martes, 14 de diciembre de 1999

LA PAZ MEDIANTE EL DIÁLOGO DE LAS CULTURAS



La paz es la palabra más invocada y la menos disfrutada por el hombre:  inclusive se llegó a pensar en la guerra como el estado natural de las cosas y la paz, apenas un interludio e intervalo entre dos guerras.  Con la bomba atómica esto cambió radicalmente: ante la posibilidad de exterminio total de la humanidad es un holocausto atómico, científicos y estadistas empezaron a plantearse la necesidad de una paz duradera y permanente.  En los últimos 50 años ésta ha sido la preocupación fundamental; de allí la pertinencia e importancia de esta filosofía de la paz mediante el diálogo de las culturas.  Nuestro mundo ha sido identificado como una civilización y muchas culturas, en donde los hombres estamos obligados a convivir en armonía, paz y progreso:  de hecho es el gran ideal de la modernidad.  Ideal potenciado en la medida en que nos hemos ido asumiendo como habitantes de la tierra y responsables de toda ella, tanto en la preservación del medio ambiente como en la distribución justa y equitativa de los bienes producidos.
            La vieja consciencia cosmopolita se ha transformado en la visión del astronauta que desde el espacio visualiza la tierra y se siente su habitante, sin distingos de raza, religión o nacionalidad.  Ahora bien, la paz no se decreta: tiene que ser conquistada, construida día a día sobre bases espirituales y materiales al mismo tiempo.  Para ello es fundamental el respeto y el reconocimiento en las diferencias; es imperativo el aniquilamiento de todo etnocentrismo, de todo fanatismo e intolerancia, de todo dogma o pretendida superioridad.
            En América Latina, hemos vivido estas experiencias en profundidad y, por consiguiente, algo podemos decirle al mundo.  De hecho, el descubrimiento/encuentro con los europeos estuvo signado por la violencia del eurocentrismo y al mismo tiempo por  el esfuerzo esclarecido de una minoría que trató de entender y asumir las diferencias de los pueblos en conflicto.  De allí surge el derecho de gentes y el nuevo derecho internacional.  Esta dualidad de intolerancia/diálogo se ha mantenido hasta nuestros días y algunos símbolos y valores le ha aportado a nuestra cultura, como por ejemplo el concepto de “raza cósmica” que proclamaba Vasconcelos sobre el suelo fértil de nuestro mestizaje.  Y así otros valores y características de sociedades abiertas y desiguales, pero que han hecho suyas, como una constante de su identidad histórica y cultural, la tolerancia y la convivencia; entre nosotros, afortunadamente, han sido escasas y aisladas las guerras de razas o de religiones, y el sentido de comunidad o de fraternidad y solidaridad está fuertemente arraigado.
            Los seres humanos estamos obligados a convivir.  De manera ineludible debemos aprender a vivir en paz y a conjurar la maldición cainítica una vez por todas.
            Todas las culturas son portadoras de valores. Ninguna es superior a otra.  Todas se necesitan y entre todas, harán posible que el hombre, más que constructor de infiernos, sea heredero y merecedor del paraíso. Vale la pena intentarlo.

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