lunes, 22 de mayo de 2006

Fuerte apache o el muro de la vergüenza

Los norteamericanos, como todo pueblo próspero y satisfecho, viven atemorizados con los vecinos y los extraños desde el 11 de septiembre y la destrucción de las torres gemelas; el miedo se les introdujo en el alma; se les acabó la insularidad y el aislamiento protegidos por dos océanos y su arrogancia y poder. En el pensamiento simbólico norteamericano y en el inconsciente colectivo el blanco siempre vencía al indio, emblematizado en la mítica conquista del oeste y en las miles de películas de vaqueros.
El policía del mundo tiene miedo y como en una nueva edad media trata de amurallarse; lo intentó China y terminó fracasando estruendosamente porque el temor y el vacío no pueden ser contenidos por ninguna muralla. Lo intentó Roma y también fracasó y recientemente la Unión Soviética con su cortina de hierro y el muro de Berlín, ya sabemos en qué terminaron en 1989, en la desaparición de la propia Unión Soviética, un imperio de papel. Recientemente Israel, acosado en su pequeño territorio, también recurrió a la construcción de un muro de mas de 700 kilómetros, como si el miedo, el fanatismo y la intolerancia pudieran ser controlados por un muro y ahora el poderoso y prepotente imperio americano después de su famoso escudo tecnológico protector de la llamada guerra de las galaxias, decide separarse de México físicamente con un muro de la vergüenza de mas de 1.100 Km. en una frontera de mas de 3.000 kilómetros y que ya habían empezado a segregar con un incipiente primer muro de 12 kilómetros.
Este es un proyecto que debe ser rechazado y denunciado por infamante y contrario a los principios fundamentales de la civilización y la dignidad humana.
Un país que se jacta de su democracia y sistema de libertades y propugna una Asociación de las Américas a través del Tratado de Libre Comercio, sale con esta agresión flagrante, ya votada favorablemente por la Cámara de Representantes y pendiente de aprobación en el Senado, es el comienzo del fin del imperio, porque éstos al perder la autoridad moral pierden su legitimidad histórica, no importa el tiempo que tarden en derrumbarse; si el siglo XX fue norteamericano, según algunos historiadores, el XXI podría ser el de su agonía y decadencia. El mundo y América Latina como un todo deben denunciar y rechazar este malhadado e insultante proyecto
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