Cuando la edad nos alcanza y el tiempo se vuelve breve, también la ciudad se vuelve extranjera y en ella la soledad se multiplica. El drama comienza cuando queremos cambiar la vida y el mundo, como lo querían Rimbaud y Marx. El mundo ancho y ajeno, también se vuelve distante y con respecto al propio país también nos volvemos extranjeros, especialmente en tiempos de locura y delirio, cuando personajes menores juegan a ser grandes hombres, apoyándose en mayorías llenas de miserias y carencias.
La ilusión se convierte en constitución y la política en pesadilla. La economía apenas es un ejercicio de riqueza para pocos y pobreza para muchos.
El Quijote en su locura nos sigue arropando y el realista Sancho con su verdad de aldeano a ras del suelo nos sigue importunando. El filósofo nos dice que no estamos preparados para soportar la verdad y esta nos hace libre pero igualmente nos puede matar.
Los horrores del siglo XX parecen olvidados y una humanidad inconsciente no aprende y pareciera disfrutar repetirlos. La razón no pareciera gobernar la historia sino los instintos y las pasiones, la larga marcha de la humanidad pareciera no habernos conducido muy lejos de las cavernas, sino a este siglo XXI lleno de amenazas e incertidumbres.
Los seres humanos siempre están prestos para la ilusión y a cambio de esta aceptan como mentores a brujas y charlatanes. Es delito anticiparse y advertir sobre las futuras desventuras la realidad no aceptará ni rebeldías ni desilusiones. La individualización y la personalización en la sociedad y frente al poder y al estado es intolerable; el ser humano tiene que ser domesticado, socializado se dice, en si mismo ello no es malo, inclusive es necesario, siempre y cuando supiéramos discernir los límites de la libertad humana. El individuo no puede ser sacrificado en nombre de la especie ni de ninguna causa, por muy bella o superior que se presente, por ello Camus tiene razón, frente a la justicia abstracta opta por la persona concreta, el amor encarnado y concreto está por encima de cualquier bello propósito.
La ilusión se convierte en constitución y la política en pesadilla. La economía apenas es un ejercicio de riqueza para pocos y pobreza para muchos.
El Quijote en su locura nos sigue arropando y el realista Sancho con su verdad de aldeano a ras del suelo nos sigue importunando. El filósofo nos dice que no estamos preparados para soportar la verdad y esta nos hace libre pero igualmente nos puede matar.
Los horrores del siglo XX parecen olvidados y una humanidad inconsciente no aprende y pareciera disfrutar repetirlos. La razón no pareciera gobernar la historia sino los instintos y las pasiones, la larga marcha de la humanidad pareciera no habernos conducido muy lejos de las cavernas, sino a este siglo XXI lleno de amenazas e incertidumbres.
Los seres humanos siempre están prestos para la ilusión y a cambio de esta aceptan como mentores a brujas y charlatanes. Es delito anticiparse y advertir sobre las futuras desventuras la realidad no aceptará ni rebeldías ni desilusiones. La individualización y la personalización en la sociedad y frente al poder y al estado es intolerable; el ser humano tiene que ser domesticado, socializado se dice, en si mismo ello no es malo, inclusive es necesario, siempre y cuando supiéramos discernir los límites de la libertad humana. El individuo no puede ser sacrificado en nombre de la especie ni de ninguna causa, por muy bella o superior que se presente, por ello Camus tiene razón, frente a la justicia abstracta opta por la persona concreta, el amor encarnado y concreto está por encima de cualquier bello propósito.
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