La política es una actividad racional, a pesar de su
aparente casuística e irracionalidad y expresa en un nivel perceptible, la
conflictualidad social, la lucha por el poder y la agresividad humana.
En el
combate político hay un nivel objetivo y otro subjetivo, el primero implica la
confrontación de intereses concretos, diversos y contrapuestos. El nivel subjetivo implica una voluntad de
poder y de predominio, configurando una verdadera erótica de la dominación. Se busca el poder como compensación o por
resentimiento.
La
conciencia política deriva de una conciencia histórica y viceversa. Una conciencia de pertenencia, de un pasado y
un futuro compartido, que permita preservar e ir construyendo una identidad colectiva.
Todo
sistema político debe responder a una especificidad histórica, social y
cultural. Imitar o importar modelos es
condenarse al fracaso y a la inestabilidad constitucional, como nosotros que
hemos tenido 28 Constituciones en menos de 200 años. En consecuencia la Democracia Venezolana,
igual que cualquier otro sistema político, encuentra sus posibilidades y
limitantes en sí misma. Ha transcurrido el tiempo suficiente para intentar un
balance.
Nuestro
sistema descansa sobre una base económica: el petróleo, que ha sido una palanca
poderosa de crecimiento y desarrollo, pero al mismo tiempo por sus
características, ha entronizado el facilismo y la corrupción. Pero el petróleo no es el culpable de las
desviaciones y distorsiones del sistema, sino la clase dirigente,
específicamente, la burguesía y la partidocracia. La primera, parasitaria de un Estado
omnipotente, surge y medra en la corrupción, en convivencia y alianza con la
oligarquía dirigente de la partidocracia.
Partidos dominantes y burguesía han sido los administradores y gerentes
de un sistema democrático, que si bien ha permitido avanzar al país, hoy luce
estancado. De allí el imperativo de la
Reforma del Estado.
El
“aggiornamento” de la democracia venezolana es impostergable y pasa por la
construcción de la sociedad civil y el rescate de la condición de
ciudadano. Se hace necesario un
relanzamiento del modelo económico, una estrategia de desarrollo autónomo y a
escala humana, tomando en cuenta la especificidad socio/cultural venezolana. El desarrollo es económico/social y político,
pero, igualmente, cultural.
La
idea de progreso y las diversas ideologías desarrollistas, históricamente han
demostrado sus limitaciones y riesgos.
Se
impone un desarrollo modesto y equilibrado, fundado en la libertad y la
justicia social, conquistas fundamentales de la humanidad, que no pueden ser
disociadas y mucho menos sacrificadas una a la otra.
El
desarrollo debe servir para poner en armonía al hombre con el hombre y a éste
con la naturaleza y la democracia es el mejor sistema político para cumplir con
estos objetivos y en Venezuela debemos seguir construyéndola.
El
país tiene, a mediano plazo, las mejores perspectivas económicas, como dice
Orlando Araujo, en uno de sus últimos escritos (Carta a un estudiante del año
2.000) “Hemos creado una infraestructura adecuada para el tercer estadio de
nuestro desarrollo industrial, el de Venezuela como potencia industrial del
Caribe sobre el fundamento de la Siderurgia, la Petroquímica, el aluminio, el
gas licuado y la industria del frío conservadora de una vasta producción
perecedera, la integración agroindustrial, todo sobre el triángulo energético
de la hidroeléctrica, los hidrocarburos todavía abundantes y el carbón”.
Construída
la base material, necesitamos perfeccionar el sistema político y lo más
importante lo tenemos: recursos humanos.
Venezuela a pesar de la marginalidad y de múltiples rémoras sociales, ha
logrado forjar una generación de trabajadores, técnicos empresarios y
profesionales que exigen y van a lograr un nuevo modelo de desarrollo y un
sistema político mucho más democrático.
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