Los talentos y mis circunstancias. Los seres humanos somos proyectos de vida. Nuestro principal reto y nuestra principal responsabilidad es la capacidad de autodesarrollo humano; pero no en función de uno mismo, sino en función de los demás. En la medida en que nos ocupemos de la cultura —no como algo secundario, algo para entretenerse o para pasar el fin de semana, sino como una inquietud interna—, crecemos y ayudamos a crecer a nuestra sociedad. Persistir en el tiempo no es fácil, porque quizás la diferencia entre personas “mejores” y “peores” no es un problema de talento.
El talento, afortunadamente, ha sido dado a
muchísima gente, pero muy poca gente tiene la voluntad, la claridad mental o
existencial para saber reconocerlo, cultivarlo y tratar de llevarlo a su
culminación. Aristóteles diferenciaba la semilla del árbol. En cada semilla hay
un árbol potencial, pero no toda semilla termina siendo uno, ya que, para
convertirse en árbol necesita buena tierra, riego adecuado, el tiempo y los
cuidados necesarios para que dé frutos. Parte del drama humano consiste en que recibimos
todos los talentos y, o no tenemos la paciencia para desarrollarlos o no contamos
con la oportunidad para hacerlo.
Hay que combatir las injusticias sociales y
las desigualdades porque mucha gente talentosa no puede desarrollarse, no
porque no quiere sino porque no puede; porque la sociedad no le da la
oportunidad. En una gran parte de la población, la gran virtud es el coraje de
vivir que mostremos; el coraje de persistir, de ponernos metas lícitas y de
perseverar en su búsqueda, indistintamente del tiempo que tardemos en alcanzarlas,
del reconocimiento que logremos, de la comprensión que tengamos, porque lo
normal es que ni la comprensión ni el reconocimiento nos acompañen en nuestras
vidas.
El ser humano es profundamente injusto cuando
hace reconocimientos póstumos. Toda persona muerta es una buena persona per se. Me parece injusto ya que, basta
con morir para ser buena gente. Pienso que uno debe estar consciente de estas
cosas y de allí la importancia del coraje de vivir y de persistir buscando
metas lícitas. Hay una definición de Santa Teresa según la cual La santidad no es más que persistir con
humildad y paciencia en las tareas de todos los días con la alegría de todos
los días.
El heroísmo no existe; es un invento de los
historiadores que son unos grandes mentirosos. El noventa por ciento de los
textos de historia está lleno de mentiras y de exageraciones. Esto se debe a
que quien no logra destacarse por sus méritos, si tiene los medios para que lo
exalten —dinero o poder— logra trascender gracias a los oficios de un
historiador. El verdadero heroísmo está en la cotidianidad, en la capacidad que
tenemos de desarrollar los talentos que nos dieron y de ponerlos al servicio de
los demás. Es una postura filosófica en la cual creo profundamente.
Comparto la definición de Ortega y Gasset
sobre El yo y mi circunstancia, ya que no escogemos las circunstancias en que
vivimos. El que pertenezcamos a esta época y a este país no lo decidimos
nosotros. Si somos providencialistas, afirmaremos que es la providencia; si
somos como los antiguos griegos, que creen en el destino, será un problema del
destino; pero si somos escépticos, diríamos que es el azar. La providencia, el
destino o el azar nos han colocado en un momento y en un lugar determinado
porque el ser humano es una cronotopía,
una relación de espacio-tiempo sobre la cual, en principio, no tiene potestad.
Hagamos lo que hagamos, no podemos escapar de ella. Mucha gente comete el
gravísimo error de vivir tratando de escapar de su tiempo y de su espacio, y eso,
en términos psicológicos, es irreal. Nadie escapa de su espacio-tiempo vital.
En términos existenciales, es posible evadirse y hay momentos en los que uno
necesita evadirse, pero nunca escapamos del todo.
A unos les sirve el cine como entretenimiento;
a otros, un libro como escape o un viaje; pero siempre terminamos
encontrándonos con nosotros mismos, porque nadie puede escapar de sí mismo. Es falso
que tratemos de escapar de un lugar o de una época porque no nos agradan
quienes nos rodean; en el fondo, es un escapismo de uno mismo. Sabemos que
nadie puede escapar de sí mismo y si lo hace es porque ha alcanzado la locura.
El concepto de alienación —vivir enajenado— es, simplemente, vivir fuera de sí
mismo. Verse en el espejo, y no aceptar lo que se ve. Cuando me niego a verme en el espejo, me estoy enajenando
y, por consiguiente, comienzo a desarrollar diversos niveles de locura.
El pueblo tiene razón cuando dice que el loco
no está en el manicomio sino en la calle, porque los seres humanos arrastramos
diversos niveles de locura. Locura que, en la mayoría de los casos, no le hace
daño a nadie o es tolerable por los otros, por la sociedad; pero que es tremendamente
dañina para sí mismo, porque no hay sujeto más capaz de autoengañarse que el
ser humano: permanentemente propenso a no ver la realidad, a no reconocerse en
ella. Por eso somos grandes inventores de mitos, de leyendas, de mentiras y no
en el sentido moral sino bajo la modalidad de la mentira piadosa; aquella que nos permite huir en términos
sociales, existenciales y políticos.
Muchas veces vivimos, físicamente, en un
sitio, pero mentalmente en otro. Esto es lo que en la sociología mexicana del siglo XX se
conoció como las élites ausentes.
Gente que vivía en Caracas y soñaba con vivir en París, Londres, New York o Miami.
Sin embargo, no importa el sitio adonde nos evadamos, terminamos siendo extranjeros
no sólo en nuestro país, sino en nuestra propia existencia. Es lo que explica
Albert Camus en El extranjero. Si
ustedes releen ese libro podrán entender, de manera simbólica, cómo el ser
humano se enajena de su propia realidad; cómo intenta vivir una vida que no le
pertenece, pero que falsifica, para terminar fracasando y diciendo que la responsabilidad
es del otro.
La vocación. Una anécdota del Che Guevara me
permite abordar el tema de la vocación. El Che fue un buen escritor, y sus
diarios son muy interesantes porque son un testimonio político y psicológico importante.
Plantea su visión político-ideológica del mundo con muchas notas personales,
pero hay una muy interesante. Ernesto Guevara de la Serna era un médico
argentino que viajaba en motocicleta por América Latina y que, aparentemente —según
el doctor Ángel Emiro Govea— estuvo en Maracaibo, pero no está confirmado. En
ese viaje termina en Guatemala cuando derrocan el gobierno de Jacobo Arbenz (1954)
y después fue a México, donde —para entonces y como una de las consecuencias de
la revolución mexicana de 1910— se reunían todos los revolucionarios y los
perseguidos del mundo (Por ejemplo, Trosky se refugió en México donde, sin
embargo, fue asesinado en 1940, y Jacobo Arbenz, después de haberse exiliado en
Suiza, va a Ciudad de México donde muere en 1971).
El Che conoce allí a Fidel Castro, cuando un
grupo de cubanos estaba preparando su conspiración para introducirse en Cuba y
derrocar el gobierno de Fulgencio Batista. Cuando la famosa expedición del Gramma —una pequeña embarcación que
ellos alquilaron— desembarca y fueron descubiertos, el Che iba en su condición
de médico marxista revolucionario, no como soldado. Pero durante el
enfrentamiento tiene que correr y, en el camino, se le caen tanto el maletín de
médico como la ametralladora. Él se esconde tras un árbol para protegerse de
las balas y, en ese momento, tenía que decidir su destino: exponía su vida para
recuperar el maletín de médico y ayudar a sus compañeros heridos o para
recuperar el arma y combatir junto a ellos. Al escoger el arma decidió su destino.
El destino se re-descubre todos los días; no
está definido de antemano, porque en el camino se nos presentan muchas
tentaciones. Se requiere cierta coherencia para saber hacía dónde nos empuja nuestro
destino, coherencia que se encuentra la vocación que realmente tenemos; pero
que, sin duda, no siempre resulta fácil descubrirla, porque no se reduce únicamente
a escoger una carrera universitaria, sino toda una vida.
Cuando un amigo — un padre, una madre— me pregunta
qué opino sobre lo que debe estudiar su hijo, de inmediato, contesto: “Déjelo
que él decida”, “Que hagan lo que ellos quieran”, inclusive si se trata de lo
que no nos gusta, porque uno de los grandes dramas de los adultos es que pretenden
clausurar la vida en su propia experiencia vital, y la vida es, precisamente,
la negación de un mundo reducido a una sola persona. Hay que recordar el famoso
parricidio psicológico que exponen los psicoanalistas. Si un joven no supera a
su padre —psicológicamente, simbólicamente— nunca será adulto, y para ser
adulto hay que tomar decisiones, correr riesgos y aprender a equivocarse.
La condición humana: libertad y humanismo. Si
algún derecho tienen los seres humanos es el derecho a equivocarse. Es allí
donde radica la posibilidad de acertar. En la búsqueda de lo seguro no siempre
se acierta porque el hombre requiere de la otra dimensión del ser humano: la
libertad. Comparto totalmente el concepto de libertad responsable. Soy libre
para hacer lo que quiera, pero como ser responsable tengo que establecer los límites
de mi libertad, y el límite fundamental es no hacer daño al otro. Si estoy
consciente de ese límite, lo establezco y lo respeto, entonces puedo hacer lo
que quiera.
Atentar contra la propia vida parece formar
parte de los límites del concepto de libertad. Hay dos películas excelentes
promovidas al Oscar 2005 —Mar Adentro
y La chica del millón de dólares—, en
las cuales se plantea el derecho del individuo a la eutanasia, a decidir su
propio fin. No quiero profundizar en el tema porque es un tema muy delicado que
tiene que ver con las convicciones religiosas y morales, y eso no se discute; se
puede pensar diferente, pero no se discute. Lo discutible del concepto de
libertad es hasta dónde podemos llegar en nuestra vida. Hay quienes tienen
miedo a la libertad. San Agustín define la libertad mediante la fórmula “haz lo
que tú quieras, pero atente a las consecuencias”. Podemos afirmar que uno de
los problemas consiste en que el ser humano hace lo que quiere, pero no se
atiene a las consecuencias: es alcohólico o deportista de alto riesgo, pero no
quiere morir; es policía, pero no quiere problemas; es ladrón, pero no quiere
ir preso.
Todo en la vida tiene un costo; nada es
gratuito. La existencia es en función de algo. Algunas veces descubrimos ese
algo; pero, en ocasiones, no tenemos la paciencia, el coraje ni la
perseverancia para alcanzarlo. Lo cierto es que, en cualquier caso, sólo
depende de nosotros. Cuando hablamos de cultura, de espacio-tiempo y de
circunstancias, estamos hablando de la condición humana porque todo está
relacionado con la conducta. Si algo define al ser humano es lo social, lo
económico, lo político, lo religioso y el trabajo. Hay muchas definiciones de
la condición humana, pero la de
Aristóteles me parece adecuada. El estagirita hablaba de seres sociales,
políticos, culturales. Trabajar en la dirección correcta implica promover al
ser humano en su dimensión cultural. En la actualidad, se promueve más la actividad
económica y la política. No desvalorizo lo material, por el contrario, sé que es
muy importante; pero la existencia es cuerpo y alma y pensamiento. El ser
humano es, básicamente, cultura.
Heidegger define el humanismo como “morar cerca
de Dios”. En el sentido humanista —independientemente de si se cree o no en
Dios— implica morar cerca del ser humano. Vivir cerca de él, pero lejos del
egoísmo, de la vanidad y de la egolatría. eKHART
definía la santidad como el hecho de estar “vacío de mí, lleno de ti”. El creyente
que busca la santidad procurará estar vacío de sí mismo y lleno de Dios; el no
creyente, mientras más ama —a sus hijos, su esposa, su familia—más vacío estará
de sí mismo y más lleno del otro. Ése es el humanismo: la capacidad que tenemos
los seres humanos de promover a los seres humanos; esa es la cultura. La gran pregunta no es ¿cómo
me he promovido, sino cómo he ayudado a promover a los otros? .
El tiempo como vida. Me siento afortunado de
haber vivido el siglo XX y de estar viviendo el siglo XXI. Como dice Octavio
Paz, el ser humano es el tiempo que se acaba, nos guste o no. Tenemos un tiempo
finito, en cambio la vida no, porque ella se renueva permanentemente. No echo
de menos absolutamente ninguna época pasada. Admiro, sí, y mucho, el mundo
griego, pero doy gracias a Dios por vivir el tiempo que me ha tocado. El tiempo
humano lo conjugamos en pasado, presente y futuro; pero, en realidad, sólo
existe uno: el presente. El pasado es un no vida e implica mirar hacia atrás
con nostalgia. No obstante, es una necesidad consoladora y lo es más aún a
medida que tenemos más tiempo de vida, más edad. Pero también miramos atrás
para recordar cosas agradables tal como —en una película de Bergmann— el viejo
de setenta y ocho años quien, frente a la angustia del día y del fin cercano, recuerda
su infancia para poder dormirse.
El futuro nadie lo tiene garantizado, ni el
joven ni el viejo. Cometemos un error cuando decimos “nada como los años cuarenta,
los cincuenta o los setenta”. Es un error conceptual-existencial porque es una falta
de respeto para el joven. Decimos que ese era nuestro mejor tiempo porque
teníamos veinte años, pero para el joven de hoy su mejor tiempo es éste. Todo tiempo
de juventud es “el mejor” para cada
quien. Oscar Wilde decía que la tragedia del viejo es no tener veinte años. No
estamos cerca del ser humano cuando bautizamos un tiempo como “bueno” sólo porque
fue el nuestro y sentenciamos aquél que no lo es tanto porque no es el nuestro,
porque ya no tenemos edad para ciertas cosas. Hay que ser muy respetuosos con
las generaciones y con sus tiempos.
Libros, lecturas y lectores. El privilegio de
habitar el siglo XX y esta parte del XXI, se debe a que hemos podido ser
lectores de grandes obras de la literatura y espectadores de películas
magistrales, entre otras muchísimas cosas. El libro no se inventa en el siglo
XX; por el contrario, la escritura tiene miles de años. El ser humano logró
expresarse por escrito a través de diversos lenguajes desde muchísimos años,
pero el libro —considerado sagrado— era inaccesible, para la mayoría estaba
reservado básicamente a una minoría. El manejo de la escritura se convirtió en
fuente de poder ya que el único que podía leer, traducir y trasmitir el
contenido de los libros era el intermediario entre la divinidad o el poder y el
resto de la población; sólo él tenía acceso a la palabra escrita, que se
convirtió en sinónimo de poder.
Lo que sí es un invento reciente es el libro
como fenómeno masivo. Es un proceso que comenzó hace 500 años cuando se inventó
la imprenta. A partir de entonces, la palabra deja de ser mágica, deja de
representar la intermediación con la divinidad y se convierte en algo para
todas las personas.
Para el siglo XVIII y XIX, muy pocos sabían
leer y escribir, pero la Revolución Industrial le exige al campesino
convertirse en obrero urbano-industrial. La propia necesidad de la industria moderna
exige alfabetizar al pueblo, no como una concesión gratuita sino como una
necesidad para avanzar y progresar. De hecho, la educación forma parte de la
economía política. Cuando se necesita un obrero se alfabetiza y se exige como
requisito obligatorio la educación primaria o elemental; si es un técnico, se requerirá
la secundaria y si son técnicos de alto nivel o profesionales se solicitan universitarios.
La educación siempre ha respondido a una necesidad práctica de conocimiento que
la sociedad tiene que proporcionar para que el ser humano pueda convivir y
producir.
La imprenta y la Revolución Industrial
nos dieron la posibilidad de convertirnos en lectores. En los siglos XIX y XX, se
generalizó el proceso de alfabetización. Es lamentable cuando uno lee que en un
país el analfabetismo es de un ochenta por ciento. Es un crimen mantener una
población sin alfabetizar porque se le niega la primera herramienta para su
promoción humana. Estamos siendo inhumanos; no estamos trabajando con el
humanismo, con el “morar cerca del ser humano”, cuando le negamos oportunidades
en la vida. Todos tenemos que ser abanderados de la alfabetización y de la
educación universal, porque es la oportunidad que el mundo moderno exige y que
pone como condición para que todos tengan una oportunidad en Venezuela. Una
educación de todo para todos.
El
libro ha sido el gran vehículo civilizatorio; no obstante, sigue siendo
utilizado por una minoría. No todo quien sabe leer comprende realmente. Muchas
veces por inseguridad; otras, porque no están preparados para leer un libro,
para ver una película o para interpretar una obra de arte. Hoy sabemos que el
lenguaje no se agota en la lectura y la escritura, sino que, por el contrario, todo
es lenguaje.
Leer un libro es un rito casi sagrado que,
sin duda, puede hacerse en cualquier sitio —en público o en privado— pero la
relación tiene que ser mágica; si no existe esa relación mágica no hay lectura.
En cuanto a calidad, no confío en los best
seller porque son un negocio. Prueba de ello es que la mayoría de los best
seller no los hace un autor, sino un equipo de personas. Son las famosas “fórmulas
Hearst”, desarrolladas por William Randolph Hearst, el fundador de la cadena de
periódicos en quien se inspira la figura del Ciudadano Kane (1941), la película de Orson Welles. Han pasado cien
años desde que se inventó el “amarillismo” (deportes, sucesos, sexo) y, sin
embargo, sigue siendo la fórmula del éxito en ventas de muchas publicaciones
periódicas. Las que no recurren a este expediente tienen muy pocos lectores, a excepción
de los Nóbel; porque, comprar libros de un autor que ha obtenido un premio
Nóbel de literatura y regalarlo, se ha convertido en un valor de consumo. Lo importante
no es García Márquez, ni siquiera leer sus libros, sino que está de moda. Esto
se debe a que no hemos llegado a una sociedad de lectores; y no solamente en
Venezuela, sino en el mundo. La idea según la cual hemos llegado a la sociedad
de la información o del libro, es falsa. El libro sigue llegando a una minoría,
lo que hace admirable el esfuerzo por generalizar la experiencia de la lectura y
compartirla, al igual que el cine.
En el
2004, en España se publicaron entre 64.000 y 67.000 libros. ¿Quién va a leer
67.000 libros? Además, ¿cuántos libros se publicaron en el mundo? Es sabia la
conclusión a la que llegó Borges, un gran enamorado de los libros. Para él, el
universo es una biblioteca y el mayor privilegio es ser un lector. Esa es la
gran paradoja borgiana. Su conclusión más dolorosa fue que no todos los libros
podían ser leídos por él; pero decía, uno o dos son los que valen la pena, el
resto es negocio.
Tanto
en las películas como en los libros ha de haber un lenguaje personal que me
convierta en interlocutor. La responsabilidad no es del autor y puede que él me
hable y yo no lo escuche. Tengo que descifrar el lenguaje del autor a partir de
mi propio lenguaje existencial, para entablar el diálogo con el libro y con la
película. Cuando eso sucede, me doy cuenta que son pocos los libros y las
películas que realmente se convierten en nuestros interlocutores y nos permiten
interpelarnos. El libro útil y la película necesaria que son aquellas que me
inviten a la autointerpelación, en la búsqueda de la humanidad y del humanismo.
Es otra versión del concepto de cultura liberadora.
Razón,
tecnociencia y ética. Desde el punto de vista cultural, el siglo XX estuvo
marcado por el libro y por la tecnociencia. Comparto ahora la misma admiración
por la tecnociencia que hace cuarenta años; no hay que tenerle miedo. El ser
humano es razón, racionalidad que comenzó con los presocráticos, pero
sistematizada con Sócrates, Platón y Aristóteles. Miles de años después vinieron
el siglo ilustrado, y el portentoso y terrible siglo XX. El Grito —el cuadro emblemático del siglo XX— simboliza todo lo
terrible: el holocausto, los cincuenta millones de muertos en la segunda guerra
mundial, la violencia generalizada. Pero, a pesar de esto, el siglo XX es
grande, básicamente por la tecnociencia.
A la
razón no se le puede poner límites porque a quien lo hace le pasa como a la
iglesia con Galileo Galilei. El Papa Juan Pablo II pidió perdón por muchos de
los errores cometidos por la Iglesia Católica y uno de ellos fue haber
condenado a Galileo. Racional y empíricamente, Galileo sabía que la Tierra daba vueltas y que no
era el centro del sistema solar. Pero la iglesia pensaba que no daba vueltas y
que era el centro del universo y lo condenó. Galileo, como ser humano al fin,
tuvo miedo, se retractó de todas las teorías, lo absuelven y no va a la
hoguera, y pronunció su célebre frase “A pesar de todo se mueve”. Es una frase para
no olvidar porque —digan lo que digan las iglesias los gobiernos, el poder— “todo
se mueve” y porque el ser humano, afortunadamente, es un ser racional y nadie
debe ponerle límites a la ciencia, el único límite tolerable es el propio ser
humano con su dignidad y libertad a cuestas. Para Benedicto XVI es conveniente
que “la luz divina de la razón” sea “un órgano de control que la región debe
aceptar como un órgano permanente de purificación y regulación” y al mismo
tiempo propone que la razón entienda sus límites y “escuche las grandes tradiciones religiosas
de la humanidad”. Para el Papa, razón y religión se purifican y regeneran mutuamente.
El ser
humano no ha desarrollado la conciencia moral al mismo nivel que la ciencia. Esto
nos recuerda el famoso cuento del aprendiz de brujo. Un alquimista descubre la
fórmula para mover los objetos. Quien barría se da cuenta y se aprende la
fórmula y, cuando el alquimista se va, se dice, “para qué tanto trabajo si mi
escoba barre por mí”. El hombre estaba feliz, porque decía “escoba barre”, y
barría; “balde llénate de agua y lava”, y lo hacía, pero olvidó un detalle, no
sabía cómo parar la escoba y el balde. La escoba siguió barriendo sin necesidad
y el balde llenándose de agua. Así es el ser humano. Lejos de toda moral, aprende
la fórmula que otro inventó, pero no aprende a aplicarla adecuadamente. En
muchos aspectos, la tecnociencia va por un lado y la moral por el otro.
Otra
anécdota corresponde a los inventores de la bomba atómica. Cuando los nazis
estaban por ganar la guerra —porque estaban tecnológicamente más adelantados que
Estados Unidos, Inglaterra y Francia— un grupo de científicos, encabezados por
Einstein y Enrico Fermi, le escribe una carta a Franklin Delano Roosevelt,
presidente de Estados Unidos, y le plantean que si los aliados quieren ganar la
guerra deben desarrollar la energía atómica primero que los alemanes. Instalaron
el laboratorio principal en el desierto de Nevada y frente al proyecto —conocido
como Proyecto Manhattan— estaba Openheimer. El gobierno de Estados Unidos usó
la bomba atómica apenas estuvo en posición de hacerlo, y lanzó dos, una sobre
Hiroshima y la otra sobre Nagasaki. Cuando los científicos conocieron los
resultados, enviaron otra carta al nuevo presidente, Harry Truman, diciendo que
se arrepentían, que la ciencia había conocido el pecado, que no sabían el daño
que podían causar y, en consecuencia, pedían la cancelación del proyecto de la
energía atómica, porque el ser humano no estaba preparado para usarla para
otros fines. Lógicamente, el gobierno hizo caso omiso de la solicitud ya que,
en general, cuando los gobiernos tienen ese poder no lo dejan escapar.
La
ciencia, la tecnología, la política y la economía no se han subordinado a la
ética y, por ello, pueden llevar a la humanidad al desastre. Necesitamos ser
alquimistas, pero aprendices honestos, éticos. Si somos alquimistas, gracias a
la razón tenemos un futuro por delante, cualquier frontera puede ser vencida; de
lo contrario lo que construimos nos va a destruir. No comparto la visión
apocalíptica. Sigo confiando en el ser humano y en la razón, en la capacidad
que tenemos de controlar y corregir nuestros errores; pero, evidentemente, hay amenazas
para la humanidad. Es necesario controlar la natalidad, la explosión
demográfica, la destrucción ambiental, la proliferación de armas nucleares...
No es una visión apocalíptica, pero sí atemorizada; no es miedo irracional,
sino el temor racional que obliga a ser prudente y a replantearse los problemas
y sus posibles soluciones.
Autoayuda y bienestar colectivo. Los libros
de autoayuda están muy de moda. La célebre frase “Yo estoy bien, tú estás bien,
todos estamos bien” expresa uno de los graves errores conceptuales de nuestra
sociedad. Cuando todo el mundo está mal, entonces todos tienen miedo. El miedo
forma parte del clima sociopolítico dominante en estos tiempos. El “Si puedo,
huyo”, es un ejemplo concreto de la conducta social de las élites ausentes.
Uno de los dramas de nuestra sociedad es que
confunde el bienestar personal con el de los demás. Hay que ser autocrítico,
por ello comienzo con el sector universitario. El profesorado universitario, las
élites académicas, intelectuales, empresariales, políticas y militares, son las
grandes responsables de muchos problemas de Venezuela durante los últimos
veinte años.
Definí humanismo como estar cerca de Dios, y
de los demás, valiéndonos de los instrumentos que la vida nos ha dado: la
profesión, la cultura, el libro o el cine. ¿Estoy cerca de los demás o estoy
lejos? Si estoy cerca, tengo que asumir compromisos; si estoy lejos, solamente pienso
en mí. Se confunde la necesidad de diálogo con una fórmula política, porque se
corre el riesgo de ideologizar el planteamiento. Los políticos no terminan de
escuchar ya que una propuesta como ésta puede alimentar una salida política
para este país. Les pregunto al historiador y al político si el diálogo
realmente constituye un elemento apropiado para Venezuela. Evidentemente sí; el diálogo
ayuda a darle cauce al proceso político venezolano. Mientras más personas estén
dispuestas al diálogo, mientras más cultura y práctica humanística y solidaria
desarrollemos todos, más se facilita cualquier proceso político democrático en
Venezuela.
En Venezuela, por ejemplo, mucha gente dice respetar
el diálogo, pero no se identifica con él. En términos estrictamente
político-históricos, tenemos que insistir en una fórmula que tiene siglos de
desarrollo. Debemos insistir en el modelo político de la modernidad, ése que, en
general, llamamos democracia. La sentencia —“El poder corrompe y el poder absoluto
corrompe de forma absolutamente”— que el filósofo inglés Lord Acton formula a
finales del siglo XIX, ha sido comprobada una y otra vez. El dinero manejado
sin control termina corrompiendo; una persona que, en el ejercicio del poder,
no tenga los límites de un parlamento, de un congreso o de una asamblea, es
peligrosa indistintamente de cómo se llame. A pesar de la Constitución actual,
la persona más demócrata que asuma la Presidencia es un autócrata, porque el autócrata
no deviene solamente por su personalidad ni por las circunstancias, sino por el
sistema del cual forma parte y nuestra Constitución sigue siendo
Presidencialista y centralista.
Me conformaría con que en Venezuela
asumiéramos todos —no importa dónde estemos ubicados política e ideológicamente—
el equilibrio de poderes como fundamento de la democracia moderna. Un poder
judicial independiente, un poder ejecutivo limitado y controlado por un poder
legislativo que no se subordine al partido de gobierno. Además, debe respetarse
un período de gobierno limitado para gobernadores, alcaldes y presidentes. El
presidente norteamericano puede ser muy peligroso para los norteamericanos,
pero ellos saben que transcurridos cuatro años, puede ser reelecto o no. Las
ventajas de la democracia política es la conquista de la modernidad. Me
conformaría con que conquistásemos la plena democracia política, ya que también
existe la democracia económica y la democracia social, que no son inventos
nuestros, sino también de la modernidad. En definitiva, el poder político no
puede existir para satisfacer intereses personales o grupales, o permitir que
un grupo prevalezca sobre el otro; debe ser accesible a la sociedad. Todos
tienen derecho a las mismas oportunidades y a los mismos beneficios. El poder
tiene que ser electo; tiene que ser responsable y debe ser controlado por la
sociedad y debe garantizarse siempre la crítica, el pluralismo y la
alternabilidad en el poder.
La autonomía de la política. He dicho que me
identifico con la subordinación de la política, de la economía y de la ciencia
a la ética. Maquiavelo —un anatomopatólogo de la política— describe lo que, políticamente,
la humanidad era y sigue siendo. La política perversa o maquiavélica no la inventó Maquiavelo. Él sólo describe, a partir de El príncipe, la situación durante la cual la política se vuelve autónoma
de la moral. Se convierte en una actividad autónoma con respecto a la moral
cuyos principios fundamentales se sintetizan en expresiones como “todo está
permitido” y “el fin justifica los medios”. Toda la modernidad ha transitado
una política que se ha pretendido autónoma de la moral, por eso AD y COPEI
pierden el poder en Venezuela. Creyeron que la política en Venezuela se reducía
a ganar elecciones, a usufructuar el poder; entendieron que la política era
simplemente el partido que tuviera más habilidad para ganar elecciones. La
política autónoma de la moral termina conspirando contra la sociedad, contra el
ser humano y contra la economía. De tanto ganar elecciones, terminaron
perdiendo el país.
La gran perversión de la economía capitalista
es que todo termina en la maximización de la ganancia. No hay economía
capitalista que no se lo plantee, lo haga explícito o no. El gran descubridor
de eso fue Carlos Marx, descubre la
perversidad intrínseca del capitalismo con respecto a los intereses del ser
humano; hace la anatomía de un sistema, que pretende maximizar la ganancia en
detrimento del trabajador y del reparto de bienes, de la riqueza y de la
ciencia. La ciencia, por su parte, se vuelve autónoma de la ética cuando el
científico concluye que la razón no tiene fronteras ni límites.
Es necesario volver a subordinar la política,
la economía y la ciencia a la ética; asumirlas desde el humanismo y desde el
concepto de “libertad con responsabilidad”, es decir, como autolimitación.
Dios me da una tarea y yo debo asumirla. Si la
parte desagradable se la dejo a Dios y la agradable me la tomo yo, entonces no
es justo. Somos co-creadores y co-responsables del mundo. Estamos llamados a
fundar nuestro hogar lo más cerca posible de Dios. Me gusta esta interpretación
porque respeta la libertad humana y, al mismo tiempo, implica que cada ser
humano escoge su tarea en el mundo. Asumo a los seres humanos como co-creadores
y co-responsables del mundo porque los veo asumiendo y ejecutando tareas
específicas y tratando de arreglar las cosas.
La humanidad sólo puede avanzar a partir de
sí misma, de su razón y de su conciencia y de una solidaridad militante con el
otro.
[1]
Conferencia dictada en Maracaibo, en abril de 2005, con motivo del 40
Aniversario del Grupo literario Semana.
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