Un siglo parece mucho tiempo, pero en Venezuela, pareciera que no hubiera transcurrido el tiempo, nada ha cambiado. Los dictadores son recurrentes y la tentación autoritaria es permanente, con el agravante hoy de la debilidad ideológica y política de querer imponer un sistema totalitario, como si las lecciones del pasado no fueran suficientes.
Regresemos al tema de los dictadores, Marcos Pérez Jiménez, pretendió emular a Antonio Guzmán Blanco y ambos dictadores pretendieron justificarse por su “obra”.
Cipriano Castro pasa por ser un héroe del “nacionalismo”, por su retórica nacionalista frente al bloqueo de nuestras costas, por países a quienes el gobierno nacional les debía una cuantiosa deuda que se negaba a pagar. Castro al principio, frente a los reclamos, los desestimó y se burló de los acreedores, pero al ver que la cosa iba en serio, el ultranacionalista, recurrió al gobierno norteamericano para que interviniera y lograra un arreglo negociado, lo cual se hizo y se logró, en nombre de la Doctrina Monroe (madre y padre intelectual de la actual OEA).
Castro no sale bien parado del testimonio de sus contemporáneos y es presentado como un maula, desleal, irresponsable, retórico, desordenado y despilfarrador, son algunas de las referencias a su persona y su gobierno. Fue calificado como un verdadero desastre, tanto es así que su compadre y vicepresidente Juan Vicente Gómez lo sacó del país y lo sustituyó en el poder.
Castro vive su largo exilio en Puerto Rico, donde fallece. Debido a su mala fama se popularizó la denominación de el Cabito, con la cual Pío Gil lo caricaturizó.
El actual régimen siente una particular simpatía por este personaje (cosa que respetamos) y de allí varias iniciativas se han tomado para honrarlo como fue el traslado de sus restos al Panteón Nacional. Su nombre le fue dado al antiguo Museo Militar, de ingrata memoria el 4 de febrero de 1992 y por último Miraflores lo vuelve a recibir colocando su busto en sustitución del de Rómulo Gallegos. Si la historia la aprendemos a “leer” en clave simbólica, entenderíamos mejor muchas cosas.
Regresemos al tema de los dictadores, Marcos Pérez Jiménez, pretendió emular a Antonio Guzmán Blanco y ambos dictadores pretendieron justificarse por su “obra”.
Cipriano Castro pasa por ser un héroe del “nacionalismo”, por su retórica nacionalista frente al bloqueo de nuestras costas, por países a quienes el gobierno nacional les debía una cuantiosa deuda que se negaba a pagar. Castro al principio, frente a los reclamos, los desestimó y se burló de los acreedores, pero al ver que la cosa iba en serio, el ultranacionalista, recurrió al gobierno norteamericano para que interviniera y lograra un arreglo negociado, lo cual se hizo y se logró, en nombre de la Doctrina Monroe (madre y padre intelectual de la actual OEA).
Castro no sale bien parado del testimonio de sus contemporáneos y es presentado como un maula, desleal, irresponsable, retórico, desordenado y despilfarrador, son algunas de las referencias a su persona y su gobierno. Fue calificado como un verdadero desastre, tanto es así que su compadre y vicepresidente Juan Vicente Gómez lo sacó del país y lo sustituyó en el poder.
Castro vive su largo exilio en Puerto Rico, donde fallece. Debido a su mala fama se popularizó la denominación de el Cabito, con la cual Pío Gil lo caricaturizó.
El actual régimen siente una particular simpatía por este personaje (cosa que respetamos) y de allí varias iniciativas se han tomado para honrarlo como fue el traslado de sus restos al Panteón Nacional. Su nombre le fue dado al antiguo Museo Militar, de ingrata memoria el 4 de febrero de 1992 y por último Miraflores lo vuelve a recibir colocando su busto en sustitución del de Rómulo Gallegos. Si la historia la aprendemos a “leer” en clave simbólica, entenderíamos mejor muchas cosas.
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