jueves, 15 de agosto de 2013

Carlos Fuentes


Autor mejicano (1928-2013) editor, lector y guionista, como a él le gustaba presentarse, fue un creador oceánico que en la mejor tradición del Quijote trató de crear una literatura personal cuyo hilo conductor fue el tema de la identidad y el poder. Autor emblemático del “boom” de la literatura latinoamericana con tantos nombres importantes y emblemáticos participa de la idea que con el “boom” (1960-1970) la literatura latinoamericana se hace universal; y todo un continente, uno y diverso, asume el idioma como una patria compartida.
Se da a conocer con dos libros fundamentales a través de los cuales intenta comprender lo que pudiéramos llamar la “mexicanidad” con antecedentes ilustres, como Alfonso Reyes y Octavio Paz. “La región más transparente” de 1958 y “Las buenas conciencias” de 1959 en las cuales asume el permanente conflicto en nuestro continente entre historia y mito. El conflicto que marca nuestros orígenes en 1492, entre lo hispano, lo indígena y lo mestizo. Conflicto secular de encuentros y rupturas y esa inestable síntesis que pretendemos expresar los latinoamericanos de nuestro tiempo.
En 1975, con “Terra nostra”, intenta una Suma literaria que venía desarrollando en libros anteriores, como “La muerte de Artemio Cruz” de 1962, “Cambio de piel” de 1967 y otros. Saga que culmina de alguna manera en 1990 con “”Valiente mundo nuevo”, “El espejo enterrado” de 1992 y la silla del águila del 2003, estos son algunos de los títulos que reitera como en una circunferencia o laberinto en donde la épica, la utopía y el mito, son los verdaderos protagonistas.
La escritura de Carlos Fuentes es una pretensión de un universo narrativo totalizador a la manera del ya citado Quijote y otros importantes autores de la literatura universal.
Decía Carlos Fuentes que la aventura del novelista consiste en decir lo que ignora.
Carlos Fuentes vivió a plenitud su tiempo y sus oportunidades, vivió la atracción de la mujer y se fascinó con la aventura del cine y en la misma medida que particularizó su espacio mejicano en esa misma medida se hizo universal.
A su manera, también vivió la pasión de la política, pero más que la política como vocación le fascinó el poder, en realidad, la tragedia del poder, tan perversamente visible en nuestra historia política así como en el terrible y trágico siglo XX.

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