Somos lo que
vamos siendo (y haciendo) sin menoscabo de la genética, la herencia de la
sangre y de la memoria colectiva; yo y mi circunstancia dijo alguien, habría
que agregar, y mi consciencia, de manera precisa y explícita, ya que los seres
humanos tendemos a olvidarlo con mucha frecuencia, nada ni nadie está por
encima de nuestra consciencia, sólo Dios, que en el fondo es nuestra propia
consciencia o también puede decirse Dios hecho consciencia.
La analogía
de la existencia y de la vida como un río que fluye es válida (Heraclito, Jorge
Manrique, Nietzsche) la vida fluye y la existencia transcurre como tiempo y espacio
indetenible, como un destino, a veces torrentosa y a veces como un remanso,
casi siempre enturbiada y contaminada, pero sin perder nunca su vocación de
agua limpia cuyo destino final es el mar, es decir la eternidad.
La vida,
querámoslo o no, se hace con los demás y es deseable que sea para los demás
(vacío de mí lleno de ti, es la fórmula del místico Ekhart) por eso el libro
termina siendo confesión y compromiso.
Dos temas
dominan el libro La historia como identidad y la cultura como Educación, todo
ello en su más amplia acepción y con las limitaciones y las contradicciones
inevitables.
Los
múltiples combates por la lucidez son un imperativo categórico de la razón Sapere Aude dice Kant así como por la
historia y la cultura.
La “Historia
de la infamia” es lo frecuente contrapuesta a “la historia de la eternidad”, la
historia real tiende a ser cruel y sanguinaria
y la historia escrita es con demasiada frecuencia pura ideología, un
discurso del poder, con visibles ausencias: las mujeres, los vencidos, las
minorías, los trabajadores.
La “historia
oficial” no es más que la memoria nacional, con sus mitos fundacionales y sus mitos
paralizadores, como si el presente sólo pudiera asumirse y construirse desde el
pasado. La historia siempre ocurre en tiempo presente, para quien la hace y
para quien la escribe, la confusión es por el tema que siempre termina siendo pasado, es el registro y
memoria de todo lo relevante o digno de recuerdo, tanto en el plano personal
como colectivo. Siempre hay un registro individual del pasado así como uno
colectivo y el registro propio de los historiadores e intelectuales en general,
con sus virtudes y defectos propios de la condición humana como la
subjetividad, ideología, cultura, época e intereses o propósitos, de allí que
la memoria termina siendo poco confiable y el recuerdo naufraga en la nostalgia
o el recuerdo interesado. Los pueblos se emborrachan de pasado, especialmente
en ciertas épocas de locura individual y colectiva, y el pasado es manipulado y
transformado a conveniencia.
El actual
presente venezolano se pretende novedoso y nuevo, iniciador de una nueva era y
lo que hace es reproducir algunos de los rasgos más negativos de nuestro
pasado: el gamonal o capataz como gobernante, el robo como política y el
despilfarro de recursos y oportunidades como sistema. Venezuela no nace hoy
precisamente.
En algunos
países seguimos percibiéndonos todavía como naturaleza (tierra de gracia, el
dorado, Doña Bárbara) y la acción humana civil y civilizadora casi invisible,
no así la epopeya militar, real o inventada, que nos acosa desde todos los
tiempos.
La cultura
liberadora y progresista y la educación “de todo para todos” según la feliz
fórmula de Comenio son deudas históricas de
nuestros pueblos, en especial de las “élites” o minorías dominantes.
Todo ser
humano es educable pero no todos los seres humanos tienen la oportunidad de
educarse, y esta es la mayor de las injusticias, porqué la miseria, pobreza y
marginalidad no es más que consecuencia de la falta de educación; cuando a un
ser humano no se le educa se le niega en la práctica el derecho a la
autopromoción, a través de la conciencia y el trabajo, en menoscabo de su
dignidad, libertad y progreso material.
La escritura
para nosotros es una militancia y el compromiso una necesidad existencial,
vivimos escribiéndonos, la palabra no es sólo un medio de comunicación “sino
símbolos mágicos y música” (J. L. Borges).
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