Partamos
de la premisa que el cine nacional existe. Igualmente hay que
reconocer el esfuerzo hecho por mucha gente, especialmente creadores
y cinéfilos. Desde la década de los 40 del siglo XX hasta el día
de hoy el esfuerzo ha sido permanente pero errático y lo más grave,
como siempre, por falta de sentido institucional de las cosas no ha
habido continuidad.
Frente al
cine nacional tienden a existir dos posturas: todo lo que se hace es
bueno y hay que apoyarlo; y todo lo que se hace es malo y hay que
criticarlo. En lo personal, como simple espectador, he visto
películas mejores y muchas no tan buenas. Estimo como lo más
consistente de nuestra filmografía lo hecho por Román Chalbauld y
particularizo en mis gustos a Oriana, de Fina Torres. De mucho más
nivel ha sido nuestra tradición documental, desde las antológicas
Araya y Reverón, de Margot Benacerraf hasta la serie documental de
Bolívar Films.
En general
el problema no es de talento sino de recursos, profesionalización y
continuidad. No hemos logrado crear una consistente tradición
cinematográfica como por ejemplo la mejicana, la argentina o la
brasileña, de alguna manera la televisión y las telenovelas
particularmente monopolizaron nuestros espacios audiovisuales.
Tampoco hemos tenido una consistente tradición teatral y actoral,
carencias que se repiten en casi todos los aspectos de la industria
cinematográfica. Dicho lo anterior, llegamos al Bolívar
cinematográfico actualmente en cartelera. El Bolívar del director
Luis Alberto Lamata, en términos de producción, dirección,
escenografía, musicalización, pasan la prueba, si nos comparamos
con nosotros mismos. Mientras que en términos de guión, diálogos y
actuación las deficiencias son evidentes y reiteradas. Igualmente la
manipulación histórico-historiográfica, en donde se confunde
presente con pasado, quizá para complacer, no lo sé, al amo del
dinero. El personaje Bolívar, a mi juicio deficientemente
interpretado, actuado y sobreactuado, convierte a Bolívar en un
petimetre caraqueño, políglota (?), promiscuo, vanidoso y de gestos
altisonantes y falsos. Una figura acartonada o de cera. Los demás
personajes son simple comparsa, que todo el tiempo están fingiendo
ser lo que no son, sin sentimientos y sin contenidos, perfectas
existencias vacías, sin memoria, sin biografía y sin personalidad.
La película perniciosamente, al confundir el presente con el pasado,
a pesar de que se ubica en 1815-1816; entre Jamaica-Haití-Venezuela
se desarrolla en claves políticas subliminales de total actualidad.
Consideración
aparte merece el público, a pesar de la propaganda oficialista, y
quizá por ello mismo, aparentemente el gran público no la ha
respaldado todavía, en la función que nosotros asistimos éramos
apenas 6 personas.
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