Para salir de una dictadura, no existen fórmulas mágicas ni una sola vía. Si nos remitimos a la experiencia mundial e histórica, todas las vías se han utilizado y la misma vía exitosa en algunos casos ha fracasado en otros, lo que indica que cada situación termina siendo coyuntural y particular.
En América Latina, históricamente hemos vivido como pueblos más tiempo en
dictaduras que en democracia. De allí que el tema de las transiciones
democráticas en cada país ha sido bastante estudiado.
Pero las experiencias han sido siempre particulares, de allí la dificultad de
una teoría única y universal al respecto que no existe.
La vía de la negociación, la vía electoral, el golpe de Estado, la intervención
extranjera o un proceso paulatino y progresivo son algunos de los casos o
modalidades reales. En Venezuela las hemos vivido todas, de alguna u otra
manera. Nuestra historia, bien estudiada, sería nuestra mejor pedagogía
política al respecto.
La democracia política en nuestro país fue nuestro logro histórico más
importante en el siglo 20 y fue un proceso multifactorial y con muchos
protagonistas. Muerto el tirano Juan Vicente Gómez en 1935, ya el impacto de la
renta petrolera estaba presente en la economía y la sociedad nacional.
Eso fue propicio para el desarrollo del debate democrático y el surgimiento de
dos poderosos instrumentos de acción política, como lo fueron sindicatos y
partidos políticos. Pero también es cierto que en el régimen neogomecista hubo
una apertura inteligente y transicional con López Contreras y Medina Angarita.
A pesar de ello, vino el golpe de Estado de 1945, que funcionó como un
acelerador histórico y creó una extraña alianza cívico-militar entre demócratas
y militares del régimen neogomecista. En 1947 se logra el sufragio universal,
directo y secreto y se elige por primera vez un presidente, Rómulo Gallegos.
Meses después es derrocado por su propio Alto Mando.
Viene la dicta-blanda de Delgado Chalbaud, su extraño asesinato y unas
elecciones en 1952, que gana abrumadoramente la oposición y que fueron
desconocidas y se inicia la dictadura de Pérez Jiménez. En 1958, esta termina
con un golpe de Estado y una alianza política o acuerdo electoral, que permite
una elección libre y competitiva e inaugura un período político democrático,
que en su contabilidad tiene más éxitos que fracasos.
A mi juicio, el estudio de este proceso es parte de nuestro aprendizaje
necesario en esta actual y difícil coyuntura política. Y parte de ese
aprendizaje es que en Venezuela, sin las Fuerzas Armadas, los cambios políticos
y la gobernabilidad son difíciles de alcanzar y sostener.
Ahora, tanto las Fuerzas Armadas como la intervención extranjera no pueden ser
los protagonistas de una transición democrática, están presentes y forman parte
del proceso transicional, pero el liderazgo debe ser civil y fundamentado en el
entendimiento o negociación de todos los factores verdaderamente democráticos,
algo así como lo que se logró en 1957 y 1958 en nuestro país.
Confrontar de manera radical está comprobado, exacerba los radicalismos de lado
y lado. Entregarles la solución a los militares no es conveniente, igual ha
habido dictaduras de izquierda y dictaduras de derecha, brutales y represivas.
Propiciar intervenciones extranjeras es perverso y perjudicial a los intereses
nacionales y a la misma democracia. Sea Cuba, China, Rusia, Estados Unidos, sus
intereses no son los nuestros.
Insistir en las vías electorales y negociaciones serias parece ser el camino
más largo y difícil, pero para mi manera de pensar, es el que ofrece más
garantías de convivencia democrática y progreso sostenido para toda la
sociedad.
La moderación y el equilibrio, la sensatez y el sentido común son los caminos
de la cultura y la civilización y los que, a la larga, evitan tanta violencia y
horror que caracterizan la historia de los pueblos que se rinden a la ira y el
odio de las ideologías y fanatismos de todo tipo.
Ángel Lombardi
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