mundo del recuerdo y la nostalgia y casi siempre de la única felicidad que se atesora. Philip Roth (1933-), novelista judío norteamericano que acaba de ganar el premio Cervantes dice “muy temprano me fui de mi casa y me he pasado el resto de mi vida escribiendo sobre ella”.
Como seres-en-el-mundo, para Heidegger somos “arrojados” a él, sin nuestro consentimiento y salimos de él casi siempre de igual manera, en ese sentido somos no-libres, sólo la existencia nos da la posibilidad de la libertad, asumida desde la responsabilidad con el “otro”, de allí que personalmente pienso que al final terminamos en la moral aunque Dios siga en silencio, de lo contrario el nihilismo sería absoluto. De eso se trata, para finalizar, ya de cara al siglo XXI, al fin de cuentas el ser humano es pro-yecto, más que presente y pasado, el nihilismo no nos sirve por desesperanzado y el existencialismo sólo tiene sentido si nos reconcilia con los demás, con el otro y los otros y porqué no si igualmente nos devuelve a Dios como lo quería Martin Buber. Si bien es cierto que Sartre en parte tenía razón con aquello de que el infierno es la relación humana en la mayoría de los casos, pero igualmente es cierto y con una fuerza mayor, a mi juicio, es que no hay redención y posibilidad de crecimiento sino en acompañamiento. No nacimos para ser Robinson Crusoe y en lo personal me gustaría pensar que siempre podemos ayudar a devolverle a los seres humanos la confianza en el futuro, es decir, la esperanza.

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