No
escogemos nuestro tiempo, simplemente, nacemos y vivimos en él. El mío, en términos de conciencia política e
histórica, comienza con el 23 de Enero de 1958 y afortunadamente continúa. Entre lecturas desordenadas y activismo
estudiantil (en el Liceo Baralt y en la Universidad del Zulia), terminé
militando en el Partido Social Cristiano Copei y llegué al prestigioso cargo de
Presidente de la Federación de Centros Universitarios (FCU). Para 1966 ya transitaba la desilusión
partidista y cultivaba una actitud crítica frente a nuestra democracia
clientelar y corrupta. En el 68 viajo a
Europa para realizar estudios de Post-grado en Historia y coincido allí con la
primavera de Praga y el Mayo francés.
Fueron años de intensas lecturas y experiencias ideológicas/políticas,
que me afirmó en la política como utopía y compromiso, pero ya sin militancia
partidista, condición que mantengo y aspiro seguir manteniendo.
La crisis nacional no me tomó de
sorpresa, ni su desarrollo, ni los acontecimientos actuales y nunca le he hecho
concesiones intelectuales a nadie; frente al país y al proceso político mi
postura ha sido de angustia y lucidez crítica, el dolor de patria que hablaba
Unamuno.
A mi manera, he sido oposición siempre
en el terreno político, como lo soy ahora, en un proceso que juzgo inevitable y
pertinente en muchas cosas, pero que no comparto ni en su mesianismo ni
tentación autoritaria. No comparto el
Proyecto Constitucional del 99, porque se hace sobre la división del país y
porque vuelve a ser el “traje a la medida” que pedía J.T. Monagas a sus
acólitos.
En términos sociológicos, vivimos una
circulación de élites y una nueva hegemonía, no conocemos su duración ni el
modelo político y económico a implantar, hay mucha retórica y confusión al
respecto. El modelo petrolero sigue
prevaleciendo, con un Estado centralista y paternalista, lo que nos hace dudar
sobre el modelo de desarrollo y la capacidad de superar los errores y vicios
del pasado.
Se nos ha montado una nueva ilusión
sobre un montón de palabras, incertidumbre y miedo. Nuestro liderazgo se agota en la magia de la
pre-modernidad mientras se siguen convocando las banderas color de miedo y los
parteros de la historia se convierten muy rápidamente en parteros del miedo y
enterradores y sepultureros de esperanzas.
El país vuelve a estar harto de historias, seguimos evadiendo la
verdadera Historia. Los héroes sólo nos
sirven para justificar nuestros apetitos e intereses y los reducimos al tamaño
de nuestro sector. Al final, como
alguien decía, terminamos pareciéndonos a quienes combatíamos como adversarios.
En la historia se habla abusivamente de
ocasos y auroras; en realidad lo que hay son continuidades y crisis periódicas;
la nuestra está resultando excesivamente larga y muchos de sus protagonistas no
tienen ni la novedad de la edad ni de las ideas. Algunos vienen del 45 y del 47, otros del 58
y otros, cronológicamente más recientes, vienen con ideas viejas y anacrónicas.
La historia convertida en historieta, ese
es el verdadero drama de los pueblos, segundones en papeles estelares; circo y teatro de las múltiples máscaras del
poder.
El futuro se vuelve magia y
taumaturgia y el mago vuelve a invocar
nuestra capacidad de ilusión e ilusionismo, que aquí, en la tribu, llamamos
optimismo de nuestros Midas locales, que de la riqueza siguen sacando pobreza e
invitando a los demonios y fantasmas de la violencia contemporánea a
aposentarse en nuestro país.
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